CAPÍTULO XV: LOS DIEZ MANDAMIENTOS

Los significados de las palabras (15*1). ¿Por qué son diez esos mandamientos? (15*2). La confusión: cláusulas, leyes y mandamientos (15*3). Los auténticos mandamientos de Yavé (15*4).


LOS SIGNIFICADOS DE LAS PALABRAS (15*1)


En los textos bíblicos, como ya he dicho varias veces, encontramos un buen número de interpretaciones erróneas que han dado lugar a una enorme confusión y que han habilitado el magnífico disparate. Como meros ejemplos, podemos recordar las absurdas y “mutantes” descripciones de fuego por luz; de nube por humo o vapor; de murallas de aguas que desaparecen por desecación de charcas empantanadas; de descanso sabático por confinamiento o reclusión, y así un grueso catálogo de puntuales etcéteras. Pero además, en esos antiquísimos documentos, las desatinadas interpretaciones se ven agravadas por una peligrosa y tolerante semántica del texto original y de las traducciones.

En las Antiguas Escrituras encontramos un buen número de significativos ejemplos de palabras homónimas, o sea, palabras que se escriben exactamente igual, pero que poseen muy distinta significación. En este trabajo ya he indicado un par de ellas: las pruebas de Yavé y las señales que se hacían con el bastón; más adelante trataremos otras dos cuando estudiemos la unción del óleo y los cuernos de los altares. Pues bien, si eso sucede con las homónimas, figúrense ustedes lo que puede ocurrir con las palabras sinónimas.

En el libro del Éxodo, como en la mayor parte de los documentos en los que se desprecia la útil pragmática, y donde el contexto influye sobre la correcta interpretación del auténtico significado, favoreciendo una comprensión misteriosa o milagrera, existe una gran diferencia de interpretación dependiendo del uso que hagamos de una misma palabra y, por supuesto, por la utilización de otro vocablo que pueda presentar un semejante significado. Por ejemplo, y para entendernos en este caso, podemos considerar como sinónimas palabras tales como: órdenes, leyes, edictos, preceptos, prescripciones, reglamentos, mandatos y mandamientos. Sin embargo, esta última palabra, mandamiento, al menos en nuestra cultura, suena de muy distinta manera y tiene unas connotaciones y un significado propios que hacen que resalte y se distancie de las demás. Como se decía hasta el otro día, esta palabra marca las diferencias. Y es lógico, son muchos siglos en los que ni siquiera los gobernantes y legisladores más osados y prepotentes se han atrevido a utilizarla. Han promulgado leyes, disposiciones, reglamentos, etcétera; han podido promover un decreto afirmando: éstas son mis órdenes…, pero jamás han tenido la insolencia de iniciar un decreto legislativo diciendo: Estos son mis mandamientos...

Sin embargo, mandato y mandamiento tienen idéntico significado. En breve veremos la intención de estos comentarios.


¿POR QUÉ SON DIEZ ESOS MANDAMIENTOS? (15*2)


Es en el capítulo diecinueve del Éxodo donde Yavé propone un pacto. A continuación, en los capítulos del veinte al veintitrés y parte del treinta y cuatro, se detallan una serie de preceptos que Yavé consiente e incluso aconseja, pero que, en mi opinión, no forman parte de la Alianza. Y por fin, después del elitista cónclave del episodio veinticuatro, en los capítulos comprendidos desde el veinticinco hasta el final −con las tres significativas excepciones del 32,33 y parte del 34−, es donde y cuando Yavé formula las diez órdenes, los diez mandatos, los diez mandamientos, con el fin de que se realicen unas obras y trabajos antes de hacer entrega del Testimonio.

Ahora sería cuando algunos sabios, con buena intención pero mala interpretación, exclamarían sorprendidos e indignados:

− ¿Pero qué dice este individuo?; en esos capítulos no se habla de los mandamientos de Dios.

¡Pobrecitos sabios! ¡Cómo no se fijan, no se enteran!

Es en el capítulo veinte donde nos encontramos con los consabidos y casi siempre poco respetados Diez Mandamientos que de todos son conocidos. Mandamientos, que sugieren demasiados interrogantes y que, ciertamente, se podrían resumir en solamente dos: reverencia a Dios y respeta a los hombres. Por esta razón puede uno preguntarse: si con dos nos apañamos, ¿para qué necesitamos diez? ¿Constituyen acaso un código de conducta en el que se deben tipificar los delitos?

No, esa no es la causa de su detallado inventario, aunque ciertamente, sí que es una reseña de delitos que, con independencia de su mayor o menor gravedad, nueve de los diez están castigados con la pena de muerte: muerte al blasfemo, muerte al idolatra, muerte al trasgresor del sábado, muerte al parricida, muerte al ladrón, muerte al homicida, muerte al adultero/a y muerte al falso acusador; sólo se libra de la pena de muerte el ansioso que suspira por las propiedades de los demás.

Y aquí es donde entra en juego la semántica; la significación de las palabras.

La correcta interpretación del lenguaje nos conduce directamente a esta indiscutible, redundante y perogrullesca afirmación:

Cualquier mandato de Dios es un mandamiento de Dios. O al revés: Cualquier mandamiento de Dios es un mandato de Dios.

Todo tiene su origen cuando Yavé dio diez órdenes, diez mandatos, diez mandamientos. Uno, para que se guardase un día de “descanso”, y los restantes para que se ejecutasen nueve trabajos, o lo que es lo mismo, para que se llevasen a cabo nueve obras o encargos.

Con el trascurso del tiempo, aquella gente se encontró con una realidad incuestionable: Yavé había ordenado diez mandatos —de eso tenían absoluta seguridad—, y el primero de esos mandatos era guardar el descanso sabático —sobre esto tampoco había la menor duda—, el problema se presentaba inmediatamente después, cuando se vieron en la necesidad de admitir que la fabricación de nueve extraños e incomprensible utensilios, eran los restantes nueve mandamientos de Yavé.

Intentaré aclarar eso de incomprensibles utensilios.

Como era de esperar, Moisés había obedecido los mandatos de Yavé y, por lo tanto, estos nueve trabajos fueron llevados a cabo. Después, y durante algún tiempo, aquellos objetos cumplieron de maravilla con su cometido y todos y cada uno de aquellos artilugios realizaron su misión que tenían encomendada. Sin embargo, con posterioridad, no se sabe cuándo ni porqué, los extraños artefactos dejaron de funcionar y se convirtieron en unos trastos casi inútiles. Obsérvese que he dicho casi inútiles, pues, al menos de dos de ellos ––de la mesa y del altar de holocaustos––, los sacerdotes levitas, siempre prácticos, obtuvieron unas prestaciones más que ventajosas.

Y, si es verdad que no se sabe ni cuándo ni porqué aquellos artilugios dejaron de funcionar, también es cierto que no podía suceder de otra manera. En realidad, el motivo es bastante sencillo y, por supuesto, absolutamente previsible:

Coloquemos en una habitación unos cuantos trastos aparentemente inútiles y no digamos a nadie para qué sirven; después, esperemos doscientos años.

La obligada pregunta:

− ¿Por qué nadie sabía la utilidad de esos utensilios?

− Según consta en el capítulo cuarto de Números, siempre que se procedía al traslado del tabernáculo, y que, por lo tanto, era preciso desocuparlo, y antes de que los encargados del transporte se hiciesen cargo de los muebles, los sacerdotes tenían que ocuparse de que fueran bien cubiertos con lienzos de lino y con pieles de tejón.

− ¿Y cuál fue la lógica consecuencia de esa ocultación y de ese secretismo?

− Pues tampoco es muy difícil de contestar. Una vez muertos sus fabricantes, nadie, excepto los sacerdotes hijos y descendientes de Arón, conocía su apariencia y su posible empleo. Y entonces, en algún momento, ocurrió algo muy lógico: desaparecidos los iniciados, sin uso alguno, y por lo tanto ignorada la utilidad del mobiliario del tabernáculo, la gente ya no entendía que aquellas extrañas órdenes que habían obligado a la construcción de un casi absurdo mobiliario, pudiesen ser unos mandamientos de Yavé. Y, puesto que eran nieve, decidieron sustituirlos por otros nueve que resultaban mucho más fáciles de comprender, más conocidos por todos, e indudablemente, mucho más útiles y necesarios que aquellos incomprensibles e inservibles utensilios.

− ¿Fácil?

−Sí, muy fácil.

Bien; entonces seguimos.

Los diez célebres Mandamientos de la Ley de Dios, esos que terminan prohibiendo codiciar el buey o el asno propiedad del prójimo, quedaron anotados en los versículos comprendidos entre el dos y el diecisiete del capítulo veinte. A continuación, en los capítulos veintiuno, veintidós y veintitrés, se abordan otras disposiciones, leyes y preceptos, en los que se trata sobre temas de muy escasa importancia para el hombre actual. Y digo que hoy son de reducido interés, porque muy pocos hombres del siglo XXI pueden apasionarse por los casos en que los hebreos adquieren siervos procedentes también de tribus hebreas o por las reglas que deben seguirse si un hombre desea vender a su hija, o si alguien se encuentra el asno propiedad de su vecino. Son asuntos, que a mí se me antojan como materia muy lejana de aquellas que Yavé propondría a los hombres como de obligatorio cumplimiento al aceptar la Alianza, y que, incluso como normas de regulación de costumbres, deberían haber tenido grabada en el envase y bien a la vista una fecha de caducidad.


LA CONFUSIÓN: CLÁUSULAS, LEYES Y MANDAMIENTOS (15*3)


Propiciado por la muy escasa sabiduría de los sacerdotes −que únicamente se sustentaban y alimentaban de la divina inspiración y, sobre todo, de los piadosos y suculentos holocaustos, lo que en realidad ocurrió con el transcurso de los siglos es que se mezclaron y confundieron las tres partes, completamente diferentes entre sí, que habían surgido del trato entre Yavé y los hijos del hombre.

Esas tres partes eran:

A. Los acuerdos o cláusulas de la Alianza.

B. Las leyes, preceptos y regulación de costumbres.

C. Los mandamientos.

Sería muy conveniente diferenciar entre sí cada uno de los tres grupos.

Nota: Esta diferencia fue perfectamente entendida por el rey Josías. En Crónicas 34, 31 se dice: Estaba el rey sobre su estrado y renovó la alianza ante Yavé, obligándose, 1º) a seguir a Yavé 2º) a guardar sus mandamientos, 3º) sus preceptos y sus leyes

A. Acuerdos o cláusulas de la alianza

En todos los pactos se requiere que al menos existan dos partes; y en este acuerdo del Sinaí, efectivamente encontramos dos partes: por un lado Yavé, y por el otro, el pueblo hebreo representándose a sí mismo y al resto de la humanidad. Cada una de las dos partes contratantes, como dirían aquellos famosos y cómicos hermanos, goza de sus derechos y se compromete aceptando sus obligaciones.

Consecuente con su compromiso en el pacto, Yavé suscribe la promesa de cuidar, mejor dicho, tutelar, a los hijos de los hombres representados por el pueblo hebreo que es el firmante del pacto.

Y préstenme atención: por parte de Yavé, solamente eso.

Que conste, que yo no digo que sea poco; únicamente digo que es sólo eso. En su pacto, en su compromiso de alianza, Yavé asume su obligación de aconsejar a los hijos de los hombres, pero no promete cielos, paraísos, infiernos, etc., etc., etc. Todos −y créanme, pues al menos por mi parte es la más rotunda verdad−, desearíamos que nos hubiese anunciado, jurado o prometido una resurrección y una vida eterna; incluso, si me apuran, hubiéramos agradecido algún castigo. Sin embargo, no fue así; es una lástima, pero las cosas son como son. En ningún capítulo, en ningún versículo del Pentateuco o de la Torah existe semejante promesa.

Por el otro lado de ese pacto, nos encontramos con las tres cláusulas o condiciones que impone Yavé a los hombres y que éstos aceptan gustosos. Y las aceptan, entre otras razones, porque no encierran ninguna dificultad. Si recordamos el capítulo de la Alianza, advertiremos que en ellas se hace constar bien claramente que:

Yo soy Yavé, tu Dios. No tendrás otro Dios que a mí. No te postrarás ante esculturas ni imágenes (ni siquiera mías). En el arca guardarás y protegerás el Testimonio que te entregaré.

Dicho de otra manera, estas tres cláusulas son:

No hay ningún dios en quien creer. No hay que adorar ni dar culto a ningún ser ni divino ni humano. Se deberá custodiar un documento en piedra que Yavé entregará a Moisés.

Ésta es la parte de la alianza que compromete al hombre.

Y si somos capaces de admitir que no existe un solo versículo en el que Yavé diga que él recibirá adoración, reconoceremos que ésta es también, si me permiten decirlo, la única o al menos la más importante de las aportaciones de la sabiduría de Yavé a la cultura de los hombres: NO OS HAGÁIS LÍOS; MIENTRAS NO LOS INVENTÉIS VOSOTROS MISMOS, NO HAY DIOSES QUE ADORAR (Ver Dt. 4, 23-28).

B. Leyes, preceptos y regulación de costumbres

Aquí, en este apartado, quedan incluidas todas las disposiciones que están recogidas en los capítulos veinte a veintitrés y algunos versículos del treinta y cuatro; y que son el famoso Decálogo y el Código de la Alianza. Son códigos morales y de conducta sumamente útiles y adecuados para facilitar la convivencia entre los hombres, y sobre todo, adaptados a las necesidades y peculiaridades de un pueblo nómada. Pero, desde luego, no son cláusulas del pacto, y ni tan siquiera son mandatos divinos; más bien, resultan un conjunto de leyes y normas propuestas por Moisés y consentidas por Yavé.


B. LOS AUTÉNTICOS MANDAMIENTOS DE YAVÉ (15*4)


Por fin, en los capítulos del veinticinco al cuarenta —exceptuando el 32, 33 y 34— es donde se aborda el tema de los auténticos diez mandamientos. Así queda reseñado en los versículos comprendidos entre el seis y el diecisiete del capítulo treinta y uno del Éxodo, en los que Yavé dice:

(6) “He puesto la sabiduría en el corazón de los hombres hábiles, para que ejecuten todo lo que te he mandado hacer:

Nota. Por muy torpe o por muy cínica que una piadosa colectividad sacerdotal pueda llegar a ser, no tendrá más remedio que aceptar que todo aquello que Yavé manda es un mandamiento de Yavé.

(7) el tabernáculo de la reunión, el arca del testimonio, el propiciatorio de encima y todos los muebles del tabernáculo; (8) la mesa con sus utensilios —reparemos en esta palabra: utensilios, así denomina Yavé una parte de los componentes del mobiliario—; el candelabro de oro con sus utensilios; el altar de los perfumes; (9) el altar de los holocaustos con sus utensilios; la pila con su base; (10) las vestiduras sagradas para Arón y sus hijos, para ejercer los ministerios sacerdotales; (11) el óleo de la unción y el timiama aromático para el santuario. Cuanto te he mandado hacer, ellos lo harán.”

1. Tabernáculo; 2. Arca; 3. Propiciatorio; 4.- Candelabro; 5. Altar de los perfumes; 6. Altar de holocaustos; 7. Pila; 8. Vestiduras; 9. Oleos.

Ya tenemos nueve de los diez mandamientos.

(12) Yavé habló a Moisés, diciendo: (13) “Habla a los hijos de Israel y diles: No dejéis de guardar mis sábados, porque el sábado es entre mí y vosotros una señal para vuestras generaciones, para que sepáis que soy yo, Yavé, el que os santificó. (14) Guardaréis el sábado porque es cosa santa para vosotros. El que lo profane será castigado con la muerte; el que en él trabaje será borrado de en medio de su pueblo. (15) Se trabajará seis días, pero el día séptimo será día de descanso completo, dedicado a Dios. El que trabaje en sábado será castigado con la muerte. (16) Los hijos de Israel guardarán en sábado y lo celebrarán por sus generaciones, ellos y sus descendientes, como alianza perpetua;

Y, ya tenemos el décimo de los diez mandamientos.

Está bastante claro: en diez versículos seguidos (del 7 al 16), encontramos los diez mandamientos juntitos. Nueve, son órdenes para que se ejecuten unos trabajos, y el último, es una norma de conducta, un acto de disciplina: el descanso sabático.

Repitiendo y numerando estos son los diez mandamientos de Yavé que los hebreos deben llevar a cabo:

Primero: Tabernáculo. Segundo: Arca. Tercero: Propiciatorio. Cuarto: Candelabro. Quinto: Mesa de los panes. Sexto: Altar de los holocaustos. Séptimo: Vestiduras sacerdotales. Octavo: Altar del Incienso y pila de bronce. Noveno: Inciensos, óleos y perfumes. Décimo: Descanso sabático.

Por supuesto, este orden puede modificarse. ¿Qué importancia puede tener, por ejemplo, que el cuarto mandamiento esté colocado en quinto lugar y que el séptimo figure en sexta posición?

Estos mandatos o mandamientos que constan en Éx. 31, son los mismos, o casi idénticos, a los diez mandamientos o mandatos que figuran en Éx. 35, 1-3 (primer mandamiento) y 11-19, (nueve restantes mandamientos), y a los mandatos que después son reflejados con gran insistencia en los capítulos 36, 37, 38, 39 y 40.

Deseo resaltar la curiosa y significativa distribución de los mandatos o mandamientos que se hace en Éx. 35. Allí, en el versículo uno, se advierte que es un mandato de Yavé; en el dos se ordena la reclusión sabática y se recuerda que su transgresión está castigada con la muerte; en el tres consta muy claramente que el sábado no puede encenderse el fuego; y ya tenemos el primer mandamiento. En el versículo cuatro, Moisés presenta al pueblo el mandamiento de Yavé para que se ejecuten nueve trabajos. En los versículos comprendidos entre el cinco y el nueve, se abre la colecta para que los hebreos aporten los materiales necesarios para la obra. En el diez, nuevamente Moisés recuerda que es un mandamiento de Yavé. Y en los nueve versículos siguientes, del once al diecinueve, se enumeran, uno por uno, los nueve trabajos que se deben ejecutar, empezando por el arca y finalizando por las vestiduras sacerdotales.

Y, nuevamente, encontramos los Diez Mandamientos.

La única que variación existente entre los distintos capítulos en los que son citados, consiste en que se nombran y enumeran en un diferente orden, y que son definidos con alguna variación, añadiendo o suprimiendo cortinajes, clavazón, etcétera; pero exceptuando el mandamiento que se refiere al “descanso” sabático, todos los demás siguen refiriéndose al mobiliario-utensilio del tabernáculo y, por supuesto, continúan siendo mandatos o mandamientos de Yavé.

Por mucho que se indignen los ungidos, éstos, y no los otros, son los Diez Mandamientos de Yavé.

Efectivamente, no lo niego; no solamente a los aceitosos pringosillos les resultará difícil de aceptar. A mí tampoco me fue fácil. Sin la menor discusión, deberemos admitir que parecen muy extraños y hasta insólitos estos mandatos; pero Yavé dice que son mandatos suyos, y yo, tímidamente, insisto diciendo, que si son mandatos suyos, son mandamientos suyos. Y además, Yavé lo repite al menos veinticinco veces.




Nota. Si alguno de los lectores desea comprobarlo, ésta es la reseña de capítulos y versículos en los que se hace constar que son mandatos de Dios: Éxodo: 25, 9, 40; 26, 30; 27, 8; 31, 6; 35, 1, 4, 10, 29; 36, 1; 39, 1, 7, 26, 29, 31, 32, 42, 43; 40, 16, 21, 23, 25, 27, 29, 32.

Muchas personas, incluso haciendo gala de la mejor voluntad y remarcando la distancia que les separa de los piadosos sacerdotes, no podrán por menos que mostrar su oposición, e incluso su repugnancia, con muchas de las afirmaciones que contiene este trabajo; y en concreto, al referirse a este tema, posiblemente exclamen escandalizadas: ¿ordenar que se fabrique un baúl, una mesa o una barbacoa son mandamientos de Dios?

Esa es una actitud y una reacción muy lógica. En realidad, lo que resultaría ilógico, sería no extrañarse por ello. Pero a esa pregunta yo debo responder: así es. Hacer un “baúl”, una “mesa” y una “parrilla para asar”, no es otra cosa sino cumplir con tres de los diez mandamientos de Yavé. Naturalmente, que deberemos tener muy en cuenta:

Quién es Yavé.

Qué es un mandamiento.

Cuál es la verdadera utilidad del baúl, de los querubines, de la mesa, de la farola, de la parrilla, del sacerdotal ajuar, etcétera.

Todos reconocemos y mostramos nuestra conformidad ante un mandamiento que obliga a “santificar” las fiestas. Nadie discute un mandamiento que ordena que, un día a la semana, el creyente se aproxime a su dios y asista a una celebración en el templo. Sin embargo, cuesta trabajo aceptar como mandamiento la orden de Yavé de construir un arca donde guardar su mensaje para los hijos de los hombres. Y precisamente esa dificultad fue la que facilitó la sustitución.

Y, ¿por qué es difícil de admitir y reconocer?

Pues, simplemente, porque no resulta nada fácil modificar las creencias.

Cuando Yavé hable con Moisés, cuando realice una sugerencia, cuando proponga un pacto, cuando haga una promesa, e incluso cuando dé un consejo, no hablaremos de mandamientos, pero, cuando Yavé de una orden, cuando Yavé señale un mandato, entonces diremos que eso es un mandamiento de Yavé.

Pero es que, además, debemos tener muy presente el motivo que impulsó a Yavé para dar estos mandamientos. Esos muebles, esos utensilios, son algo realmente muy, muy importante para los hijos de los hombre. Así lo comprobaremos más adelante.

De todas formas, y como un anticipo, formulo de nuevo estas tres preguntas y las dejo en el aire:

Primera. ¿Alguien puede siquiera imaginar que Yavé descienda desde los cielos hasta los hombres y, en lugar de aportar alguna novedad y de entregarnos un mensaje, lo que hace es proponer unas leyes o mandamientos que ya son conocidos por todos los hombres desde muchos siglos antes? Porque nadie pondrá en duda, que antes de la promulgación de los diez mandamientos, la gente ya sabía que estaba prohibido matar, robar, testimoniar en falso, etcétera.

Segunda. ¿Alguien puede siquiera imaginar que Yavé descienda de los cielos, se presente ante Abraham, Isaac y Jacob, y no les informe acerca de los diez mandamientos, y, por lo tanto, negándonos durante siglos el derecho a saber que no debemos matarnos los unos a los otros; que los sábados no se trabaja; o que, en ocasiones estamos obligados a desnucar a un burrito?

Tercera. ¿Alguien puede siquiera imaginar que Yavé descienda de los cielos hasta los hombres, y, según interpretación levítica, se dedique a ordenar que se construya un arcón para guardar unas leyes; una mesa para que los sacerdotes puedan comer unos panes; un candelabro para que no tropiecen cuando entren en el tabernáculo; un altar de holocaustos para que aquellos santos sacerdotes cocinen sus meriendas; unas elegantes vestiduras para que el sumo sacerdote luzca el palmito; un incensario, unos perfumes y unos óleos para que los representantes de la “divinidad” inunden son su fragancia el campamento hebreo? Ignoro quién pudo imaginarse semejante cosa, pero, desde luego, es una ocurrencia que califica a su autor. Y, yo me pregunto, ¿quién puede tener capacidad para eso?; ¿quién puede ser tan ocurrente, y después, seguir viviendo de diezmos, primicias, censos, ofrendas y donaciones durante miles de años?

¡A saber!


RESUMEN DEL CAPÍTULO XV

Un mandato es un mandamiento. Existe una notable diferencia entre:

Cláusulas de una alianza pactada con Yavé.

Leyes establecidas para la convivencia de un pueblo nómada.

Mandamientos o mandamientos destinados a la ejecución de nueve trabajos y el respeto a una norma de conducta.

Yavé, cuando ordenó a Moisés que construyese (1) el tabernáculo, (2) el arca, (3) el propiciatorio, (4) el candelabro, (5) la mesa, (6) el altar de los perfumes, (7) el altar de los holocaustos, (8) las vestiduras sacerdotales y (9) los óleos, dio nueve mandatos o mandamientos. El décimo mandamiento fue una orden tajante, para que el pueblo hebreo permaneciese dentro del perímetro del campamento un día a la semana, (10) el Sabbat.

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