CAPÍTULO XIV: EL TESTIMONIO

El contenido del arca (14*1). ¿Qué era o qué contenía el Testimonio? (14*2). El Testimonio (14*3). Lo que en verdad contenía el Testimonio (14*4). Citas bíblicas del Testimonio (14*5). Las tablas de piedra (14*6). ¿Hubo premeditación o fue pura improvisación? (14*7). Las primeras tablas de piedra (14*8). Las segundas tablas de piedra (14*9). ¿Para qué necesita un dios escribir un mensaje a sus fieles? (14*10). Siendo el objeto más valioso, se desestiman el oro y el bronce; ¿por qué en piedra? (14*11-12). ¿Por qué Yavé hace totalmente las primeras tablas y en las segundas solo aporta su escritura? (14*13). ¿Qué sucedió a las primeras tablas? (14*14). ¿Las arrojó al suelo al mismo tiempo o las rompió una a una? (14*15). ¿Cuál era el contenido de las tablas? (14*16). ¿Todo eso en diez palabras? (14*17). ¿Permaneció Moisés dos periodos de cuarenta días en la montaña sin comer ni beber? (14*18). ¿Consintió Yavé en mostrar a Moisés la nave Gloria esos cuarenta días? (14*19). ¿Por qué en el episodio de las segundas tablas, Yavé ordenó a Moisés que subiese solo y muy temprano? (14*20). ¿Con qué palabras, con qué signos o dibujos fueron escritas esas tablas? (14*21). El rey Salomón (14*22). La faz radiante de Moisés (14*23). Moisés penetra en la gloria (14*24). El velo de Moisés (14*25).


EL CONTENIDO DEL ARCA (14*1)


Después de estudiar la Presentación y la Alianza, ahora, en el presente capítulo, nos calentaremos la sesera con la tercera de las cuatro piedras angulares: El Testimonio de las dos tablas.

En Éx. 25, 16, cuando finaliza la orden de la construcción del Arca de la Alianza, Yavé ha dicho a Moisés: En el arca pondrás el Testimonio que yo te daré. Este versículo no será tan identificativo como Éx. 3,14; ni tan impresionante como Éx. 19, 16-20; ni tan prometedor como Éx. 23, 20-23; ni tan útil y provechoso como Éx. 24, 4 ó Éx. 34, 27, sin embargo, por su precisión –esto es para esto–, resulta de una contundencia y de un rigor excepcionales. Y lo es, porque nos señala algo tan categórico que no admite ninguna otra posibilidad de interpretación:

EL ARCA DE LA ALIANZA SERVIRÁ PARA GUARDAR EL TESTIMONIO.

Esta afirmación tan evidente deriva a una lógica deducción: El Testimonio debía ser algo verdaderamente muy importante, puesto que su custodia es una de las cláusulas de la Alianza pactada con Yavé; porque además, justifica la construcción del arca donde será depositado, y porque, indirectamente, motiva el montaje del Tabernáculo que a su vez cobijará ese arcón.

Y aquí deseo resaltar otra evidencia irrefutable:

LOS ÚNICOS Y LEGÍTIMOS UTENSILIOS MATERIALES (NO METAFÍSICOS) QUE NOS ENTREGÓ YAVÉ SON SÓLO DOS: EL TESTIMONIO Y URIM-TUMMIM.

Nota. Por su propia esencia, no podemos estimar como utensilios ni las perdices ni el maná; y por su provisionalidad, tampoco incluimos el complemento del bastón de Yavé.

Quizás ese arcón, tal y como se afirma en las Escrituras, tenga más utilidades, y en él, se puedan depositar otros objetos como la vara de Arón y el tarro de maná en conserva. Tal vez sea así; sin embargo, yo no lo creo. Y como entiendo que en el transcurso de este trabajo también quedará suficientemente establecido que el arca tampoco contenía, ni Mandamientos ni Leyes, y saltando sobre la discusión bizantina acerca de la posibilidad de que ese cofre, tal y como consta en algún comentario de la Torah, tuviese adosado un estante-librería, al final, lo que resulta más que evidente es que el Arca contendrá el Testimonio. Así, pues, nos vamos directamente al asunto.

En Dt. 31, 9 consta: Y escribió Moisés esta Ley y se la dio a los sacerdotes, hijos de Leví, que llevaban el arca del pacto...

Bien, además de recordarnos que los sacerdotes eran levitas, son al menos tres las conclusiones que se pueden extraer del anterior versículo: 1. Que Moisés escribió una Ley; 2. Que se la dio a los hijos de Leví; 3. Que los hijos de Leví llevaban el arca del pacto.

De momento, sólo de momento, vamos a prescindir de las dos primeras conclusiones y únicamente nos dedicaremos a la tercera:

Los hijos de Leví llevaban el arca del pacto.

− ¡Vale!, me dirán algunos; todos sabíamos ya que los sacerdotes llevaban el arca. Pero, ¿qué pretendes resaltar con eso?

Pues, pretendo resaltar, ni más ni menos, que si estaba siendo transportada a otro lugar era, sencillamente, porque el arca ya estaba construida cuando Moisés dio la Ley a los sacerdotes. Y esta deducción es muy reveladora como veremos casi inmediatamente.

En la Torah, unos versículos después, en Dt. 31, 25-26, se dice: ...ordenó Moisés a los levitas que llevaban el arca del pacto del Eterno, diciendo: Tomad este Libro de la Ley y ponedlo al lado del arca del pacto del Eterno.

Aquí se reitera que los levitas llevan el arca, y se hace constar con meridiana claridad, que el libro debe ser colocado al lado del arca. Y yo, que en ocasiones no me entero, pregunto: ¿Al lado del arca, es dentro del arca?

Recapitulemos:

Por una parte, Yavé ha dicho a Moisés en Éx. 25, 16: Y pondrás dentro del arca las tablas del testimonio que yo te daré. Y esto, aunque no queramos, nos dice con toda claridad que lo que debe ponerse dentro del arca son las tablas del testimonio que Yavé entrega a Moisés, y advirtamos, que el Señor de la Gloria no hace mención de la Ley de Moisés.

Por otra parte, Moisés dice: Tomad este libro de la ley y ponedlo al lado del arca... Esta frase también nos indica con toda exactitud, que la Ley que ha escrito el profeta debe ser depositada al lado del arca, y en ningún momento está diciendo que debe ser introducida dentro del arca.

Por lo tanto:

Si Yavé no ordenó la construcción del arca para depositar mandamientos, leyes o reglamentos, sino que ha entregado a Moisés las Tablas de su Testimonio para que sean depositadas en el interior de ese arcón.

Si a continuación y para transportarlo, se ha cerrado esa arca ––mejor diríamos, se ha sellado esa arca––.

Si, como en su momento veremos, Yavé ya no está con los hebreos, puesto que el pueblo se está alejando del monte Sinaí –supongo que nadie pensará que Yavé anduvo dando vueltas por el Sinaí durante cuarenta años–.

Y, por último, si Moisés dice que la ley debe depositarse junto al arca, deberíamos preguntarnos:

¿De dónde y de quién ha salido la iluminada especulación que afirma que dentro del arca estaba la Ley de Moisés?

Pero, con independencia de estas dudas, de estas certezas y de mis más o menos acertadas o erróneas interpretaciones acerca de la totalidad de productos y artículos a depositar en el interior de aquel contenedor conocido como el Arca del Testimonio, nos encontramos con una realidad que resulta incuestionable: en el mismo instante de ordenar la construcción del arca, Yavé informa que allí dentro se colocará su testimonio. Y esto nos conduce a una pregunta de capital importancia:


¿QUÉ ERA O QUÉ CONTENÍA EL TESTIMONIO? (14*2)


Al Testimonio, o lo que es lo mismo, a las dos Tablas de Piedra, se las ha llamado Tablas de Yavé, Tablas de Moisés, Tablas de la Ley, Tablas de los Mandamientos, Tablas de la Alianza, Tablas de las Diez Palabras y, por supuesto, Tablas del Testimonio. De todas estas formas, con todos estos nombres y con alguno más, han sido conocidas por más de medio mundo, y desde hace miles de años, esas dos losetas de piedra que Yavé entregó a Moisés y que éste introdujo en el arca. No obstante, prescindiendo de las milagrosas revelaciones a iluminados o piadosamente sugestionados:

NADIE HA SABIDO CON CERTEZA, Y POR LO TANTO NADIE HA PODIDO AFIRMAR CON ABSOLUTA SEGURIDAD, QUÉ ES LO QUE CONTENÍAN ESAS TABLAS DE DURA PIEDRA.

Además, ese desconocimiento, aunque parezca algo extraño y resulte poco comprensible, no es extraño ni incomprensible; esa ignorancia sobre el contenido de las Tablas de Piedra está muy justificada.

Pero, ¿por qué está justificada?

Pues, sencillamente, porque en este asunto sucede algo que, sin ser milagroso, resulta asombroso:

Hasta varios siglos después, concretamente, hasta el reinado de Salomón, nadie leyó las Tablas del Testimonio.

Y, CUANDO DIGO QUE NADIE LAS LEYÓ, QUIERO DECIR EXACTAMENTE ESO, QUE NO LAS LEYÓ NADIE.

¿Y por qué nadie leyó esas tablas?

Pues existen dos razones, y ninguna de ellas resulta, más decisiva ni menos determinante que la otra.

La primera razón es que nadie sabía leer su contenido.

Para que nos entendamos:

Por mucha y muy grande que fuese la cultura y preparación de Moisés; por muchos idiomas que dominase (egipcio, hebreo, arameo, madianita, amalecita, etc.), ni él, ni los sabios poliglotas bajo sus órdenes, entendían ni media palabra de la escritura de Yavé. En este mismo capítulo veremos mi lógico fundamento para esta afirmación.

Nota: En la actualidad todavía existen documentos que no han podido se descifrados.

La segunda razón que justifica la ignorancia de los hijos de los hombres sobre el contenido de las Tablas del Testimonio es, sencillamente, porque no fueron escritas por Yavé para ser leídas en aquellos tiempos. Las tablas eran un mensaje para nosotros, para los hombres de generaciones muy posteriores. Y, si no resultase excesivamente presuntuoso −que no lo es−, yo me atrevería a decir que ese mensaje estaba destinado a los hijos del hombre de nuestra actual generación.

Yavé, sobre dos tablas de piedra, escribió un comunicado para los hombres. Ese documento se lo entregó a Moisés para que fuese guardado dentro de un arca que había sido dotado de autodefensa y que sacudía unas descargas eléctricas de mucho cuidado. Moisés obedeció la orden, y allí las depositó. El arcón quedó cerrado y bien cerrado. Y…, y eso es todo. Por lo tanto, la auténtica realidad es que de esas tablas solamente sabemos que eran aquello que Yavé dijo que eran: un testimonio.

−Vale; pero, ¿qué es un testimonio?


El TESTIMONIO (14*3)


Son varios los posibles significados de la palabra testimonio:

Prueba —recordemos que Moisés dijo a los hebreos que Yavé había venido a probarles; y que probarles puede significar darles pruebas—.

Pero además de prueba, testimonio también puede significar: alegación, aseveración, atestación, atestiguación, certificación, credencial, declaración, demostración, evidencia, formulación, legalización, legitimación, manifestación, proclamación, revelación y testificación. O sea, una auténtica exhibición de sinónimos. Y ahora, antes de seguir adelante, deberemos admitir que en ninguno de sus numerosos significados la palabra testimonio es sinónima de ley, mandamiento, código, reglamento o decálogo. Y después de resaltada la evidente evidencia de que no existe la más mínima relación entre alguno de esos cinco sustantivos y un testimonio y, sin olvidar los sinónimos, nos vamos al diccionario.

Según la Real Academia Española, TESTIMONIO es: “Declaración con que se afirma o se confirma la veracidad de algo. Cosa que prueba o confirma la veracidad de algo.” En otras definiciones de diferentes diccionarios, un testimonio es: “Atestación o aseveración de una cosa. Instrumento autorizado por escribano o notario en el que se da fe de un hecho… Prueba, justificación o comprobación de la certeza o verdad de una cosa”.

Bueno, pues no era tan difícil. En realidad, si uno lo piensa bien, o por el contrario decide pensarlo mal, resulta que el asunto es bastante fácil. Después de muchos siglos ya sabemos que el Testimonio era eso: Un testimonio.

Entonces, si el Testimonio es un testimonio, o lo que es lo mismo, si el Testimonio es una prueba, una evidencia, una demostración, en definitiva es una testificación testimonial, ¿por qué se ha insistido tanto y durante tanto tiempo diciendo que era otra cosa?

Pues, sencilla y simplemente, por la misma razón que se producen muchos casos absurdos y suceden gran número de acontecimientos incomprensibles: por unas deducciones milagreras erróneas, disparatadas y, por supuesto, por interpretaciones sórdidas e interesadas.

En este caso los reverendos sórdidos y los venerables interesados interpretaron:

Yavé ha hecho un pacto con los hombres, ha ordenado unos mandamientos y ha consentido unas leyes y códigos. ¿Vale?

−Vale.

A continuación ha dicho a Moisés: Escribe todo esto. ¿Vale?

−Vale.

Y para finalizar, ha entregado al profeta unas tablas de piedra, y ha dicho que las deposite en el arca. ¿Vale?

−Vale.

Por lo tanto, no existe ni la menor duda: El Testimonio tiene que ser, por fuerza, una recopilación del pacto, de los mandamientos y de las leyes. ¿Vale?

−No, no vale. No, interesadillos señores sacerdotes; están ustedes muy equivocados. Las cláusulas del pacto no las escribió Moisés para guardarlas en un cofre, sino, como muy bien dice el profeta en Dt. 31; 10, 11, 25 y 26 para ser depositadas junto al arca, leídas y comentadas al menos cada siete años. Lo que sí que se debía guardar en ese arcón era un documento en piedra escrito por Yavé, que él mismo les entregó, y que llamó, o mejor dicho calificó, como prueba o testimonio.

Y aquí me gustaría efectuar una declaración que posiblemente facilitará una mejor comprensión sobre el comportamiento de ciertos individuos:

Los hijos del hombre, no todos por supuesto, tenemos una evidente propensión a dar crédito a las afirmaciones de las clases dirigentes –políticas o religiosas–, siempre y cuando se aproximen a nuestro pensamiento o nuestras creencias. Y eso es un error. Aunque no todos sean así, un considerable número de políticos y religiosos de “alta graduación”, gozan de ese estatus de dirigentes, sólo por ser capaces de presuponerse más inteligentes que los demás y entender que se encuentran en mejor disposición para mentir, trepar y luchar por conseguir poder. Y, en lo que se refiere a mentir, trepar y luchar por el poder, nadie pone en duda que esas gentes gozan de una gran capacidad. Sólo nos asaltan los más fundados recelos cuando se les atribuye una superioridad de tipo intelectual. Y, si alguien duda de esta afirmación, que cuente: ¿Cuántos políticos profesionales han sido eminentes investigadores y científicos que pusieran su sabiduría y su ciencia al servicio de la humanidad? “Piquitos de oro”, o como ellos dicen grandes oradores, encontrará un buen número; individuos “arreglamundos”, capaces de convertir una atroz mentira en una verdad políticamente correcta, encontrará muchos más; pero dirigentes con los que el hombre esté en deuda, de esos encontrará muy, muy pocos. Y eso que siempre se han procurado los más eficaces medios de propaganda.

Confío que esa gente de alta graduación no me perdone por pensar así.

Nota. La escasa simpatía que siento por el político profesional tiene su fundamento en la actitud del individuo que se presentan ante el resto de sus hermanos con estas sencillas y humildes palabras:
“Ciudadanos y ciudadanas: Yo he visto que no tenéis capacidad suficiente para organizar y administrar vuestras casas. No os preocupéis, yo lo haré por vosotros. Yo sí que gozo de esa facultad de la que vosotros carecéis. Yo me ocuparé de vuestra salud, vuestra economía, de la educación de vuestros hijos, etcétera. Yo dispondré de una buena parte de vuestro dinero, porque yo sé cómo gastarlo y dónde es necesaria la solidaridad”.
Incluso, algunos políticos profesionales, arrastrados por su modestia, añaden: “Demos gracias a Dios que se ha dignado disponer de mí para solucionar vuestros problemas”.
Y no hablan así porque tengan poder para hacerlo mejor que tú; hablan así, porque a través de los ciudadanos y ciudadanas quieren conseguir el poder. Hay que tener mucha cara para venir a decirte en tu cara que ellos lo harán mejor que tú.
Ésta es, en esencia, la presentación y oferta del político profesional. Y éste es, también en esencia, el origen del rechazo que siento por ellos.
Naturalmente, este sentimiento mío lo expondría mejor un político profesional.
¡Faltaría más!


LO QUE EN VERDAD CONTENÍA EL TESTIMONIO (14*4)


Testimonio es la palabra más importante de todo el Éxodo. Con esto estoy queriendo decir, ni más ni menos, que testimonio es la palabra más importante del documento más importante de la historia de la humanidad.

Nota: Nadie pondrá en duda que las tres religiones monoteístas más conocidas tienen su raíz en el libro del Éxodo.

En el judaísmo, base de las tres creencias, comparte con Yavé lo más esencial de las Escrituras y es citado un gran número de veces. Sólo en el Éxodo, la palabra testimonio es nombrada en veintidós ocasiones. La mayoría de éstas se refieren al arca del Testimonio, y en alguna ocasión se menciona la Tienda del Testimonio. Sin embargo, a nosotros lo que nos importa en este momento no es ni el arca ni la tienda del Testimonio; a nosotros lo que nos interesa es el Testimonio en sí, o sea:

EL TESTIMONIO DE YAVÉ EN LAS DOS TABLAS DE PIEDRA.

Y, si resulta que un testimonio es una prueba, una evidencia, una declaración, debemos preguntarnos: ¿De qué se da prueba o testimonio en esas tablas de piedra?

Pues aquí hemos llegado.

Verá usted, mi paciente lector: Esas tablas de piedra que Yavé entregó a Moisés en el Sinaí, contenían una certificación o un testimonio muy especial. En aquel pétreo documento no se decía: No mates, no robes, no mientas o no prestes dinero con usura; y aunque los sacerdotes se empecinen en ello, allí ni siquiera se mencionaba que debían desnucar un borriquillo en caso de no “rescatarle” con un cordero o con unas monedas para los levitas. No, allí no se decía nada de eso. Aquellas placas de piedra contenían:

“Una prueba, una certificación, un manifiesto, un testimonio, haciendo constar que no estamos solos en el universo; que Yavé había venido a nuestro mundo para conocernos y ayudarnos.”

Ni más, ni menos.

Naturalmente, y como es lógico, con el permiso de los señores sacerdotes.

Hace todavía pocos años, exactamente en 1972, nosotros, los hijos del hombre, los habitantes del planeta Tierra, hemos imitado a Yavé. Sí, señores, nosotros hemos remedado al Señor de la Gloria, y hemos enviado a través del Cielo de los Cielos, un testimonio; nuestro testimonio. La sonda Pioneer 10 lleva una placa de oro con un mensaje para una posible inteligencia lejana a nuestro planeta. En esa chapa pretendemos dar una prueba o testimonio de que estamos en el universo. Y por cierto, en esa placa-testimonio tampoco se menciona la posible obligación de desnucar a un burro.

Nota: Insisto en lo del burrito por gastar algo de Tolerancia Cero en burlarme de los malditos idiotas que lo incorporaron a las Escrituras como palabras de Yavé.

En ese testimonio, en nuestro testimonio, en un lenguaje ideográfico, hemos dado contenido a la siguiente información:

Uno. Estamos aquí: se presenta un dibujo de nuestro sistema solar, y, desde el tercer planeta contando a partir del sol, sale la cápsula espacial.

Dos. Somos así: dos figuras humanas: un hombre y una mujer.

Tres. No somos muy lerdos, pues, además de saber construir cápsulas espaciales, tenemos otros conocimientos: Transición del átomo de hidrógeno; equivalente binario del ocho; localización por la posición relativa del sol en la Vía Láctea a 14 púlsar.

Cuatro. Para finalizar, y no pudiendo evitar nuestra condición de seres humanos, nos permitimos una pequeña-enorme mentira: el hombre muestra alzada y abierta su mano derecha en una presumible señal de paz y amistad. Por supuesto, en ese mensaje no existe pretensión de mentir, pero sí mucha, muchísima ingenuidad. Y no existe dolo-trampa en ese gesto, porque un inmenso número de los hijos del hombre, posiblemente recibirían a los moradores del universo con los brazos abiertos; pero tampoco se puede poner en duda que otro sector de seres humanos, con una mayor o menor dosis de heterofóbico mosqueo, desconfiaría mucho antes de estrechar la mano de un extraterrestre y, sin la menor duda, un tercero y muy considerable grupo de cordiales pobladores de este planeta, siguiendo las invitaciones de Wells y Welles, a la menor oportunidad lanzaría contra ellos un furibundo ataque. Así pues, de señales de amistad en nuestro mensaje-testimonio, sí, pero menos.

Ese intento de la Pioneer (1972) para establecer comunicación con inteligencias extraterrestres, fue complementado con el Mensaje de Arecibo (1974) y, posteriormente, (1977) con los Voyager.

Nota: Estas científicas iniciativas, además de mostrar la creencia en la existencia de otras inteligencias, proclaman el acierto de Yavé al dejarnos su testimonio.

Cuando Yavé y sus ángeles estuvieron aquí fue su voluntad dejar constancia de ello, a fin de que, transcurrido el tiempo y avanzada la cultura, el hombre supiese, mejor dicho, el hombre recordase, que no estaba sólo. En aquellos momentos, Yavé en persona informó a Moisés y a su pueblo. Pero quiso ir más allá, y por esa razón, también lo dejó escrito en un documento, dando así un testimonio para las futuras generaciones. Y, posiblemente, ese mensaje fue ampliado en las segundas tablas, incluyendo reseñas e información complementaria, que ellos sabían que supondría una inestimable ayuda para los hijos del hombre.

Sin embargo, “alguienes” nos robaron. No fueron ni Moisés, ni Arón, ni aquellas gentes a las que podemos identificar como la primera generación del Sinaí. Fueron los siguientes –varias generaciones después–, los levitas y los sumos sacerdotes titulares y dueños de la sabiduría; y, por supuesto, la copiosa y exuberante colección de sabios e iluminados. Todos ellos, por simple fanatismo o por sacar beneficio, ocultaron la verdad e inventaron una imposible serie de fantasías con paraísos celestes y terribles infiernos. De esta manera y durante siglos, despojaron a nuestros padres de la preciosa e insustituible verdad; les privaron de su libertad y les impidieron cumplir su parte del pacto firmado en el Sinaí.

¡Ojalá Dios les perdone, cuando mi tolerancia 0 y yo, se lo pidamos!


CITAS BÍBLICAS DEL TESTIMONIO (14*5)


La primera vez que nos encontramos con una referencia al Testimonio es en Éx. 16, 34, cuando se recomienda guardar un vaso de maná: Arón lo depositó ante el Testimonio, para que se conservase. Por no saber leer ni interpretar las palabras, se entendió que el maná se depositaría en el interior del arca. Pero en ese versículo no se dice que el vaso de maná debía ponerse en el dentro del arca, sino ante el testimonio. Y tengamos en cuenta, que en ocasiones, el arca era denominada como el testimonio.

De todas formas, como se ve, ya estamos a vueltas con la magia. Según cuentan las “iluminadas crónicas”, al parecer el Testimonio, o tal vez el arcón donde estaba depositado, habían sido dotados del poder para conservar aquello que su colocase en su proximidad. Al menos eso se creyó, o se pretendió que se creyese en un determinado momento. Además, ese poder de conservación debía de ser de una gran efectividad y formidable eficacia, puesto que el maná, según Éx. 16, 20, se echaba a perder en menos de un día.

No obstante, yo admito que esa creencia posee un cierto fundamento, y comprendo la intención de Yavé cuando ordenó que, junto al arca, fuera guardado un recipiente con maná. Pero, por supuesto, no con el producto elaborado, sino una simple medida de las semillas de aquel alimento que, sembrado, cosechado, molido y cocinado, podría resultar muy útil para el hombre. Y con toda seguridad, aquel “granulado fino” con sus principios activos, no caducaban a las veinticuatro horas.

Así, pues, no nos engañemos, el arca no tenía ninguna misión frigorífica y el Testimonio por supuesto tampoco. Ni lo tuvieron en el primer momento al ser construidos, ni lo tenían siglos después cuando se abrió el arca al ser depositado en el “templo” de Salomón, puesto que en su interior, tal y como consta en I Reyes 8, 9: No había en el arca ninguna otra cosa más que las dos tablas de piedra que Moisés deposito en ella en Horeb…

Por lo tanto, dentro del arca no había indicios de ningún recipiente de “conserva de maná al vacío”, ni de la famosa vara de Arón, y desde luego, no se encontró ni el menor rastro de mandamientos o de códigos. Claro que, si lo miramos bien, esto tampoco tiene una gran significación. Aquel arcón que abrió Salomón en Jerusalén, por mucho que se pretenda afirmar lo contrario, y tal y como veremos en su momento, tenía ya muy poco en común con el arca verdadera; con aquel arcón que fue diseñado por Yavé y construido en el Sinaí.

Por otra parte, volviendo a Éx. 16, 34, debemos tener en cuenta que cuando se dice que Moisés depositó el maná ante el Testimonio, éste todavía no le había sido entregado por Yavé y el arca no había sido construida. Claro que, siempre se puede alegar que Arón puso la muestra del maná después de construir el arca, o que el maná empezó a recibirse después de que Yavé hiciera entrega del Testimonio. Pero yo insisto en que, ni el testimonio ni el arca tenían, ni de lejos ni de cerca, la misión de conservar alimentos por muy “milagrosos” que estos pudiesen resultar.

En Éx. 20, 16 se menciona la palabra testimonio utilizándola con otro significado: “No testificarás contra tu prójimo falso testimonio”. He recogido aquí esa frase, aunque en realidad no tenga ninguna relación con la esencia del Testimonio, con el único propósito de resaltar, o por lo menos para hacer notar, que la palabra testimonio es empleada en las Escrituras como sinónimo de prueba, de justificación, de testigo. De esta forma intento evitar que “alguien” pretenda argumentar diciendo, que en aquel tiempo, la palabra testimonio era equivalente a la palabra ley o mandamiento.

En Éx. 22, 12 se dice: Si el animal hubiese sido despedazado, lo traerá para testimonio, pero no pagará nada por el animal despedazado. En este versículo se demuestra, igualmente, que la palabra testimonio es usada como equivalente a evidencia o prueba. Por lo tanto, haciendo gala, una vez más, de nuestra (mayestática) merecida fama de prodigiosa machaconería, podemos confirmar que testimonio no tiene ni la menor relación con leyes, mandamientos o códigos.

En Éx. 25, 10-15, Yavé ordena la fabricación de un arca; a continuación, en el versículo siguiente, o sea, en Éx. 25, 16, es cuando dice: En el arca pondrás el testimonio que yo te daré. Y, como una ratificación, después que en los versículos sucesivos del 17 al 20, ordenase la construcción del propiciatorio con sus querubines, en el versículo 21, Yavé insiste y dispone: “Pondrás el propiciatorio sobre el arca y dentro de ésta, el testimonio que yo te daré”.

¡Señores sacerdotes! Aunque no lo consigan, traten de entender: Yavé dice a Moisés que construya una caja con su tapa y, que en su interior, debe poner “algo” que él entregará. “Algo” a lo que llama prueba, atestiguación, certificación o testimonio. Con esto debería ser más que suficiente, por muy sacerdotes que sean o por mucha que sea su habilidad para evitar comprender.

Señores sacerdotes: Remito a ustedes al Cartel de memoria del final del prólogo.

Sólo en el libro del Éxodo, la palabra testimonio es citada en veintidós ocasiones. Y veintidós veces son muchas veces; y además, todas muy importantes. Aunque solamente fuese por la reiteración con que es mencionado, debemos entender que el algún momento de la historia de la humanidad el Testimonio fue muy, muy apreciado. Demasiado valorado como para pensar que su contenido consistía en unas elementales, y ya muy conocidas leyes básicas de convivencia entre los hombres, unidas a la primitiva legislación de un pueblo de pastores nómadas. Por lo tanto, de leyes, códigos, reglamentos, ordenanzas y mandamientos, nada de nada.

Que eso lo hubiese hecho Hammurabi hasta puede resultar lógico. Para eso era un rey, y si deseaba poner un poco de orden en su imperio precisaba de una legislación. Pero lo que ya no parece tan lógico es asegurar que Yavé vino a nuestro planeta varios siglos después de Hammurabi, para decir y hacer lo mismo..., sólo que un poco peor, y desde luego, mucho menos completo. Y todavía resulta menos lógico, pretender que nos creamos, que después dio la orden para que aquel plagio de leyes quedase guardado en un baúl.

Y, si he afirmado que un poco peor, es porque existe una notable diferencia en calidad y cantidad a favor de Hammurabi. Si realizamos una comparación del código legislativo encontrado en Susa (Babilonia), con los Diez Mandamientos y el Código de la Alianza de los hebreos, y aunque en los dos textos se mantenga la rigurosa Ley del Talión, la diferencia a favor del rey de Caldea es muy notable. Y esto también es fácilmente cotejable.


LAS TABLAS DE PIEDRA (14*6)


Si hemos decidido aceptar que el testimonio es un testimonio, ahora deberemos tratar con alguna intensidad el tema de esas Tablas de Piedra, que constituyen el soporte material sobre el que Yavé escribió ese testimonio.

Y, vamos a entenderlo de una vez:

Yavé no dejó una información para aquellas gentes sumidas en la oscuridad cultural de la Edad del Bronce; tampoco dirigió su mensaje para los brotes lúcidos, pero insuficientes, de la cultura griega o romana; ni, por supuesto, para el fanatismo y la precariedad intelectual del Medievo; ni siquiera concedió crédito a las gentes del glorificado Renacimiento. Yavé depositó un comunicación escrita para los hombres y las mujeres de hoy; para las primeras generaciones de hijos del hombre, a quienes los avances de la ciencia y la sociedad, han facilitado la posibilidad de comprender. Y tal vez sería una opción inteligente no despreciar el regalo y comprenderlo.

También debemos entender, que es muy posible que Yavé escribiese otro mensaje, y que, quizás lo hizo de alguna manera que nosotros todavía no somos capaces de descubrir o de comprender; pero lo que es indudable y no admite el quizás, es que Yavé dejó un mensaje para los hijos de los hombres y, que lo hizo tal y como estos usaban en aquellos tiempos: por escrito y sobre unas tablas o planchas de piedra. Pero, como acabo de sugerir, deberíamos considerar la posibilidad de que ese mensaje lo dejase también en algún otro lugar de nuestro mundo o de nuestro universo más próximo. Porque, nadie, aparte de aquellos que todos sabemos, tendrá la humorada de asegurar que Yavé, cuando vino a este planeta, sólo visitó el Sinaí y solamente allí dejó su mensaje-testimonio.

Claro, que si Yavé solamente entregó ese exclusivo mensaje y, si únicamente nos dejó constancia de su paso por este planeta mediante una pétrea comunicación depositada en manos de una tribu de pastores, debió ser porque tenía de los hombres una opinión ciertamente muy generosa. Y puesto que Yavé no se equivoca, yo no tengo más remedio que insistir en que dejó otro u otros mensajes. A menos que… a menos que Yavé no amase a los hombres como un padre, sino como un hermano. ¡Que todo puede ser!

Pero, aunque todo puede ser, y reconociendo la prudencia de nuestros visitantes, que sin la menor duda sabían de la insensatez de los hijos del hombre, nunca dejé de creer que Yavé no se limitó a dejar un único juego de dos tablas. Sin embargo, nada en las Escrituras parecía darme apoyo en esa casi certidumbre. No obstante…

No obstante, meditando insistente y detenidamente sobre la posibilidad de un segundo mensaje, sí pude encontrar un asidero para mis suposiciones.

Y, ¿dónde pude hallar la ansiada respuesta?

Pues, ¿dónde va a ser?: En el Libro del Éxodo.

Éxodo 32, 15-19:

Moisés descendió de la montaña con las dos tablas de la Ley en sus manos, escritas por los dos lados, en sus dos caras. Las tablas eran obra de Yavé, y la escritura, escritura de Yavé grabada en las tablas. Oyó Josué el fuerte griterío del pueblo y dijo a Moisés: “Grito de guerra hay en el campamento.” Moisés respondió: “No es griterío de victoria, ni griterío de derrota; es griterío de canto”. Cuando se fue aproximando al campamento, advirtió el becerro y las danzas. Entonces, inflamado en cólera, arrojó las tablas y las rompió al pie de la montaña.

Veamos ahora Éxodo 34, 1-4:

Yavé dijo a Moisés: “Prepárate dos tablas de piedra, como las primeras que tu rompiste, y escribiré obre ellas las palabras de las otras. Procura estar listo para mañana, sube de madrugada a la montaña del Sinaí y allí, en su cumbre, preséntate a mí. No suba nadie contigo, ni se vea a nadie en toda la montaña. Ni siquiera ovejas o bueyes pasten frente a la montaña”. Hízose Moisés con dos tablas semejantes a las primeras, y levantándose de madrugada, subió a la montaña del Sinaí, como se lo había mandado Yavé, llevando consigo las dos tablas de piedra.

Lo queramos o no, estos versículos nos conducen a una incuestionable realidad: Existieron dos juegos de Tablas de Piedras.

Por supuesto, no voy a negarlo: Yavé hace alusión a la rotura de las primeras tablas. No obstante, no puede pasarnos desapercibido el más que evidente despropósito que se percibe cuando se efectúa una lectura sensata de ese relato de Éx. 32.

A mí, personalmente, nunca me ha convencido ese episodio, en el que un iracundo Moisés rompe las Tablas de Piedra. Y me parece sospechoso por dos motivos diferentes.

Por una parte, no es que sea un incoherente despropósito, es que ni siquiera es comprensible esa airada reacción de Moisés al episodio idólatra de los hebreos. Y por otra parte, tampoco parece muy razonable que Yavé, ni una sola vez, le reprochase esa acción.

Respecto a este último comentario quiero recordar que Yavé, como ser inteligente y justo, está predispuesto a comprender y perdonar; pero su tolerancia nunca significa indiferencia. Por esa razón es por lo que amonesta y demanda explicaciones siempre que los comportamientos no son los adecuados. Y la actuación que el cronista atribuye a Moisés no es la más correcta.

Pero obviando la ausencia de reproches, nos centraremos en la iracunda actuación de Moisés. Y, para ello, permítanme una descriptiva parábola aplicable al versículo diecinueve del capítulo treinta y dos del Éxodo:

“En aquel tiempo…, el primer ministro y embajador de un poderoso rey visita un país con el que recientemente se ha establecido una relación de amistad y se ha pactado una alianza. Ese primer ministro, que casualmente se llama Moisés, lleva en su cartera un importantísimo tratado del pacto redactado por su rey. Al llegar a la capital del país se encuentra con disturbios en las calles causados por los enemigos de ese acuerdo.

¿Y saben ustedes cual es la ocurrencia de embajador?

Pues la reacción del diplomático no es otra que pillar un formidable “rebote”, y destruir airadamente aquellos valiosos documentos que habían sido escritos por la propia mano de su rey.

Luego, sofocada la rebelión, aquel poderoso rey que había concebido, redactado y firmado el documento de la alianza, no reprocha su actuación de su embajador y, únicamente se limita a mostrar su descontento contra los revolucionarios a quienes pretende castigar. Apaciguado por el mismo ministro destrozón, el rey decide repetir el trabajo y redactar otros documentos del pacto, confiando y rogando a Dios, para que estos nuevos manuscritos cojan de mejor humor al embajador y tengan más suerte.

¿Vale?

−Pues no; no vale. Ni en la parábola, ni en el relato del Éxodo.

¿Qué quieren que les diga? No parece ni muy lógico, ni muy real. Y, lo menos que se puede pensar, es que esa crónica está mal hecha, o que en el mejor de los casos, falta algo. Eso sí, siempre se puede alegar que los caminos de Dios son inescrutables, y lo que pretendía y decidió esa divinidad, era tener la posibilidad de hacer dos veces el mismo trabajo. Y posiblemente sea así, yo no soy quien para ponerlo en duda; tal vez los caminos de Dios sean insondables, pero los caminos de Yavé son siempre rectos y despejados, y por supuesto, muy comprensibles.

Así, pues, como consecuencia de la movida de Éxodo 32, tenemos dos juegos de tablas de piedras.

Y también tenemos algunas nuevas dudas nacidas en el extraño relato de Éxodo 34.

— ¿Extraño?

—Sí, extraño; o al menos, sorprendente. ¿Qué le importa a Yavé que Moisés suba solo o acompañado por Josué? ¿Por qué debe subir temprano? ¿Por qué no deben aparecer por la montaña ni hombres ni ganados?

— ¿Quién puede saber con certeza las intenciones de Dios?

— Seamos serios; olvidemos los misterios y los ocultos designios. Busquemos el significado de las palabras y el sentido de las frases.

Yavé, en esos versículos, está ordenando a Moisés una actitud, una conducta, que se puede definir en una sola palabra: DISCRECIÓN. Sube temprano; que no te acompañe nadie; y que no haya nadie por allí rondando. Y todo con una única intención: Que nadie pueda ver si Moisés es portador de las primeras tablas —rotas o íntegras—, o si solamente lleva las dos tablas nuevas sin grabar.

Así, de esta manera tan sencilla, por el simple método de hacer un duplicado –o una segunda edición, corregida y aumentada−, Yavé se asegura la existencia a un mensaje de repuesto. Uno de esos juegos de tablas será depositado en el arca; el otro, quedará en poder de su amigo Moisés.

Luego, con el transcurso del tiempo, cada juego de tablas siguió un camino y un destino diferente. Las primeras tablas, aquellas que fueron depositadas en el arca, desaparecieron cuando se construyó la Casa del Arca en Jerusalén —quien no lo crea, debería recordar que la última vez que fueron admiradas fue durante la consagración del “Templo de Salomón” (ver Libro Primero de los Reyes, capítulo octavo, versículo noveno); después, nunca, en ningún lugar, fueron vistas de nuevo—. Las otras tablas, las que obraban en poder de Moisés, también desaparecieron en otro interesantísimo momento; en el episodio relatado en el último capítulo del Libro del Deuteronomio:

Yavé lo enterró en el valle, en la tierra de Moab, enfrente de Bet Fogor… (Dt. 34, 6)

¿Qué fue lo que enterró Yavé al pie del monte Nebo? ¿A Moisés? ¿A las tablas? ¿A Moisés con su más preciado tesoro: el testimonio de su amigo?

De cualquier forma, y después de escuchar al profeta de Brooklyn, todo aquel que esté interesado en la localización de las Tablas de Piedra del Testimonio, al menos debería consultar con otros dos representantes del pueblo judío: Salomón y Jeremías de Anatot.

“En algún sitio, algo increíble espera ser descubierto por el hombre”.
(Carl Sagan)

Nota: Ver subtítulo El final del arca en el capítulo de las Vestiduras Sacerdotales.

Y ahora me permito rogar a los lectores que, después de meditar unos segundos sobre el hecho de que Yavé vino al planeta Tierra y dejó un testimonio (o dos) escritos sobre unas pequeñas losas, intentemos contestar a esta pregunta, que si no es excesivamente importante, al menos es interesante para poder identificar el proceder de nuestros visitantes:


¿HUBO PREMEDITACIÓN O FUE PURA IMPROVISACIÓN? (14*7)


Como digo, no es que resulte de una gran trascendencia, pero, tanto la pregunta como la respuesta nos pueden aportar un punto de autoestima.

La existencia de dos juegos de tablas y, sobre todo, la reseña de que el primero de ellos había sido hecho totalmente por Yavé, parece que nos está informando sobre un acto premeditado y decidido con anterioridad. Pero, si tenemos en cuenta que, ya desde su primera referencia, esas tablas son descritas como de piedra, se hace difícil aceptar que Yavé hubiera salido de su pueblo portando un mensaje escrito en piedra y destinado a los hombres. Y, si no fue así, si resultase ser un acto improvisado y decidido sobre la marcha, ¿qué pudo impulsar a Yavé a obrar de esa manera?; ¿simpatizó con nosotros?; ¿tal vez los hombres, con nuestra lúcida necedad, nuestra generosa cicatería y nuestra poderosa fragilidad, logramos penetrar en su corazón?

−Tal vez.

El caso es que, posiblemente, Yavé no fuese portador de ningún documento para dejar en la Tierra; pero, no obstante, antes de ausentarse decidió legar un testimonio de su presencia, e incluso habilitó un sistema para que permaneciésemos en contacto con él. Aquel pueblo expulsado de Egipto, atemorizado, acosado por otras tribus, hambriento y con un más que incierto porvenir, gozaba de los atributos necesarios para conmover el corazón de Yavé, propiciar su afecto y suscitar su compasión. El Señor del Cosmos, a pesar de no gozar de una naturaleza divina dotada de infinita misericordia, decidió ayudarnos; y lo hizo, sencillamente, porque era una buena persona.

Pero no son éstas, ni mucho menos, las únicas incertidumbres que nos dejan esos versículos. Lo cierto es que todo aquello relacionado con las Tablas de Piedra del Testimonio resulta demasiado interesante como para relegarlo y no intentar profundizar un poco más. Así, pues, veamos qué es lo que dicen las Escrituras.


LAS PRIMERAS TABLAS DE PIEDRA (14*8)


De las primeras tablas, el segundo libro del Pentateuco nos dice:

Éx. 24, 12-18: (12) Dijo Yavé a Moisés: “Sube a mí al monte y estate allí. Te daré unas tablas de piedra, y escritas en ellas las leyes y mandamientos que te he dado, para que se las enseñes”. (13) Y se levantó Moisés con Josué, su ministro, y subieron a la montaña de Dios. (14) Y dijo a los ancianos: “Esperadnos aquí hasta que volvamos. Quedan con vosotros Arón y Hur; si alguna cosa grave hay, llevadla a ellos”. (15) Subió Moisés a la montaña, y la nube la cubrió. (16) La gloria de Yavé estaba sobre el monte y la nube la cubrió durante seis días. Al séptimo llamó Yavé a Moisés de en medio de la nube. (17) La gloria de Yavé parecía a los hijos de Israel como un fuego devorador sobre la cumbre de la montaña. (18) Moisés penetró dentro de la nube y subió a la montaña quedando allí cuarenta días y cuarenta noches.

Nota. El versículo doce presenta un evidente añadido levítico. En realidad, el original era así: (12) Dijo Yavé a Moisés: “Sube al monte y estate allí. Te daré unas tablas de piedra.
Todo lo demás, lo de las leyes, mandamientos, etcétera, es pura filfa sacerdotal.

Éx. 31, 18: Cuando hubo acabado Yavé de hablar a Moisés en la montaña del Sinaí, le dio las dos tablas del Testimonio, tablas de piedra, escritas por el dedo de Dios.

Éx. 32, 15-16: Volviose Moisés y bajó de la montaña, llevando en las manos las dos tablas del testimonio, que estaban escritas de ambos lados, por una y otra cara. (16) Eran obra de Dios, lo mismo que la escritura grabada sobre las tablas.

Éx. 32, 19: Cuando estuvo cerca del campamento, vio el becerro y las danzas; y encendido en cólera, tiró las tablas y las rompió al pie de la montaña.

Hasta aquí lo que consta en el libro del Éxodo respecto a las primeras tablas de piedra. Estaríamos obligados a comentar cada uno de estos versículos, pero resaltemos solamente cinco puntos:

Primero. Que Moisés, desde antes de subir al monte, ya sabía que estaría ausente un considerable número de días, o sea, que estaba al tanto de que no sería un sube y baja; y, por lo tanto, deja nombrados a sus sustitutos y organizado su alejamiento. (Éx. 24, 14)

Segundo. Que la nube cubrió la montaña durante seis días. Repito: seis días. No dice cuarenta días; solamente afirma que durante seis días la nube cubrió la montaña. (Éx. 24, 16)

Tercero. Que al séptimo día, fue cuando Moisés penetró en la nube. (Éx. 24, 18). O sea, que la nube −sería más adecuado decir la nave−, llevaba seis días en la cima de la montaña cuando Moisés se adentró en ella y desapareció.

Cuarto. Que la Gloria parecía fuego devorador. (Éx. 24, 17)

Quinto. Que Moisés desapareció durante cuarenta días.

Ahora, después de estas cinco acotaciones, y si les parece bien, aquí lo dejamos; ya lo retomaremos más adelante. Y esto no es una amenaza, solo pretende ser una promesa.


LAS SEGUNDAS TABLAS DE PIEDRA (14*9)


De las segundas tablas, el Libro del Éxodo nos dice:

Éx. 34, 1-4: Yavé dijo a Moisés: “Haz dos tablas de piedra como las primeras y escribiré en ellas lo que tenían las primeras que rompiste, (2) y está pronto para mañana subir temprano y presentarte a mí en la cumbre de la montaña. (3) que no suba nadie contigo (ni Josué), ni parezca nadie en ninguna parte de la montaña, ni oveja ni buey paste junto a la montaña”. (4) Moisés talló dos piedras como las dos primeras, y, levantándose muy temprano, subió a la montaña del Sinaí, como se lo había mandado Yavé, llevando en sus manos las dos tablas de piedra.

(5) Yavé descendió en la nube y se detuvo allí junto a él.

La nube-gloria de Yavé se detiene (se posa) a escasos metros de Moisés. Éx. 34, 5 nos presenta una escena impresionante.

Como ya vimos en el capítulo titulado la Alianza, los versículos siguientes, hasta el veintisiete, contienen una parte de la verdadera alianza, pero también unas cuantas pequeñas chapucillas añadidas posteriormente por los levitas, pero ni una ni otras inciden en el tema de las tablas. Una vez finalizado ese remiendo legislativo que fue introducido en cuña para intentar otorgarle alguna legitimidad, se continúa con el asunto de las Tablas del Testimonio.

(28) Estuvo Moisés allí cuarenta días y cuarenta noches, sin comer y sin beber, y escribió Yavé en las tablas los diez Mandamientos de la Ley. (29) Cuando bajó Moisés de la montaña del Sinaí traía en sus manos las dos tablas del Testimonio y no sabía que su faz se había hecho radiante desde que había estado hablando con Yavé. (30) Arón y todos los hijos de Israel, al ver como resplandecía la faz de Moisés, tuvieron miedo de acercarse a él. (31) Llamólos Moisés, y Arón y los jefes de la asamblea volvieron y se acercaron y él les habló. (32) Se acercaron luego todos los hijos de Israel, y él le comunicó todo lo que había mandado Yavé en la montaña del Sinaí. (33) Cuando Moisés hubo acabado de hablar, se puso un velo sobre el rostro. (34) Al entrar Moisés ante Yavé para hablar con Él, se quitaba el velo hasta que salía; después salía para decir a los hijos de Israel lo que se le había mandado. (35) Los hijos de Israel veían la radiante faz de Moisés, y Moisés volvía después a cubrir su rostro con el velo hasta que entraba de nuevo a hablar con Yavé.

Nota. El versículo 28 sufrió otro piadoso añadido. Sencillamente decía así:
(28) Estuvo Moisés allí cuarenta días y cuarenta noches. O lo que es lo mismo: Desapareció Moisés durante cuarenta días y cuarenta noches.
Eso del ayuno y los mandamientos es pura invención de los imaginativos sacerdotes.

De la lectura y el estudio de los anteriores versículos y de algunos otros que de una forma más o menos directa inciden en esta materia, me han surgido un buen número de preguntas, de las que únicamente he seleccionado unas cuantas. Como los lectores –si todavía quedan más de uno–, podrán comprobar inmediatamente, algunas de las preguntas son bastante más interesantes que sus respuestas. Esto sucede, porque, igual que en otras muchas facetas de la vida, aquí resalta una abrumadora realidad que hace ver que: Suele ser mucho más fácil plantear incógnitas que resolver problemas.

Y después de hacer notar que el astuto escriba evita aludir al contenido de las tablas, y se limita a poner en boca de Yavé: “...escribiré en ellas los que tenían las primeras que rompiste”, pasamos al cuestionario.


¿PARA QUE NECESITA UN DIOS ESCRIBIR UN MENSAJE A SUS FIELES? (14*10)


Si de verdad Dios es Dios, no necesita para nada escribir un mensaje. Dios no escribe cartas; Dios no envía e-mails ni telegramas; Dios no redacta testamentos ni testimonios; y, posiblemente, Dios ni siquiera hace Declaración de Renta. Pero si Yavé no es Dios; si Yavé es un ser procedente de algún punto del universo —y por lo tanto, viene del cielo—; si Yavé es quien el mismo afirma ser cuando dice: YO SOY YO, en ese caso, hizo lo que debía hacer y dejó en manos de los hijos del hombre una información escrita dando un testimonio.


SIENDO EL OBJETO MÁS VALIOSO, SE DESESTIMAN EL ORO Y EL BRONCE; ¿POR QUÉ EN PIEDRA? (14*11-12)


Como ya hemos visto, cuando los hijos del hombre hemos enviado nuestro Testimonio a las estrellas hemos utilizado el oro; de esta forma, hemos demostrado a Yavé que nosotros somos más rumbosos. ¿Alguien lo dudaba? Pero, lógicamente, el Señor de la Gloria, cuando excluyó el oro y utilizó la piedra, no lo hizo por tacañería sino por dos razones muy razonables:

Primera. La piedra es un soporte idóneo para escribir un mensaje destinado a perdurar.

Segunda. La piedra, en sí misma, no despierta la codicia.

Las tablas de piedra eran un documento; y en aquella época, los documentos se solían escribir en tablillas de arcilla, en pequeños tableros de madera, en ostracones, en papiros de cañas entretejidas o en pergaminos de pieles curtidas.

Nota. Para prácticas en la escritura o para documentos no duraderos, se utilizaban tablas de piedras muy bien pulidas (basaltos, dioritas, granitos, pizarras); sobre ellas, usando carbón, yeso, cal, oxido de hierro, etc. disueltos en agua, se pintaban los signos que después eran borrados una y otra vez.

Pero cuando eran documentos muy importantes y se pretendía para ellos una larga duración, el texto no se pintaba sino que se esculpía en esas placas o planchas de piedra que en los textos bíblicos son denominadas tablas. La piedra Rosetta es una tabla de basalto. También, en ocasiones, se escribía sobre monolitos o en cilindros de distintos materiales que, si bien es cierto que a veces eran de cobre, con gran frecuencia eran de piedra. El citado Código de Hammurabi está escrito en un monolito cilíndrico de diorita.

De todas maneras me gustaría precisar que las tablas de arcilla (el soporte más utilizado sobre el que se solía escribir), solían ser unas baldosas o ladrillos de diferentes tamaños y de un notable espesor. Hago esta aclaración para que nadie pueda imaginar que las tablas eran finas planchas de arcilla cocida o secada al sol. Todo lo contrario. Cuando se pretendía una duración, tenían un grosor considerable con el fin de obtener una elevada consistencia. Sin embargo, Yavé, debió entender que la piedra era más resistente que el ladrillo y que, al no poseer por sí misma valor material sería menos codiciada que el oro, la plata, el bronce y demás metales; dos características que ayudarían a evitar su fractura o su expolio. Y esa es también mi esperanza secreta. El arca, el propiciatorio, la mesa y el candelabro, es muy lógico, que al estar construidos en oro (bronce o cobre) fuesen codiciados, y por lo tanto estuviesen expuestos a robos y saqueos, pero un par de piedras que sólo contenían unos extraños signos, ¿qué codicia podían despertar?, ¿por qué molestarse siquiera en destruirlas? Estas son las razones en las que se reafirma mi secreta esperanza, y me hacen confiar en que, tal vez, existan todavía.


¿POR QUÉ YAVÉ HACE TOTALMENTE LAS PRIMERAS TABLAS, Y EN LAS SEGUNDAS SÓLO APORTA SU ESCRITURA? (14*13)


En primer lugar, es muy probable, por no decir absolutamente seguro, que Yavé no diera orden a sus ángeles para que cortasen tablas de piedras y que luego él escribiese sobre ellas. En la nave Gloria habría maquinaria y material para fabricar una especie de pasta de cemento. Por lo tanto, nadie talló un pedrusco para obtener esas primeras tablas de piedra. Así, pues, cuando a propósito de las segundas tablas, en Éx. 34, 1 se dice: Haz dos tablas de piedra como las primeras… deberemos entender que eran como las primeras, pero no tan como.

No se puede saber con absoluta certeza la razón por la que Yavé ordenó a Moisés que le facilitara la piedra para las segundas tablas. Tal vez se hizo patente que aquellas primeras tablas “prefabricadas” eran muy poco resistentes y que el documento era demasiado importante como para dejarlo escrito en unos ladrillos de arcilla o barro cocido. Por esta razón, y con el mejor criterio, Yavé ordenó a Moisés que cortase unas losetas de piedra gruesa y resistente, en las que después grabó el mensaje del Testimonio.

A estos efectos deberíamos tener muy en cuenta, que las gentes de aquel pueblo que conducía Moisés, serían hebreos, serían de origen caldeo, serían israelitas, pero también, y tal como la misma Séfora afirma en Éx. 2, 19, eran egipcios. Allí, en el país de las pirámides, de la esfinge, de las grandes estelas y monolitos de piedra habían nacido ellos, sus padres y sus abuelos; y en ese increíble país, la artesanía de labrar y tallar el granito, el basalto, el mármol y todo tipo de piedra, se puede afirmar, sin mentir ni un poquito, que no era del todo desconocida. El arte de cortar unas tablas de piedra lo dominaban como los ángeles, y si me apuran, lo hacían mejor que los propios ángeles. Por esa razón, Yavé encarga a Moisés que le facilite el soporte material para el segundo documento.


¿QUÉ SUCEDIÓ CON LAS PRIMERAS TABLAS? (14*14)


Por otra parte, ese capítulo treinta y dos, si se lee con atención, presenta algunas irregularidades, o al menos, tal y como hice constar en la parábola del diplomático destrozón, una más que evidente carencia de lógica. Veamos lo que se desprende de la lectura de los versículos del quince al veinte:

Al parecer, Moisés permanece en lo alto de la montaña durante cuarenta días sin comer ni beber. Transcurrido ese tiempo, Yavé le hace entrega de unas tablas de piedra para que las guarde en el arca. A continuación, Moisés desciende de la montaña portando de esas dos tablas de piedra y, al advertir la idolatría del pueblo, inflamado en cólera (léase con un rebote considerable) rompe las tablas.

Esto es lo que se dice. Pero ahora meditemos con un poco de lógica. No debemos olvidar que hasta los milagros más milagrosos, están obligados a presentar una mínima apariencia de sensatez y, desestimando la opinión de los arrebatados místicos, un dios que se precie no efectúa la prodigiosa curación de un tirano y al mismo tiempo permite la muerte de un niño con cáncer. Y si yo estoy en un error y ese dios lo permite, ni es Dios, ni es un dios, ni es nada. O al menos, no es mi Dios.

Casi todo el mundo conoce por referencias el paraje en el que la tradición mantiene que sucedieron estos acontecimientos, pero, aunque yo discrepe sobre esa ubicación, entiendo que debo adaptarme a esa opinión generalizada que, por supuesto sin fundamento, sitúa la escena de entrega del Testimonio en el interior del macizo montañoso al sur de la península del Sinaí.

En esa cordillera de la península del Sinaí, entre otros muchos, encontramos al menos dos picos, el Jebel Sirbal (montaña de la Red o de la Malla) y el Jebel Musa (montaña de Moisés) –a estas pétreas moles me he referido en la introducción a la segunda parte–. Estas dos cimas, con la lógica de lo absurdo, se han disputado entre sí el privilegio de radicar un suceso que, muy posiblemente, no ocurrió en ninguno de los dos sitios. Luego, de estas dos cumbres, por dislocadas seudodeducciones, y con el objeto de dar cabida en sus proximidades a los seiscientos mil infantes, a las mujeres, a los niños, al resto de la advenediza muchedumbre que les acompañaba y al ganado, la balanza de la insensatez se inclinó por el Jebel Musa, despreciando incomprensiblemente al Jebel Sirbal. Pero bueno, la tradición es así; y si ellos se lo pasan bien, y mientras no sea lesivo para los hombres ni suponga una perversa intención, nuestra obligación es respetar sus ocurrencias.

En la cima de ese Jebel Musa, el pico conocido como Montaña de Moisés, a unos dos mil trescientos metros de altitud, lo que hay en la actualidad es un par de pequeñas edificaciones de índole religiosa; pero entonces, en los tiempos de la visita de Yavé, lo que había únicamente, era una especie de pedriza –por llamarlo de alguna manera–, sumamente irregular, donde durante cientos de milenios, la erosión del agua y del viento, había dejado al descubierto un gran número de rocas.

Cumbre del Monte Sinaí. (Jebel Musa)

Pues bien, allí, dentro de una poco acogedora cavidad existente muy cerca de la cumbre, es donde, al parecer, pasando un frío considerable, un anciano permanece sin comer y sin beber durante cuarenta días y cuarenta noches. Puesto que no merece la pena, desistimos de la intención de efectuar comentario alguno, y continuamos con la interpretación del episodio reflejado en Éxodo, 32.

Unas planchas de piedra del tamaño que siempre nos ha sido mostrado, pueden tener un peso aproximado y mínimo de dos kilos cada una. Y resulta, que bajar de una montaña como el Jebel Musa por senderos de guijarros sueltos, no es precisamente un paseo por un parque, y menos para un anciano que no ha comido en más de un mes, y menos todavía, si además, y como sucede en el presente caso, en cada mano lleva un buen peso. Sin embargo, lo que realmente para Moisés debió resultar intolerable y predisponerle a romper las tablas, fue volver la cabeza y observar como Josué, un mocetón de poco más de veinte años, caminaba detrás de él con las manos en los bolsillos; quieras o no, eso chincha mucho.

Y puesto que sabemos que las tablas que ha roto Moisés eran dos, nos planteamos otra pregunta:


¿LAS ARROJÓ CONTRA EL SUELO AL MISMO TIEMPO O LAS ROMPIÓ UNA A UNA? (14*15)


Si estampó las dos a la vez, podemos considerarlo como ataque de ira −de esta manera fue representado este suceso por el holandés Rembrandt−. Pero, si primero rompe una tabla y luego destruye la otra, ya se podría calificar como una rabieta −de esta otra forma interpretó el famoso episodio el pintor francés Nicolás Poussin en su cuadro titulado Adoración del Becerro de Oro−.

Lo que yo entendería como más comprensible y racional, a pesar de no existir ninguna razón que lo documente, es lo siguiente:

Como consecuencia de ese acto de idolatría con el Becerro de Oro, se desencadenó un combate que no fue precisamente un zipizape de patio de colegio, puesto que en él, y aunque yo personalmente opine que ya serían algunos menos, se afirma que murieron tres mil hombres. Durante esa lucha las tablas pudieron desaparecer, e incluso existe la posibilidad, de que algún iracundo fanático se las arrebatase a Moisés y las destruyese, y que, después, para evitar daños mayores y un posible castigo de Yavé a todo el pueblo, Moisés asumiera toda la culpa, y que Yavé, aceptando la explicación, prefiriese no insistir en el asunto y diese por buena la versión de su enviado.

Y ya que estamos en ese episodio, quiero resaltar o al menos hacer notar, que esta lucha sangrienta y fratricida, vino al pelo a la tribu de los hijos de Leví, ya que este encarnizado suceso fue después el motivo y fundamento para la elección de los levitas como defensores del tabernáculo; lo cual también puede resultar una miajita sospechoso; sobre todo, si recordamos que fue un levita llamado Aarón, quien estaba en el origen del incidente.

Y dijo que resulta una miajita sospechoso, porque unos versículos antes (Éx. 32, 11), Moisés intercede ante Yavé para que no se castigue al pueblo por ese asunto del Becerro de Oro; y luego, pocos versículos después (Éx. 32, 27), el mismo Moisés organiza una terrible matanza para castigar ese mismo suceso. Un suceso que, como he dicho, se salta a la torera la poco afortunada intervención de Aarón, y beneficia directamente al resto de los levitas; que por cierto, ¡Oh, casualidad! eran los encargados de redactar la crónica.

Sean éstas las verdaderas causas del fatal desenlace de las primeras tablas, o sea otra cualquiera, el caso es que Yavé, al parecer, y según se desprende del relato, conoció un poco más a los hombres, y advirtió, que teniendo en cuenta el trato que aquélla gente había dado al Testimonio, la tablas debían ser bastante más resistentes. Para poner remedio, ordenó a Moisés que cortase unas losetas más recias. En el capítulo titulado El Arca del Testimonio se hará una reflexión sobre las dimensiones y la notable resistencia de las Tablas de Piedra del Testimonio.

De todas formas, si esas tablas no habían desaparecido, y únicamente estaban rotas, eso no significa que fuesen desechadas, sino que, entendiendo que eran muy quebradizas, y puesto que ya estaban terminadas, era más lógico aprovecharlas y dejar una especie de mensaje de repuesto. Reconozco que es una bonita ilusión, una posibilidad alentadora; que resultaría maravilloso que hubiese sucedido así, y que, por lo tanto, aquellas primeras tablas salidas de las manos de Yavé conteniendo su excepcional mensaje, y como un ‘glorioso’ antecedente de la piedra Rosetta, estuviesen todavía ocultas esperando ser descubiertas. Lo cierto es que las tablas estaban hechas; que en ningún versículo consta que fueran retiradas por Yavé y que nadie ha encontrado los trozos.

Nota: Recordemos la hipótesis apuntada en el subcapítulo Las Tablas de Piedra.


¿CUÁL ERA EL CONTENIDO DE LAS TABLAS? (14*16)


En Dt. 4, 13 Moisés dice refiriéndose a una orden de Yavé: Os promulgó su alianza y os mandó guardarla: los diez mandamientos, que escribió sobre las tablas de piedra.

Esto es lo que dicen que dice. Pero si olvidamos los milagros, las revelaciones y, excluyendo la socorrida fe que mueve montañas, dejando las cordilleras en su sitio, reconoceremos que nadie puede afirmar con rotundidad, que estas palabras fuesen pronunciadas por Moisés. Y, aún reconociendo su autoría, lo que sí que podemos declarar con seguridad es que Moisés no entendería ni media palabra de lo que escribiese Yavé. En estas circunstancias, resulta muy comprometido mantener la infundada declaración de que las Tablas de Piedra contenían los Diez Mandamientos. Al menos, aquellos mandamientos que prohíben bajo pena de muerte trabajar los sábados, y aquellas llamativas normas de conducta conocidas como el Código de la Alianza, entre los cuales encontramos la orden de desnucar a un borriquillo recién nacido. Además, para redactar esos diez mandamientos, Yavé no hubiese tardado cuarenta días.

En este trabajo, y como una de sus teorías, se mantiene la hipótesis de que esas dos tablas de piedra, que como sabemos estaban escritas por el “dedo” de Yavé, contenían el mensaje que una civilización extraterrestre dejaba para los hombres del planeta Tierra. Y no deberíamos desestimar, y mucho menor olvidar, que al estar constituido por dos losas escritas por las dos caras, ese mensaje testimonial constaba de cuatro páginas, y eso, con toda seguridad también debe tener algún significado. Por esa razón, recordando que eran dos tablas, y rechazando la posibilidad de que Yavé escribiese dos mandamientos y medio en cada una de esas cuatro caras, mi “razonablemente insensata” teoría sostiene, que la comunicación de los Señores del Universo, probablemente estuviese organizada, en al menos cuatro grupos o apartados, perfectamente diferenciados entre sí y que serían:

1. Identificación o presentación; 2. Leyes o códigos de conductas; 3. Parte informativa y didáctica; 4. Medicina, laboratorio y farmacia.

¿Les parece mucho? Pues, es lo mínimo. Yo no dejaría menos información al despedirme de unas gentes que necesitasen desesperadamente un ‘testimonio’ de ayuda y esperanza. Y eso que yo no soy un dios; ni siquiera un venturoso iluminado; simplemente, sería un buen vecino.

En la primera agrupación, Yavé se identificaría, haciendo constar con signos, dibujos, mapas celestes, cifras o fórmulas matemáticas, la parte del universo de la que eran procedentes, su sistema solar —doy por supuesto que su galaxia es la Vía Láctea—, su estrella o sus estrellas más significativas, su planeta o mundo de origen, su cultura, su aspecto y constitución física, etcétera.

En la segunda sección quedaría constancia de su ética, de su forma de pensar y actuar (de sus mandamientos), y con toda seguridad se manifestaría y se haría resaltar sus buenas intenciones y su respeto para con los pobladores del cosmos –algo, que en transcurso de su estancia entre nosotros quedó muy patente, y que los hombres de buena voluntad agradecemos sinceramente−.

En la tercera parte quedaría registrada una demostración de sus avanzados logros y el progreso de su civilización; sus conquistas y adelantos en el campo de las ciencias, y en particular, en la física y en la química. Aquí, como gesto de buena voluntad, y posiblemente también mediante dibujos y representaciones, se proporcionarían sistemas, procedimientos, formulas y ecuaciones matemáticas con los correctos resultados a las incógnitas planteadas; se transmitiría información básica para obtener energía limpia y económica. También aquí, en esta tercera agrupación de informes, es donde podría existir una descripción técnica detallada para la fabricación de un aparato de radio y de sus antenas, las instrucciones para su funcionamiento, sus claves de comunicación, las frecuencias, etc., etc. En resumen, señalarían y detallarían los caminos para conseguir soluciones a una infinidad de enigmas de nuestra civilización. Y aquí sí, en este tercer apartado es donde podrían estar incluidos los auténticos diez mandatos-mandamientos; esos diez verdaderos mandatos-encargos de Yavé que estudiaremos en el capítulo siguiente.

En la cuarta división se facilitarían remedios y prevenciones para curar y eludir las enfermedades; profilaxis, técnicas quirúrgicas, fórmulas químicas, plantas medicinales y sistemas para utilización óptima de sus principios activos.

Es muy difícil hacerse una idea de la formidable cantidad de información que pudo quedar almacenada por fotolitografía o en unos microchips alojados en esos pétreos documentos.

Naturalmente, toda o casi toda esta información, estaba destinada a generaciones muy posteriores. Yavé y sus ángeles aportaron entonces todo lo que aquellas gentes, por supuesto sin comprender ni media palabra, pudieron asimilar. Luego, con el transcurso del tiempo, los poderes religiosos legalmente establecidos como representantes de la divinidad, procuraron y consiguieron que las gentes permanecieran en aquella magnífica, respetuosa y devota ignorancia, en la cual, el secretismo, la tergiversación, y sobre todo, el codicioso deseo de reservar para sí mismos unos conocimientos que hacían poderosos a quienes gozasen de su posesión, acabaron con toda la inestimable ayuda que aquellos enviados de las estrellas nos habían concedido como regalo para la totalidad de los hombres.

Toda esta información que he reseñado, y que en mi opinión era el maravilloso contenido de las Tablas, es aquello que, como mínimo, se haría constar en un posible mensaje testimonial que los hijos de los hombres decidiesen dejar en un mundo más atrasado, que después de haber estado estudiando durante algún tiempo, tuvieran que abandonar. Por supuesto, ésta es únicamente una conjetura, porque lo cierto es que si alguna vez tenemos la dicha de conocer el contenido de las Tablas de Yavé, la realidad superará en mucho estas suposiciones. Y pueden estar muy seguros, que en el Testimonio de Yavé no encontraremos un mandamiento que ordene, bajo pena de muerte, descansar los sábados.


¿TODO ESO EN DIEZ PALABRAS? (14*17)


Éx. 34, 28: Y Yavé escribió en las tablas las palabras de la alianza, las diez palabras.

Dt. 4,13: ...las diez palabras que escribió en dos tablas de piedra.

Dt. 10, 4: Él escribió en las tablas lo mismo que había escrito antes, las diez palabras que Yavé había dicho en el monte, ...

En diez palabras es seguro que no. Pero tampoco veo fácil resumir en diez palabras los Mandamientos y el Código de la Alianza. Además, para escribir diez palabras no se precisan cuatro páginas ni cuarenta días.

Lo cierto es, que incluso resulta muy difícil definir e identificar lo que en aquellos tiempos y en aquellas culturas se podía entender por "palabra", y nada nos impide pensar que palabra tenía el mismo significado que mensaje, como es evidente en la expresión: la palabra de Dios.

Pero además, y como un mero ejemplo para intentar penetrar en esta cuestión, basta con detenerse a observar el ya mencionado Código de Hammurabi. Allí se pueden advertir diez líneas, que dan forma y redacción al artículo primero de un conjunto de ocho, en las que se legisla sobre la esclavitud. Esas diez líneas se asemejan mucho a diez palabras; sobre todo, así podían percibirlo unos pastores hebreos que, casi con toda seguridad, sólo conocían la escritura egipcia, y eso, los pocos que la conocieran. Pero al mismo tiempo, pudiera suceder que esas diez palabras no significasen únicamente diez líneas sino diez bloques de trazos o de signos, a idéntica manera como en Egipto se usaba en las bases de los escarabajos que, aunque los más abundantes son los de ocho bloques o líneas, también existen de diez divisiones (escarabajo de Tiye de la época de Amenofis III).

Lo que está muy claro es que las tablas estaban concebidas para contener algo más que diez palabras; según lo que nosotros entendemos por palabras.


¿PERMANECIÓ MOISÉS DOS PERIODOS DE CUARENTA DÍAS EN LA MONTAÑA SIN COMER NI BEBER? (14*18)


Eso es lo que dice Éxodo 24, 18 y 34, 28, pero, ¡se dicen tantas cosas! Cuarenta días y cuarenta noches sin comer y sin beber, abrigado con una simple manta de pelo de cabra, en lo alto de una montaña, en un desierto en el que durante la noche hace un frío que pela, debe ser una situación muy dura. Sobre todo para un hombre de los años de Moisés. Yo no me considero una autoridad en el tema, no obstante, el sentido común me insinúa sutilmente, que la supervivencia de cualquier hombre y más si es un anciano, en esas poco seductoras circunstancias debe ser más que problemática. Claro, que si de lo que estamos hablando es de milagros, no solamente cuarenta días sino cuarenta años pudiera estar Moisés en la cima de la montaña, abrigado con una camiseta, sin un mendrugo de pan y sin un botijo.

Pero además, si se piensa un instante, aunque sólo sea un instante, no tienes otra opción que preguntarte: ¿Para qué? ¿Operación biquini?

Si resulta ser un milagro, esa milagrosa abstinencia no supondría el menor mérito para aquel hombre. Veamos: Si un tirano arroja al profeta Daniel al foso de los leones, y estos, incomprensiblemente, se declaran en huelga de hambre, eso podría entenderse como un milagro de la divinidad. Pero, si es el profeta, quien, para pasar el rato, desciende al pozo de los leones, la cosa es muy distinta. Yo no creo que los dioses anden desperdiciando milagros con un individuo que gusta de complicarse la vida.

Entonces, surge la pregunta: ¿Consideró Yavé, como algo necesario, que Moisés estuviese cuarenta días sin come ni beber?

Pues, no. Ni Yavé ni Moisés obtenían utilidad alguna por el hecho de que el profeta siguiera esa dieta tan severa. Si acaso, el único que saldría beneficiado sería Arón cuando en el campamento base al pie de la montaña organizó su famoso “recogimiento”.

Y si profundizamos en esta breve meditación y seguimos pensamos un poco más, advertiremos que resulta muy extraño que durante casi un mes y medio, a Moisés no se le ocurriese, en ningún momento, enviar a Josué al campamento. Esa iniciativa hubiera gozado de un doble fundamento: En primer lugar por su propia subsistencia, y en segundo lugar, para obtener noticias de un pueblo que se encontraba en un estado de ánimo muy confuso e inquieto habida cuenta de su incierta situación, sin una perspectiva de futuro y habiendo desaparecido su líder. Sin la menor duda, hubiera estado muy justificado que en algún momento dentro de esos cuarenta días, Moisés se hubiera preocupado por la situación de su pueblo. Situación que, al parecer, fue la que llevó a aquellas gentes a un acto de idolatría en el asunto del Becerro de Oro.

Y ya puestos a pensar, no tenemos más remedio que reconocer que, si esa actitud atribuida a Moisés no es muy lógica, es todavía mucho más extraño que el mismo Yavé, que pocos días antes y sirviéndose de otro milagroso milagro, se había preocupado del alimento del pueblo y le había proporcionado las codornices y el maná, ahora, sin razón alguna, considerase como absolutamente necesaria la abstinencia de un anciano.

Y después de cavilar sobre todo esto, cabe preguntarse: ¿Qué hacemos con la lógica?; ¿pasamos de ella o intentamos que nos facilite alguna respuesta?; ¿resultará un misterioso misterio sacerdotal?; ¿será un prodigioso prodigio mantener a un abuelo cuarenta días sometido a la más rigurosa de las dietas?

Pues, no. No existen misterios, ni milagros, ni ocultas providencias, ni inescrutables intenciones divinas. La solución, la ansiada y lógica respuesta está también allí, justamente donde tenía que estar, en el libro del Éxodo.

Si leemos y releemos unas cuantas veces más, y muy detenidamente, los versículos que conciernen a este asunto, comprendemos que no existe nada, pero nada, nada, que nos obligue a pensar que durante esos cuarenta días, Yavé, la Nube, la Gloria y Moisés, permaneciesen en la cima de la montaña.

Veamos.

El texto de Éx. 24, 15-18, en realidad sólo habla de seis días cuando dice: Subió Moisés a la montaña y la nube la cubrió durante seis días. Al séptimo llamó Yavé a Moisés de en medio de la nube. La gloria de Yavé parecía a los hijos de Israel como un fuego devorador sobre la cumbre de la montaña. Moisés penetró dentro de la nube, y subió a la montaña, quedando allí cuarenta días y cuarenta noches.

Como se puede apreciar, el texto dice muy claramente que Moisés subió a la montaña y que la nube cubrió (tapó, oculto) la montaña durante seis días. Pero no afirma que Moisés permaneciese en la montaña. Por esta razón dice luego que: Al séptimo llamó Yavé a Moisés. Y, ¿alguien puede decir por qué le llama? Pues sí; alguien puede decirlo: le llama, porque no estaba allí.

Por la razón que sea, aquella semana, de sábado a sábado, Yavé no se ausenta sino que permanece en la montaña. El texto también afirma, que el día séptimo, Yavé llamó a Moisés; que Moisés penetró (entró) en la nube. En el párrafo final se dice que Moisés quedó allí cuarenta días, pero no afirma que la Gloria de Yavé y la nube también estuviesen cuarenta días. Y lo cierto es que, probablemente, después de esos siete días, la Gloria de Yavé no permaneciese allí.

La interpretación lógica es:

La gloria se posa en la montaña; Moisés sube a la montaña y habla con Yavé; Moisés desciende al campamento y organiza su ausencia; la nube oculta la montaña seis días; al séptimo día, Yavé llama a Moisés que sube de nuevo a la montaña y penetra en la nube; Yavé, la Gloria con su nube y Moisés desaparecen durante cuarenta días.

Debemos recordar, que con bastante frecuencia, se refieren a lo mismo cuando mencionan la Gloria o la Nube. En este caso, cuando leemos que Moisés penetró dentro de la Nube, podemos entender, sin efectuar un alarde de interpretación, que Moisés penetró en la Gloria. Esta lógica interpretación se describirá y ampliará pocas páginas después, en el subtítulo “Moisés penetra en la gloria”. Pero ahora, ya que ellos, ya que los piadosos y sabios sacerdotes no lo han hecho, hagámoslo nosotros; y teniendo en cuenta que la nube está sobre la montaña y que Moisés ha penetrado en la nube, sigamos meditando un poquito más.

Si el pueblo acampado al pie de la montaña hubiese estado contemplando durante cuarenta días el fuego devorador de la Gloria, constancia inequívoca de la presencia de Yavé en la cima del monte, con toda seguridad no se hubiese sentido abandonado, y ni siquiera hubiera pasado por su mente la tentación de modelar un becerro de oro y adorarle. Otra cosa muy distinta sería, si la cima de la montaña apareciese completamente despejada y sin la menor señal de Yavé, de la Gloria, y de la nube.

Y si la Gloria no estaba sobre la cumbre del monte de Horeb, lo más probable es que Moisés tampoco se quedase en la montaña, y que luego fuese el pueblo, quien, al no verle descender, supusiera que se encontraba en la cima, e incluso, que había sido arrebatado por Dios. Es bastante significativo lo que aquella gente pensaba al respecto. Veamos las palabras de los hebreos en Éx. 32, 1, cuando instan a Arón a que construya el becerro de oro: “... porque ese Moisés, ese hombre que nos ha sacado de Egipto, no sabemos que ha sido de él”.

Recordemos que el pueblo no puede subir a la montaña y que ni siquiera tiene permiso para acercarse a su base. (Éx. 19, 12-13) En esas circunstancias, Josué no desciende y Moisés está desaparecido. Si a eso añadimos que en la cima de la montaña no está la nube, es bastante lógica la inquietud y consiguiente exclamación de los hebreos: ...no sabemos que ha sido de él.

Sin embargo, Josué, posiblemente sí que permaneciera en la montaña. Según consta en Éx. 24, 13, aunque el joven lugarteniente de Moisés no había sido invitado por Yavé, subió a la montaña para acompañar al profeta. Y si reparamos en Éx. 24, 16, advertiremos que sólo fue a Moisés a quien llamó Yavé: Al séptimo día llamó Yavé a Moisés de en medio de la nube. No se menciona a Josué. Después en Éx. 24, 18, tampoco se le cita cuando dice: Moisés penetró dentro de la nube, y subió a la montaña, quedando allí cuarenta días y cuarenta noches. Y si Josué no fue invitado a subir al monte; si no fue llamado por Yavé desde en medio de la nube; si no se le cita cuando Moisés entra en la nube; y por último, si el ayudante de Moisés no presentó después la faz radiante, es indudable que el joven guerrero permaneció en la montaña. Y, por otra parte, también debemos admitir que no retornó al campamento, puesto que no estuvo implicado en el feo asunto del becerro de oro. Así se pone de manifiesto, cuando después, al descender de la montaña acompañando a Moisés, Josué se extraña del alboroto que había en el campamento.

Los iluminados y yo, estamos obligados a reconocer que no tenemos ni la menor idea del paradero de Josué durante aquellos días, pero de todas formas, la supervivencia de un joven guerrero y pastor en un macizo montañoso, es mucho más verosímil, y por supuesto, mucho menos milagrosa que la de un anciano.

Conclusión sobre los cuarenta días:

Según el relato de Éx. 24, Yavé ha recibido en la cima de la montaña a Moisés, Arón, Nadab, Abiú y setenta ancianos. A continuación todos descienden del monte y regresan al campamento. Sin embargo, la nube no desaparece, permaneciendo en la montaña durante seis días. Al séptimo día, Yavé llama a Moisés que, acompañado por Josué, sube de nuevo a la cumbre. Mientras que el joven se queda en la montaña, Moisés penetra en la nube. A continuación, la nube, la gloria, Yavé y Moisés desaparecen durante cuarenta días.

Un paréntesis:

Según Éx. 24, 16-18 y Éx. 34, 28, Moisés permaneció en la montaña dos periodos de cuarenta días; sin embargo, es sólo después de la segunda vez, cuando desciende con la faz radiante.

−Y, ¿cuál es el motivo para esa faz radiante?

Pues según dice el versículo 29: “su cara se había vuelto radiante durante sus conversaciones con Dios”.

−Entonces, en la anterior ocasión, ¿Moisés no había hablado con Dios? Y, por otra parte, ¿por qué Josué, que en aquella primera ocasión también subió a la montaña, no presenta tampoco la faz radiante?

La respuesta a estas cuestiones es bastante fácil: La faz radiante no es consecuencia de las conversaciones con Dios, sino de la permanencia de Moisés en el interior de la Gloria. En la primera ocasión, ni Moisés ni Josué entraron en la nave; y en la segunda, Josué ni siquiera subió a la montaña. Lo veremos en breve en el subcapítulo titulado: Moisés penetra en la Gloria.

Fin del paréntesis.


¿CONSINTIÓ YAVÉ EN MOSTRAR A MOISÉS LA NAVE GLORIA DURANTE ESOS CUARENTA DÍAS? (14*19)


Según se desprende de las Escrituras, durante esos cuarenta días y cuarenta noches, y mientras se supone que están en la montaña, fue cuando Yavé dio las órdenes a Moisés y le mostró modelos, maquetas y dibujos para la construcción del tabernáculo y de todos los muebles y complementos (Éx. 25, 9 y 40; 26, 30; 27, 8; 31, 6-11). A mí me resulta mucho más fácil imaginar a Yavé ilustrando a Moisés en el interior de la nave, que admitir que el Señor de los Cielos descendía de la Gloria que se encontraba posada sobre la montaña, y día tras día enseñaba y explicaba, al cada vez más famélico y desmejorado Moisés, los planos del “santuario” y su mobiliario.

Por otra parte, no sería muy aventurado pensar que Yavé consintió en mostrar a Moisés la nave Gloria. Es importante tener muy en cuenta que Moisés disfrutaba de la amistad de Yavé, y que al menos en una ocasión, según consta en Éx. 33, 18 el profeta ruega a su celestial amigo que le conceda ver su Gloria, y que, tal y como se aprecia en el versículo siguiente, Yavé consiente y promete en mostrarle su bondad (su magnificencia). Casi inmediatamente después, en Éx. 34, 1, es cuando Yavé ordena a Moisés que haga otras dos tablas y que suba de nuevo a la montaña. Como consecuencia de esta orden, y según ese mismo capítulo en su versículo veintiocho, es cuando Moisés por segunda vez, permanece en la montaña durante cuarenta días. Tal vez fuese entonces cuando Yavé accedió al ruego de Moisés y éste fuera conducido al interior de la Gloria de Yavé. No había mejor oportunidad que en esos cuarenta días. En este mismo capítulo, como he apalabrado, se hará una interpretación de esos extraños y oscuros versículos de Éx. 33, 18-23.

Pero de todas formas, cabe preguntarse: Con Moisés o sin Moisés, ¿dónde estuvo Yavé durante esos cuarenta días?; ¿anduvo por otros puntos del planeta?; ¿decidió tomarse una cuarentena sabática?

Pues, yo no sé dónde fue, pero lo indudable es que estuvo en alguna parte. Y aunque existen antecedentes que afirman que, al menos en una ocasión, Dios descansó el séptimo día, y, a pesar de que nunca nos han informado sobre cuánto tiempo descansó, yo estoy seguro que no permaneció ocioso esos cuarenta días. Y otra cosa también sé: Yavé no vino de vacaciones al tercer planeta de este pequeño sistema estelar.


¿POR QUÉ EN EL EPISODIO DE LAS SEGUNDAS TABLAS, YAVÉ ORDENÓ A MOISÉS QUE SUBIESE SOLO Y MUY TEMPRANO? (14*20)


En Éx. 34, 1-3, Yavé dijo a Moisés: “Haz dos tablas de piedra como las primeras y escribiré en ellas lo que tenían las primeras que rompiste, (2) y está pronto para mañana subir temprano y presentarte a mí en la cumbre de la montaña. (3) Que no suba nadie contigo (ni Josué), ni parezca nadie en ninguna parte de la montaña, ni oveja ni buey paste junto a la montaña”.

Adviértase la orden de Yavé prohibiendo que nadie le acompañe, y que en ningún momento se hace mención de Josué. Queramos o no queramos, y como ya he afirmado, existe una finalidad que puede determinarse en esos versículos que hablan de temprano y sin testigos: DISCRECIÓN Y RESERVA.

Sube tú solo, sube muy temprano y que no se vea a nadie por allí, se asemeja mucho a recomendar: evita llamar la atención e intenta pasar lo más desapercibido posible. Procura que nadie sepa si en tus manos cubiertas con un lienzo, eres portador de las primeras tablas que te di, de las nuevas que tú has tallado o de los dos juegos, el primero deteriorado y el segundo sin grabar todavía. Y, por supuesto, no te subas otra vez al chico; así le evitaremos que se quede en la montaña cuarenta días. De todas formas, después de leer más de cien veces estos versículos dos y tres de Éxodo 34, no he logrado comprender íntegramente la intención de Yavé; sólo su posible decisión de consentir que Moisés penetrase en la nave, justifica, hasta cierto punto, ese cauteloso pasaje. Pero, sea como sea, lo que sí que está muy claro, es que, nuevamente, Yavé deja constancia de lo poco aficionado que es a las aglomeraciones y romerías.


¿CON QUÉ PALABRAS, CON QUÉ SIGNOS O DIBUJOS FUERON ESCRITAS ESAS TABLAS? (14*21)


Como otras muchas veces, el Pentateuco nos contesta con toda claridad:

En Éx. 31, 18, refiriéndose a las Tablas, había dicho: ...escritas con el dedo de Dios. Ahora, aquí, en el capítulo siguiente (Éx. 32, 16) aludiendo a la escritura misma y dice: Y las tablas eran obra de Dios, y la escritura era escritura de Dios, grabada en las tablas.

Cuando hablamos de la palabra escrita, debemos establecer unas mínimas y elementales cuestiones: quién escribe, dónde lo escribe, cuándo lo escribe, qué escribe, para qué lo escribe, con qué lo escribe; en qué o sobre qué lo escribe y en qué idioma lo escribe.

Ya conocemos la respuesta a las siete primeras cuestiones, y sabemos que está escrito por Yavé en el Sinaí y durante los meses de ‘acampada’; que ha escrito un testimonio para dar fe de su estancia entre los hombres; que está escrito por su "dedo" y sobre dos tablas de piedra. Intentemos, ahora, identificar la última: el idioma, los signos gráficos con los que escribe Yavé.

El idioma podía ser caldeo en escritura cuneiforme, egipcio en jeroglífico, hierático o demótico y, por supuesto, en hebreo-arameo con sus signos propios. Pero Yavé no dejó un mensaje solamente para los caldeos, ni para los egipcios, ni siquiera para los hebreos. Yavé dejó un testimonio para todos los hombres, para todos los países de entonces y de muchos siglos después, y por lo tanto, y como más lógico, lo hizo en un idioma y con unos signos propios y sólo conocidos por él. Símbolos gráficos, señales, cifras y dibujos que, para aquellas gentes, eran simplemente escritura de Yavé. (Éx. 32, 16)

Nosotros los humanos, en un hipotético mundo al que hubiésemos accedido, no dejaríamos el mensaje en el idioma de aquellas gentes, y menos todavía si estuviese constituido por un pequeño pueblo donde muy pocos supiesen leer y escribir. Tampoco entregaríamos un testimonio escrito en alguno de los idiomas de nuestro mundo. Nosotros, los hijos del hombre, utilizaríamos un leguaje pictográfico o mejor ideográfico; una serie de signos, figuras y dibujos inteligibles, idóneos para ser descifrados e interpretados por otros seres inteligentes –exactamente como consta en la ya mencionada sonda Pioneer 10–. Además, deberemos reconocer, que aquellos primitivos idiomas no contenían muchas palabras, signos y conceptos, que resultaban absolutamente necesarios para el mensaje que Yavé deseaba dejar a los hombres.


EL REY SALOMÓN (14*22)


Y ahora, algún puntilloso ungido preguntará: ¿A cuento de qué te traes aquí al hijo de David y Betsabé?

Pues verás, aunque a su debido tiempo hablaremos de él, te cuento:

El Libro de Moisés y el Arca conteniendo las Tablas, después de diferentes avatares, habían quedado depositados en la ciudad de Silo. Años después, el rey David organizó su accidentado traslado hasta Jerusalén (I Sam. 3-6; II Sam. 6). Con posterioridad, el rey Salomón construyó la Casa del Arca, un edificio que ha sido siempre identificado como el Templo de Jerusalén. Allí, en el lugar conocido como el Santa Sanctorum (Santo de los Santos), y después de comprobar que sólo contenía las dos Tablas de Piedra, el rey sabio hijo de David, depositó el Arca de la Alianza (I Rey. 8, 9).

Hasta aquí lo que consta en las Escrituras. A continuación, de mi cosecha de la añada de 2007, deseo brindar a los sacerdotes una deliciosa copa que contiene todo un alarde de mi pedante ignorancia. Reverendos, va por ustedes:

Antes de instalar el Arca en el ‘Templo’, Salomón ordenó efectuar copias del Libro de Moisés y del Testimonio de Yavé.

Y, ¿qué pudo inducir a Salomón para hacer algo así? −preguntan los sacerdotes con un tono maliciosillo−.

Pues, lo crean o no los pringosos ungidos, existen varias razones:

Salomón ordenó que se hiciera una copia del Libro de la Ley, porque así lo había dejado ordenado el mismísimo Moisés en uno de sus preceptos. El líder y profeta que había sacado a los hebreos de Egipto, en una demostración de inteligente y prudente previsión, y con la intención de preservar los textos por el sencillo método de hacer un duplicado, y también procurando la convivencia de una dualidad de poderes, dispone, que además de los sacerdotes levitas, la autoridad civil, y para su uso exclusivo, haga una copia de ese libro. Así consta en Dt. 17, 18, cuando, en el momento de regular el comportamiento del futuro rey de Israel, Moisés dice: En cuanto se siente en el trono de su realeza escribirá para sí en un libro una copia de esta Ley…

Y eso es lo que ocurrió. En cuanto se sentó en el trono… Por lo tanto, ya tenemos un duplicado: El Libro de la Ley o Libro de Moisés.

Veamos ahora la razón que impulsó a Salomón para hacer una copia del Testimonio de Yavé.

Cuando el rey sabio abre el arca y comprueba que en su interior sólo se encuentran las tablas (1 Rey. 8, 9), ordena que se hagan copias de ellas. A continuación, deposita las Tablas originales dentro del Arca, y dispone que ésta quede en el Sanctasanctórum. Junto al Arca, coloca el auténtico Libro de Moisés. Antes de morir oculta su copia del Libro en los sótanos del Templo.

Vale —asiente un sacerdote que tiene cara de buena persona—. Hay un sólido fundamento para hacer una copia del Libro de la Ley; pero, ¿por qué duplica las Tablas de Yavé?

Aquí, según mi leal saber y entender, encontramos dos razones:

1ª El inteligente comportamiento de un rey prudente.

2ª La muy “personal personalidad” de ese rey.

Veamos la primera razón:

El rey ordena que se hagan copias, porque años antes de su reinado, según se relata en 1 Sam. 4-6, durante una de las guerras de Israel en tiempos de Samuel, los filisteos se apoderaron del Arca y estuvo a punto de perderse el Testimonio de Yavé. Salomón, reconociendo la excepcional importancia de aquellas tablas de piedra, y recordando que ya en otra ocasión habían sido destruidas por Moisés al pie del monte Sinaí, y que tuvo que ser el mismísimo Yavé quien hiciese un duplicado, decidió que se hiciera una reproducción. De esa forma, si los originales eran dañados, destruidos o robados, al menos quedarían sus réplicas. Esta sería la lógica y adecuada actuación de un rey que no ha pasado a la historia con fama de lerdo.

Veamos la segunda razón:

El vástago de David, seguramente sería un buen hijo que respetaba a su padre y que celebraba el día de la madre; pero, por lo que se deduce de sus actuaciones, hacía lo que le daba la gana y se ponía el mundo por montera. Así, aunque con cierta altanería, justifica su actuación cuando dice en Prov. 25. 2:

“Es gloria de Dios ocultar una cosa, y es gloria de los reyes investigarla”

Así pues, tenemos el Testimonio y el libro de Moisés originales que, bajo la tutoría de los sacerdotes han sido depositados en el Santo de los Santos. Por otra parte, y desconociendo —por el momento— donde quedó oculto el Testimonio, sí que disponemos de una copia del libro de Moisés que ha sido cuidadosamente escondida en los sótanos del templo.

Con el transcurso de los siglos, el libro de la Ley de Moisés, aquel que había quedado a disposición de los farsantes sacerdotes en el Sanctasanctórum, sufrió innumerables modificaciones en su interpretación. Por el contrario, y puesto que estuvo oculto más de trescientos años −hasta el reinado de Josías−, el libro que ordenó copiar el rey sabio se mantuvo inalterable. Por otra parte, después del reinado de Salomón, el Testimonio depositado en el Arca –en caso de que allí siguiera–, por resultar de difícil o casi imposible comprensión, no padeció alteración alguna. ¿Quién y por qué iba a modificar unos textos que no entendían?

Nota: He dicho: “en el caso de que allí siguiera”. Y lo he dicho, porque fue Salomón el último que vio las Tablas del Testimonio. Después de él, nadie les puso la vista encima.

Y aquí deseo efectuar una llamada de atención dirigida a ese lector que siempre desea algo más:

Si Yavé, tal y como indica Éx. 25, 16; 31, 18; 32, 15, 16; 34, 28 y 29, escribió las Tablas del Testimonio, en las que había depositado una pequeña parte de su inmenso saber.

Si Salomón, tal y como consta en 1 Rey. 8, 9 ha comprobado el contenido del Arca y ha echado una ojeada a las Tablas del Testimonio.

Si Salomón, tal y como ordena Moisés en Dt. 17, 18, ha hecho las correspondientes copias del Libro, y posiblemente de las Tablas.

Si Salomón, tal y como de todos es sabido, era un hombre sabio, y como tal un buen observador y un tenaz investigador, es sumamente probable que intentase, por todos los medios, llegar a comprender, al menos una parte, de la información que Yavé plasmó en las Tablas del Testimonio.

Y después de esta llamada de atención, y recordando que a la Casa del Arca en Jerusalén le fue cambiada la titularidad y ha sido siempre conocido como el Templo de Salomón, respondiendo al puntilloso ungido que se extraño por la presencia del rey sabio en este tema, quiero decirle, que este subcapítulo dedicado a Salomón es sólo un anuncio-anticipo de un capítulo complementario titulado Las Tablas de Salomón; en el cual, ampliando mi alarde de pedante ignorancia, pero contando con la inestimable ayuda del profeta Jeremías de Anatot, me deleitaré informando a los doctos sacerdotes sobre cuál fue el paradero de las Tablas del Testimonio de Yavé.


LA FAZ RADIANTE DE MOISÉS (14*23)


Éx. 34, 29: Cuando bajó Moisés de la montaña del Sinaí traía en sus manos las dos tablas del testimonio, y no sabía que su faz se había hecho radiante...

En los comentarios a pie de página de los textos bíblicos que he consultado, se afirma que este fenómeno de la faz radiante es consecuencia de la permanencia de Moisés junto a la gloria de Dios. Y yo me pregunto, ¿en la vez anterior, en la reflejada en el capítulo 24, acaso no estuvo Moisés junto a la gloria de Dios? En los textos sagrados consta que sí, puesto que aseguran que la Gloria de Yavé estaba en la montaña. Y entonces surge la inevitable pregunta: ¿por qué la primera vez no desciende con la faz radiante?

Como veremos muy pronto, todo tiene su explicación.

Antes de iniciar los comentarios sobre la última frase de este versículo 29, recordemos por un momento algo que es muy llamativo, y que, por supuesto, es conocido e identificado por todos los hombres:

En las piadosas representaciones que se han hecho de las divinidades y de seres más o menos “iluminados”, se les ha rodeado de una aureola, un resplandor, una irradiación, incluso de una fosforescencia.

¿Por qué? ¿Cuál es la lógica explicación de esa iluminación?

En mi personal apreciación, esa aureola nos está recordando y mostrando algo que un gran número de hombres, posiblemente desde una considerable distancia, tuvieron la oportunidad de contemplar hace muchos siglos. Desde entonces, generación tras generación, de padres a hijos, fueron transmitiendo entre asombrados y temerosos aquella visión. Yavé, sus ángeles, e incluso durante algún tiempo el propio Moisés, unos en la lejanía y otros en la proximidad, sin ser unos “iluminados”, mostraban una luz, se presentaban radiantes y rodeados de resplandor.


MOISÉS PENETRA EN LA GLORIA (14*24)


La respuesta a estas preguntas sobre la faz radiante del profeta, está relacionada con la más que probable entrada y posterior estancia de Moisés en la Gloria durante casi un mes y medio. Abundando en una cuestión planteada anteriormente −cuando me he referido a los cuarenta días que Moisés había permanecido en la montaña−, y cumpliendo una promesa que ya he comprometido en un par de ocasiones, creo que éste es el momento y el lugar adecuado para tratar de dar una interpretación de lo que realmente sucedió.

Con la venia de los Señores Sacerdotes:

En un momento de gran confianza y evidente comunicación entre Yavé y Moisés, el profeta pide al Señor del Cosmos que le permita ver la Gloria. Este importantísimo episodio, que ruego lean muy detenidamente, es relatado por el Cabildo Sacerdotal de esta absurda e incomprensible manera en Éx. 33, 18-23:

(18) Entonces Moisés dijo a Yavé: “Déjame ver tu gloria”. (19) Él le contestó: “Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad y pronunciaré delante de ti el nombre de Yavé; pues concedo mi favor a quien quiero y tengo misericordia con quien quiero.” (20) Y añadió: “Pero mi rostro no podrás verlo, porque nadie puede verme y seguir con vida”. (21) Yavé añadió: “Aquí hay un sitio junto a mí; ponte sobre la roca. (22) Al pasar mi gloria, te meteré en la hendidura de la roca y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado. (23) Luego apartaré mi mano, para que veas mis espaldas; pero mi rostro no lo verás.”

Ahora, después de haberlo leído con mucha atención el parrafito, yo pregunto a los lectores: ¿alguno de ustedes ha pillao?

Nadie, absolutamente nadie en estos últimos tres mil trescientos años ha podido entender estos versículos. Y cuando hablo de entender, estoy hablando de entender, y estoy prescindo absolutamente de la fe, la revelación, los misterios insondables y los ignotos designios de la divina providencia.

Veamos ahora si nosotros conseguimos algo. Para empezar, y para ponernos en situación, voy a proponerles un nuevo ejemplo parabólico:

In illo tempore…, en aquel tiempo..., usted, discreto lector, pidió a un amigo que le enseñase su casa. Pues bien, deléitense recordando la respuesta que recibió de su coleguilla, que pasando de pasota, llegó al grado de desganao desaborío cuando le contestó:

Te voy a mostrar mi bondad y voy a pronunciar mi nombre; porque yo hago misericordia con quien me da la gana. Ahora súbete en una roca para contemplar mi llegada. Cuando yo me presente, te meteré en la hendidura de la roca y cubriré tus ojos para que no puedas verme; después, cuando yo termine de pasar, puedes mirar mi espalda.

Usted, si todavía posee alguna capacidad para reaccionar, sólo puede exclamar:

Vale tío, me encanta cómo te explicas; pero, ¿me vas a enseñar tu casa o no?

Sin embargo, la interpretación de esas distorsionadas y sacerdotales palabras de Éx. 33, 18-23, no resulta demasiado difícil. No obstante, y para una más fácil comprensión, fraccionemos estos versículos.

Entonces Moisés dijo a Yavé: “Déjame ver tu gloria”

¿Qué hay más lógico que procurar conocer el maravilloso alojamiento-viajero donde se albergará ese amigo que se aleja de ti?

Entonces Moisés dijo a Yavé: “Déjame ver tu gloria”, muéstrame la Roca.

Él le contestó: “Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad…”

Estas palabras no presentan la menor dificultad para su interpretación:

Yavé contesta a Moisés: Yo mostraré ante tus ojos toda la magnificencia de mi gloria…

“… y pronunciaré ante ti el nombre de Yavé”;

¿Cuál es el significado de esta frase? Veamos:

Pronunciaré delante de ti, puede significar: nombraré ante ti; declararé ante ti; revelaré ante ti. O sea:

… y te revelaré el nombre de Yavé.

Y, mucha, mucha atención, porque esto es importantísimo:

¿Qué es lo que se va a revelar?

Va a revelar a Moisés el nombre de Yavé. Va a desvelarle, ni más ni menos, el TETRAGRAMATON, o sea, las cuatro grafías; las cuatro letras; las cuatro cifras; los cuatro signos o claves que contiene su nombre.

Nota. Como una más de las pautas para conocer los cuatro números del TETRAGRAMATON (YHWH), deberíamos considerar que:
A) Los números, letras o signos segundo y cuarto son iguales entre sí.
B) Los números, letras o signos primero y tercero no son iguales entre sí.
C) Los números primero y tercero no son iguales a los números segundo y cuarto.
Sea como fuere, las diez mil combinaciones contenidas entre 0000 y 9999, se han reducido a SETECIENTAS VEINTE. Al menos, eso creo yo.

Entendámoslo: Yavé, además de mostrar su gloria a Moisés, le facilita la clave de acceso a él. Pero, no nos equivoquemos: Yavé no nos lo revela a nosotros, sólo se lo desvela a su amigo y embajador. Por esa razón dice:

…pues concedo mi favor a quien quiero y tengo misericordia con quien quiero.”
…pues no concedo mi amistad y mi favor a todo el mundo”

Y añadió: “Pero mi rostro no podrás verlo, porque nadie puede verme y seguir con vida”.

Yavé recuerda a Moisés una advertencia que ya ha realizado en varias ocasiones:

“Pero te recuerdo que no puedes ver mi rostro. En ello te va la vida”.

Yavé añadió: “Aquí hay un sitio junto a mí; ponte sobre la roca.
Ponte junto a mí; acompáñame a penetrar en la roca.

Al pasar mi gloria, te meteré en la hendidura de la roca…
Al llegar mi gloria te mostraré la puerta…

…y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado.
… y te apartaré con mi mano hasta que yo haya entrado.

Luego apartaré mi mano, para que veas mis espaldas; pero mi rostro no lo verás.”
Luego permitiré que me sigas; ponte detrás de mí; pero no pretendas ver mi rostro”.

Y, de igual forma que antes los hemos fraccionado, ahora los unimos de nuevo los versículos de 18 al 23 de Éxodo 33:

Yo mostraré ante tus ojos toda la magnificencia de mi Gloria-Roca, y solo a ti revelaré el nombre de Yavé, pues, no concedo mi amistad y mi favor a todo el mundo. Y añadió: Pero te recuerdo que no puedes ver mi rostro. En ello te va la vida. Ponte junto a mí; acompáñame a penetrar en la Gloria-Roca. Te mostraré la puerta de acceso; y taparé tus ojos con mi mano hasta que yo haya entrado. Luego permitiré que me sigas; ponte detrás de mí; pero no pretendas ver mi rostro.

Ahora, yo pregunto:

Don Levita: ¿Se va usted enterando?

Breve, pero reiterante, insistente y machacona explicación:

Si recordamos el capítulo titulado La Roca de Horeb, ya sabemos que es la Roca. Después, comencemos de nuevo:

Moisés se dirige a su amigo Yavé con este ruego: Permíteme entrar en tu casa, en tu fortaleza, en tu roca; muéstrame tu gloria.

Yavé responde:

Acepto tu petición porque me caes bien. Yo te permitiré entrar en la gloria y te mostraré toda su bondad.

Nota. Bondad presenta virtud como uno de sus sinónimos; y virtud, según el diccionario en su primera definición, significa actividad o fuerza de las cosas para producir o causar sus efectos.

Luego, Yavé prosigue:

Te enseñaré todo su poder y te revelaré sus secretos. Ven aquí junto a mí. Yo te señalaré la puerta. Entra por la abertura de la roca-fortaleza. Sin embargo, hay una condición: A mí no puedes verme. Cúbrete los ojos, y cuando yo haya pasado y no puedas ver mi rostro, sígueme.

− ¿Fácil?
− Fácil.
− ¿Comprensible?
− Si, comprensible. Pero, ¿de dónde te has sacado esta interpretación?
− Pues de tres sitios distintos: de los textos bíblicos, del sentido común y del libro de Henoch.

De los textos bíblicos:

Dt. 32, 4: Él es la Roca.

II Sam. 23, 3: La Roca de Israel me ha dicho…

Recordemos que según los mismos índices bíblicos, roca es una fortaleza, un castillo, una fortificación de Yavé; que gloria es algo que tiene peso, que es sólida y que además es el carro de Yavé.

Del sentido común; mejor dicho, del sentido razonable:

Debemos advertir que una hendidura en la roca, puede perfectamente significar una puerta en la fortificación, puesto que, al fin y al cabo, una hendidura no es otra cosa más que un resquicio, un orificio, una abertura, un boquete. Y abertura tiene la misma raíz etimológica que abrir, y boquete, que boca. Y por otra parte, cuando se le dice a una persona: sitúate detrás de mí, o ponte a mi espalda, sencillamente, lo que se está diciendo es: Sígueme.

El sagaz lector habrá advertido que en este trabajo apenas se citan ni se hacen referencias a publicaciones o libros ajenos a los Textos Canónicos, pues bien, toda regla que se precie debe tener su excepción:

En el insólito Libro de Henoch, nos encontramos la asombrosa narración del momento en el que el respetable patriarca y escriba, padre de Matusalén, penetra en la morada del Ser Supremo. Y tengamos muy en cuenta al leer aquel extraño relato, que aquellas gentes, en aquellas épocas, no habían tenido la oportunidad de ver ningún tipo de construcción que no fuese de pieles, maderas, piedras o adobes, y, desde luego, estaban muy poco habituados a visitar naves interestelares.

En el mencionado libro, en su capítulo XIV, aquel forzado mediador y embajador de los hijos de Dios, es conducido por una nube que le hace volar y le lleva a lo alto de los cielos; que llega a un muro (una estructura) de piedras de granizo (placas metálicas) y lenguas de fuego (toberas de reactores); que entra en una gran casa (en una construcción o armazón) cuyos muros eran como un mosaico de piedras de granizo y el suelo era de granizo (paredes y suelo metálicos).Que su techo era como el camino de las estrellas (hileras de luces) y como rayos (reflectores) y su cielo era de agua (de cristal).

¿Qué les parece? ¿Dónde creen ustedes que ha sido transportado aquel hijo de los hombres?

Por supuesto, si se desea, se puede pensar que Henoch es llevado en volandas hasta un inmenso iglú dotado de estrellas, rayos y agua en el techo; si se desea se puede interpretar que el Ser Supremo vive en un palacio de hielo; si se desea, se puede…, pero la interpretación lógica nos está mostrando otra cosa.

Por todo esto, y aludiendo al ejemplo parabólico, si en lugar de la desquiciada versión sacerdotal reflejada en Éx. 33, 18-23, usted ha recibido la respuesta sugerida en este ensayo, debería sacar de su bodega una botella del mejor vino, porque sin la menor duda, su amigo, que indudablemente tiene “sus cosas”, le está invitando a entrar en su casa, e incluso, le facilita la clave (la llave) y, lógicamente, usted va a estar en la Gloria. Eso sí, yo en su lugar, no le miraría a la cara; simplemente, por precaución.

Y ésta es la interpretación de un suceso que, siendo absolutamente extraordinario, resulta lógico y normal en el contexto de aquellos sucesos, y que relata el momento en que Moisés penetra en la Gloria de Yavé. Una narración, que la dispersa y con frecuencia ausente inteligencia levítica, convirtió en unos que más que oscuros e incomprensibles versículos.


EL VELO DE MOISÉS (14*25)


Y ahora seguimos con el asunto de la faz radiante de Moisés.

Si, tal y como acabo de interpretar y describir, Yavé accedió a mostrarle su Gloria, el líder hebreo se encontró dentro de otro mundo; en un ambiente artificial que gozaba de una atmósfera muy distinta a la suya, y en la cual, podía existir algún tipo de radiaciones. Posiblemente, Moisés fue introducido en un hábitat que resultaba beneficioso e incluso indispensable para Yavé y sus ángeles, y que formaba parte del ambiente vital que impregnaba a quienes estuviesen inmersos en él. En el capítulo correspondiente, cuando se aborde el tema del misterioso timiama, se realizará un breve apunte sobre este acogedor y acondicionador ambiente.

Nadie puede dudar, al menos yo no albergo ni la menor duda, que el día de mañana, a modo de inhaloterapia preventiva, los hombres podremos instalar en nuestras viviendas, oficinas, fábricas, medios de transporte, etcétera, un sistema de ambientación, que adecuando el grado de humedad y aportando una enriquecida atmósfera artificial, facilite nuestra respiración, nuestro bienestar y que incluso como antioxidante proporcione beneficios para nuestra salud.

¿Qué no? ¡Al tiempo!

Sea de la forma que fuere, resulta que esas radiaciones ambientales, preventivas o curativas que envolvían el cuerpo, tardaban algún tiempo en disiparse o desaparecer, y por esa razón, cuando Moisés descendió junto a su pueblo permanecía aún impregnado en ellas.

Sin embargo, y a pesar de estas deducciones, todavía nos queda una incógnita a la que se debe dar solución. En los versículos 33, 34 y 35 del Éx. 34, parece que el cronista, copista o traductor, ayudado por su magnífica incapacidad, haciéndose un pequeño lío, monta un descomunal embrollo.

Primero dice: (33) Cuando Moisés hubo acabado de hablar, se puso un velo sobre el rostro. De estas palabras se desprende que, ante Arón y la gente del pueblo, que era con quienes estaba hablando, Moisés se mostraba con el rostro descubierto.

− ¿Sí o sí?

− Sí

A continuación, en el versículo siguiente, asegura: (34) Al entrar Moisés ante Yavé para hablar con él, se quitaba el velo hasta que salía; después salía para decir a los hijos de Israel lo que le había mandado.

Lo cierto es que no se entiende muy bien para qué utiliza Moisés ese velo, pues, al parecer, ante los hombres se muestra sin él y después se lo quita para entrar ante Yavé. Naturalmente que siempre podemos recurrir a la explicación misteriosa y absurdo-sacerdotal que dice:

Ante el pueblo, Moisés se mostraba sin velo, pero después, para variar, ante Yavé hacía lo mismo. Solamente se cubría la cara cuando estaba solo.

− Pues vale.

Esta desconcertante paradoja queda reforzada en el versículo siguiente en él que viene a decir, que ante los israelitas se mostraba con la faz radiante, pero que, por el contrario, ante Yavé también.

Veamos ese versículo: (35) Los hijos de Israel veían la radiante faz de Moisés, y Moisés volvía después a cubrir su rostro con el velo hasta que entraba de nuevo a hablar con Yavé.

− ¿Cómo lo ven ustedes?

Para tratar de comprender estas absurdas contradicciones, deberíamos considerar estos dos pequeños detalles:

Primero. Que según consta en Éx. 33, 8-11, esto sucedió durante el tiempo que duró la construcción del tabernáculo y su mobiliario; periodo en el cual Yavé descendía con su Gloria para hablar con Moisés y revisar los progresos en los trabajos.

Segundo. Que ese velo no es lo que se pudiera entender como una gasa transparente que oculta el rostro de Moisés, sino más bien un pañuelo, un lienzo o una venda, que puesta sobre los ojos le impide la visión. Está claro, que para presentarse ante los suyos no necesita ese pañuelo, pero sí que está obligado a utilizarlo ante Yavé, a quien no puede mirar desde cerca. Debemos recordar que en ese mismo capítulo, pocos versículos antes de la descripción de la faz radiante, exactamente en Éx. 33, 19, Yavé había dicho a Moisés: “...pero mi faz no podrás verla, porque no puede verla hombre y vivir”. Es muy cierto que Moisés hablaba con Yavé cara a cara, como un amigo con otro amigo, pero con los ojos vendados. Y yo supongo, que dos amigos no pierden su amistad, porque uno de ellos, por la razón que fuere, no desee mostrar su rostro. A Moisés nunca le fue permitido ver la faz de Yavé, y por esta razón, cuando entra en el tabernáculo se vela el rostro (los ojos) y cuando sale junto a los suyos se quita el velo.

Yo entiendo que la confusión, que por supuesto existe, es debida a que un par de palabras no están en su sitio. La redacción debió ser así:

(33) Cuando Moisés hubo acabado de hablar, se puso un velo sobre el rostro para entrar ante Yavé y hablar con él. (34) Después se quitaba el velo cuando salía para informar a los hijos de Israel lo que le había mandado. (35) Los hijos de Israel veían la radiante faz de Moisés, y Moisés volvía después a cubrir su rostro con el velo al entrar de nuevo a hablar con Yavé.

Todo este lío debió montarse cuando a un cronista o sumo sacerdote, celosillo él, se le ocurrió pensar que era un menosprecio para Moisés tener que velar su rostro ante Yavé. Pero el celosillo estaba equivocadillo: Moisés no perdía ni un ápice de su inmensa categoría humana por atender a un deseo y una orden de su amigo Yavé.

No es mi intención afirmar que ésta sea la única interpretación correcta de los versículos comprendidos entre el 33 y el 35 del capítulo 34 del Éxodo, lo que sí deseo hacer costar es, que al menos, esta redacción es lógica, coherente y comprensible. Y no deberíamos olvidar que el comportamiento de Yavé fue, en todo momento, lógico, coherente y comprensible.

De cualquier forma, y precisamente obligados por ese razonable proceder de Yavé, todavía nos queda un magnífico interrogante: ¿cuál puede ser la razón por la que Yavé no consentía en mostrarse ante los hombres?

Pues yo no sé la respuesta, pero supongo que estará relacionada con las indudables diferencias que debía existir entre Yavé y los hijos del hombre. El Señor del Cosmos sabía, que nosotros, los humanos, recelamos de aquello que es diferente; que lo distinto y lo extraño nos alarma, nos asusta, o por lo menos, nos incomoda. De todas formas, en el último capítulo de este trabajo, cuando se trate acerca del físico de Yavé, se efectuará un breve, y ¿cómo no?, polémico comentario.

Y aquí finaliza este extenso capítulo, en el que se ha intentado aportar alguna explicación a las confusas interpretaciones levíticas relacionadas con la tercera piedra angular del proyecto de Yavé: EL Testimonio.

… el testimonio de Yavé es veraz, hace sabio al simple. (Salmo 19, 7)

Muy cierto, el Testimonio da sabiduría; pero puntualicemos:

Al simple, al necio de mente y corazón, no le hace sabio el Testimonio, ni Yavé, ni el mismísimo Dios.

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