CAPÍTULO IX: LAS PRUEBAS

Los elegidos (9*1). Las pruebas y estudios (9*2). El libro de Yavé (9*3). Los panes ácimos (9*4). Una dieta sana (9*5).


LOS ELEGIDOS (9*1)


Ahora es el momento adecuado para recordar los últimos párrafos del primer capítulo de este trabajo. Entonces, al finalizar aquella breve reseña de los hijos de Israel, en unas pocas líneas se hacía un conciso esbozo de las tres principales singularidades que caracterizaban al pueblo del que Yavé se hace cargo:

La muchedumbre de los hijos de Israel era monoteísta, poco numerosa y sin tierra. O lo que es lo mismo, disfrutaba de tres señas de identidad que hacían de Israel un pueblo fácil de ser aislado por un “dios”, en un entorno o hábitat casi artificial. En definitiva, hacía posible la teoría de los posibles:

Al ser monoteístas, se descartaba la posible oposición por parte de otro u otros dioses; al ser poco numerosos, era posible conducirlos y cuidarlos; al no tener tierra de acogida, era posible ofrecerles un lugar donde refugiarse. O sea, un territorio aislado, en el que no fuese posible el contacto con otras etnias, y donde habitarían durante un tiempo aproximado de un año.

¡De acuerdo! −puede consentir algún tolerante lector−, concedamos que pudo ser así; pero entonces surge una lógica pregunta:

Esas características, ¿para qué las precisaba Yavé?

Para algo elemental y también muy lógico:

Para dar cumplimiento a la parte más importante de su misión:

Para poder efectuar un profundo estudio de la raza de los hijos del hombre. Para, sin oposición de los “representantes” de dioses, diosas y otras divinidades de mayor o menor entidad, tener acceso al examen y observación de unas gentes que permanecerían confinadas, durante algo más de un año, en un limitadísimo territorio sin poder establecer contactos con otras etnias.

Ya hemos visto que sacarles de Egipto, en el supuesto caso de que hubiera en ello alguna intervención de Yavé, no resultó muy difícil, puesto que los egipcios estaban deseando deshacerse de ellos, y, por otra parte, un más o menos numeroso grupo de hebreos estaba ansioso por abandonar el país. Para llevarlos al desierto solamente se precisaba una orden del faraón y un líder que fuese su guía. Sin embargo, para mantenerlos unidos durante una larga temporada era absolutamente necesario el poder y la autoridad de un Dios. Entiéndase: Un ser protector y de un inmenso poder.

El faraón dio la orden tajante: Ya os estáis largando de aquí. Moisés, el hombre providencial, estaba allí. Y la circunstancia de ser un pueblo monoteísta que estaba esperando el prometido retorno de su divinidad, facilitaría mucho la resolución del Señor del Cosmos. Una vez aislados por un desierto, protegidos de sus enemigos, cubiertas sus necesidades más esenciales, sanados de sus dolencias y enfermedades, tratados con benévolo respeto y deslumbrados por la proximidad de su Dios, el pueblo hebreo se sometería agradecido y feliz a las pruebas y reconocimientos que se decidiesen desde la Gloria.

Todo esto es lo que había proyectado y decidido Yavé, y así lo ejecutó durante su estancia entre ellos.

Y, en mi opinión, y sólo en mi opinión, puesto que en las Escrituras no he encontrado –no he sabido encontrar–, ningún argumento que de justificación a esta teoría, las pruebas no finalizaron cuando Yavé se alejó; algunos experimentos requerían de una mayor duración. Por esta razón se precisaba de un aislamiento que pudiese evitar, o al menos retrasar, el trato, el contacto, la mezcla de sangres con otros pueblos. Nadie pondrá en duda que Yavé sabía con toda certeza que las tribus cananeas se ocuparían de impedir, o al menos demorar, que los hebreos penetrasen en los territorios ocupados por ellas. Durante años –cuarenta según las Escrituras–, les sería negada la estancia, e incluso el tránsito a través de sus tierras. Pero además, y para un mayor refuerzo y seguridad en las medidas tendentes al aislamiento, se decreta la endogámica legislación que se registra en Éx. 34, 11-16, y que termina con un versículo que, refiriéndose a los habitantes de los países en los que pretenden entrar, dice: No tomes a sus hijas para tus hijos, pues sus hijas se prostituirán con sus dioses y prostituirán a tus hijos con sus dioses.

Nota: Vistas desde la lejanía por el tiempo transcurrido, parece ser que las medidas que se tomaron para el aislamiento de los hebreos fueron de un notable efecto y duración. Posiblemente, Yavé no precisase de tan largo espacio de tiempo; pero aquí, en nuestro cálido planeta, cuando se trata de enfriar las relaciones entre los pueblos, se debe ser muy prudente para evitar la congelación.


LAS PRUEBAS Y ESTUDIOS (9*2)


Para lograr el éxito del proyectado programa de experimentación, la intervención de Yavé estuvo encaminada, en primer lugar, a conseguir que aquella gente perdiese el miedo y superase la desconfianza que, sin la menor duda, sentían por él y por sus ángeles. Si los hebreos se acercaban confiados, los estudios no ofrecerían ni la menor dificultad. Para ello, para darles seguridad, además de protegerles de sus enemigos, lo más adecuado y conveniente era solucionar sus más básicas necesidades vitales: el pan, el agua y la salud. Como hemos visto, el maná facilitaba de forma considerable el logro de estas tres prioridades.

Ahora, con toda lógica y, por supuesto con el mayor derecho del mundo, el lector –sí, sí, usted, tolerante o severo lector−, se podrá preguntar:

¡Vale tío! Si se sabe buscar bien, hasta dentro del mayor disparate encontraremos algo con visos de lógica. Pero, ¿de dónde has extraído esta interpretación?; ¿dónde está escrito todo eso de los estudios y pruebas?

Como dirían todos los políticos profesionales y no pocos de los políticos aficionados: “Me alegro mucho que me haga usted esta pregunta”.

Pues bien, yo, en mi rol de iluminador arreglamundos, contestaré que la respuesta está ahí, en el libro del Éxodo. En ese asombroso texto, en varias ocasiones sí que es mencionada la palabra prueba. Y, no se preocupe, inmediatamente veremos que es una prueba.

Pero además, deberíamos admitir una realidad que resulta de la mayor importancia: Yavé solamente insistió ante Moisés en aquello que consideró necesario para el pueblo; únicamente, le dio la orden de anotar lo que entendió como transcendente para que fuese recordado por los hijos del hombre, y que, en realidad, no fueron demasiadas cosas. Después, Moisés se ocupó con toda eficacia, de procurar que la parte trascendente del mensaje de Yavé no cayese en el olvido. Por lo tanto, todo lo que sucedió en aquel desierto durante más de un año, pero que Yavé no interpretó como absolutamente necesario de recordar, o bien no quedó registrado, o lo fue de una manera muy poco explícita y sin ninguna insistencia. ¿Alguien entiende que el libro del Éxodo contiene todos y cada uno de los sucesos que ocurrieron en el Sinaí?

No obstante, si advertimos la utilización de la palabra prueba en nada menos que cinco versículos diferentes, que encontraremos repartidos entre cuatro capítulos, distribuidos en dos libros distintos (Éxodo y Deuteronomio), deberemos reconocer que alguna importancia sí que se concedió al asunto de las pruebas.

He realizado esta última precisión, con la intención de que nadie pueda sospechar que Yavé actuó de “tapadillo”. Todo fue hecho a las claras y por escrito, o si se prefiere, con luz y taquígrafos. Lo que después fuese interpretado y “entonado” por los sacerdotes levitas, eso ya es otro “cantar”.

Incidiendo y complementando esta cuestión de las pruebas, disponemos de otros argumentos en los que fundamentar esta teoría. Para ello, leamos con atención distintos versículos del Pentateuco:

En Éx. 15, 13 consta: Guiaste con bondad al pueblo que rescataste, los condujiste con poder a tu santa morada.

Vamos a entenderlo:

¿Dónde, a qué sitio dice que los condujo con bondad?

Lo dice muy claro: los condujo a su santa morada.

Después, en Éx. 15, 25-26 se dice: Allí (en el desierto) dio al pueblo leyes y estatutos y le puso a prueba. …porque yo soy Yavé, tu sanador.

Aquellos que deseen disentir tienen todo el derecho; pero en este versículo, con bastante claridad, se ha delimitado las tres etapas: primero les proporciona normas de conducta, después les somete a pruebas y por último les sana. Y aquel que todavía no interprete correctamente esta aclaración, que se acerque a su médico con alguna dolencia. En primer lugar, le va a mandar someterse a unas pruebas (análisis, radiografías, etcétera); a continuación, el médico le facilitará y les prescribirá unas normas de conducta (leyes y estatutos) —Hipócrates decía: si no estás dispuesto a cambiar de vida, nada puedo hacer por ti—; por último, el galeno le sanará. Bueno, en muchas ocasiones, y al final en todos los casos, esto de que le sanará sólo es un decir.

En Éx. 16, 4 Yavé anuncia: ...para ponerle yo a prueba.

En Éx. 20, 20 dirigiéndose al pueblo, Moisés dice: “No temáis que para probaros ha venido Dios...

En Dt. 8, 2 se dice: ... para castigarte y probarte.

En DT. 8, 16, refiriéndose al maná se insiste: …castigándote y probándote para a la postre hacerte bien.

De estas últimas palabras se debe deducir, que aquellas pruebas al final resultaron beneficiosas.

En Éx. 19, 4 Yavé les recuerda: “Vosotros habéis visto... como os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí.

En Éx. 23, 25-26: ... y alejará de en medio de vosotros las enfermedades... y vivirás largos años...

En Dt. 32, 11-13 se insiste: Él extendió sus alas y les cogió... y los llevó sobre sus plumas... Le subió (al pueblo hebreo) a las alturas de la tierra.

Y por último, una cita que es también muy significativa: Éx. 33, 7: Moisés tomo la Tienda y la plantó a cierta distancia fuera del campamento; la llamó la Tienda del Encuentro. El que tenía que consultar a Yavé salía hacia la Tienda del Encuentro, fuera del campamento.

Reparemos en esta frase: El que tenía que consultar a Yavé...

¿Saben ustedes que es lo que hacía el hebreo que tenía que consultar a Yavé?

Pues, sencillamente, tenía que ir a la consulta.

¿Y qué tipo de consulta tenían que realizar con Yavé aquellos pastores hebreos?

Pues los hebreos que no tuvieran que ir simplemente a por recetas para la farmacia, y que posiblemente fuese la inmensa mayoría, se acercarían hasta el tabernáculo-ambulatorio para revisión médica. Lógico, Yavé ya lo ha dicho en Éx. 15, 26: “… porque yo soy Yavé, tu sanador. El mismo Yavé se presenta como sanador. Y un sanador, puede ser un curandero, un brujo, un médico, un cirujano, un especialista, un sabio científico y... y, por supuesto, un “dios”.

Y ahora, para tratar cada una de las citas bíblicas que se acaban de reseñar, debemos ralentizar.

En la primera de las transcripciones que he efectuado, y que refleja el contenido de Éx. 15, 13, nos llama la atención que se haga constar que Yavé condujo al pueblo a su santa morada.

¿Cuál es, y dónde está, esa santa morada?

Solamente existen dos santas moradas: La Gloria y el Tabernáculo.

¿Se podría interpretar que a unos los lleva hasta la nave y que a otros les dio cita en la Tienda de la Reunión?

Si, así se podría interpretar; y, desde luego, tendríamos todo el fundamento de una interpretación lógica.

Las cinco siguientes citas que han sido transcritas, contienen distintas formas de una misma idea o concepto: prueba (dos veces), probaros, probarte, probándote).

Vamos a detenernos un momento en estas palabras.

El vocablo prueba tiene, entre otros, los siguientes grupos de sinónimos:

1.- Ensayo, experimento, exploración, reconocimiento, test, examen, estudio, investigación.

2.- Evidencia, demostración, declaración, testimonio.

3.- Pena, fatiga, agobio, trabajo, desgracia, contratiempo.

4.- Intento, pretensión, aspiración.

Por otra parte, el verbo probar tiene estos distintos significados:

Ensayar, comprobar, experimentar.

Testimoniar, evidenciar, acreditar, demostrar.

Intentar, pretender, procurar.

Todos estos, y algunos otros significados más, son sinónimos de prueba y de probar

Y ahora, por favor, presten un poco de atención, pues, aunque resulte excesivamente tedioso, sin duda tiene interés.

En Éx. 20, 20, consta: “No temáis, que para probaros ha venido Dios”.

— Y, ¿cómo debemos entender este versículo?

Pues, como es lógico en ellos, como es razonable para sus confundidas mentes, los sabios sacerdotes interpretaron que Yavé había venido a poner a prueba a los hebreos. Sin embargo, es mucho más razonable y sensato, entender: no tengáis miedo, Yavé ha venido para probaros —para daros pruebas—. Sobre todo, teniendo en cuenta el versículo nueve del capítulo diecinueve, donde dice: Yo vendré a ti en densa nube, para que vea el pueblo que yo hablo contigo, o lo que es lo mismo: Yo vendré a ti en densa nube para dar prueba al pueblo que yo hablo contigo. Lo más lógico, repito, es interpretar esas mismas palabras, para probaros ha venido, como que Yavé ha venido para darles pruebas, para hacer una demostración.

De todas formas, mis dogmas no son sacerdotales. La interpretación de este versículo puede presentar las tres opciones siguientes:

Primera: Que Yavé ha venido para realizar pruebas, reconocimientos e investigaciones, con la finalidad de estudiar a los humanos.

Segunda: Que Yavé ha venido hasta nuestro mundo, y se presenta ante los hijos del hombre con la intención de aportar pruebas de la existencia de vida inteligente en el universo.

Tercera: Que Yavé, según proclaman los ungidos, ha venido para poner penas, fatigas y calamidades a los hebreos. O sea, por…, por fastidiar.

Ahora intentemos alejarnos y distanciarnos un poco con el fin de tener una mayor perspectiva y una mejor visión del conjunto, y así poder conocer cuál de las tres es la interpretación más correcta.

Los hebreos se encuentran inmovilizados en un desierto donde son alimentados y protegidos por un ser con unos poderes extraordinarios; un ser que les ha defendido del "ejército" egipcio y de las tribus amalecitas; un ser, que con toda claridad les dice en Éx. 25, 15, que les va a dejar una prueba o testimonio: …el testimonio que yo te daré. Ese ser, Yavé-Dios, después de dar pruebas de su extraordinaria sabiduría e inmenso poder, y al mismo tiempo que les facilita el alimento y el agua, les informa acerca de unas pruebas.

¿Qué resulta más fácil de entender y admitir?

A.- ¿Que lo que pretenden ese dios y sus ángeles ––científicos de la expedición––, es reconocer, estudiar, examinar y realizar unas pruebas a ese pueblo?

B.- ¿Que van a entregarles unas pruebas, un testimonio que acredite su visita?

C.- ¿Qué van a ponerles a prueba; a imponer penas, fatigas, desgracias y adversidades a los hebreos?

Para mí resulta muy difícil aceptar que ésta última sea la intención de los Señores de la Gloria. ¿A quién se ocurre pensar que Dios necesita probar al hombre? Un dios, si es un dios, por muy poquito dios que sea, conoce perfectamente al hombre y no precisa someterle a prueba alguna. Y no digamos probar a todo un pueblo, donde cada individuo “sale”, poco más menos, como su madre le parió. Claro que, las ungidas mentes siempre han alegado que, en realidad, lo que Yavé pretendía era comprobar si los hebreos eran niños buenos y piadosos y, por supuesto, que no se recreaban con pensamientos impuros.

Y es que, sólo oírles pensar ya da miedo.

Por último, para cerrar estas reflexiones acerca de la palabra prueba, quiero traer aquí un versículo sumamente interesante: Dt. 4, 34: Jamás probó un dios a venir a tomar para sí un pueblo de en medio de pueblos, a fuerza de pruebas, de señales y prodigios... como las que hizo por vosotros en Egipto Yavé...

Si uno cualquiera de los libros del Pentateuco, por sí sólo, tiene ya fundamento para proporcionar “sustento” a nuestras mentes durante siglos, resulta que ya solamente en este versículo encontramos “sustancia” suficiente para dar “sabor” a muchas “ollas” de meditación.

Limitados por una deseable simplificación, no podemos ignorar que:

Jamás probó un dios a venir…
…a tomar para sí un pueblo de en medio de pueblos…
…a fuerza de pruebas, de señales y prodigios…

La interpretación correcta es solamente una, y en ella no cabe entender que un dios intentó venir a tomar a un pueblo y someterlo a pruebas (penas y sufrimientos). Ese versículo, sencillamente significa: Jamás un “dios” ha dado pruebas de sí mismo, viniendo a tomar para sí a un pueblo de en medio de pueblos, a fuerza de pruebas, señales y prodigios.

Y aquí podríamos dejarlo. Ni siquiera deberíamos preguntarnos ¿de dónde vino a tomar para sí a un pueblo?, ni ¿por qué ni para qué necesitaba dar pruebas y señales a nadie? Pero si lo dejásemos, escamotearíamos dos interesantes citas:

En una de ellas, en Éx. 19, 4, Yavé dice a los hebreos: “Vosotros habéis visto... como os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí”. ¿Qué significado tienen estas palabras? Presenta bastante semejanza con Éx. 15, 13. ¿No sería lógico suponer que Yavé les recuerda que ha llevado o transportado por el cielo en su nave a un número indeterminado de hijos del hombre?

Yo interpreto que sí; que sería muy lógico entenderlo así.

Para reforzar ese versículo Éx. 19, 4, nos encontramos otro que se puede entender como complementario. Es en Dt. 32, 11-13 donde se dice: Como el águila que incita a su nidada, revolotea sobre sus polluelos, así, Él extendió sus alas y los cogió. Y los llevó sobre sus plumas. Sólo Yavé les guiaba; No estaba con Él ningún dios ajeno. Le subió a las alturas de la tierra.

Se podrá argumentar que ésta es una cita poética, una metáfora, una alegoría. Y, efectivamente, es muy cierto que existe mucha y muy hermosa poesía en ese cántico, pero yo no calificaría exactamente como una metáfora esas palabras que reseñan que Yavé los ha llevado sobre alas de águila. ¿Acaso hubiese sido una expresión menos metafórica y más esclarecedora para aquellos pastores, si el Señor de los Cielos les hubiese recordado, por ejemplo, que habían estado a bordo de una aeronave interestelar de la clase Glorystar, impulsada por reacciones de atracción y con una autonomía de mil años luz? ¿Hubiera sido ésta, una información más adecuada? Y por otra parte, ¿desde cuándo la belleza de un poema está en oposición o contradice en algo la verdad de su contenido?; o dicho de otra forma, ¿no se puede poner de manifiesto una verdad utilizando palabras hermosas? Y además, que alegoría encontramos en la primera frase de Éx. 19, 4, cuando antes de afirmar que ha llevado a los hebreos sobre alas de águila, Yavé dice: Vosotros habéis visto lo que yo he hecho en Egipto… ¿Dónde está el lenguaje alegórico? Sólo es necesario leer las palabras de Yavé en los textos de Éxodo, para advertir que no es muy partidario de hablar mediante metáforas o cualquier otra figura retórica; de hecho, de su boca no salió ninguna.

Por todo esto, yo me pregunto: ¿qué se opone a la posibilidad de que Yavé transportase en su nave a hombres, mujeres y niños, mostrándoles, desde las alturas de la tierra, el aspecto del planeta que habitaban? No se trataba de hacer turismo, sino que, tal vez fuese una parte de la prueba; o quizás, Yavé sólo pretendió realizar otro experimento maravilloso; una infiltración en la memoria colectiva, sabiendo que aquellos hombres jamás lo olvidarían. ¿Por qué a Henoch y a Elías sí, y a otros no?

Esta alusión a la infiltración en la memoria colectiva, es un tema, que por su importancia, debería tratarse con mucho respeto y profundidad. O, tal vez no merezca la pena, ¿para qué?


EL LIBRO DE YAVÉ (9*3)


Los estudiosos, los investigadores que trabajen en una cualquiera de las muchas ramas de la ciencia, se mostrarán de acuerdo conmigo al menos en esto: una parte muy importante de su trabajo, una parcela esencial de la investigación, está constituida por la toma de notas, los registros de las observaciones, la reseña de los resultados provisionales y definitivos de sus ensayos, los apuntes de los estudios y de los experimentos o PRUEBAS. Todo ello debe ser anotado cuidadosamente con el propósito de poder utilizarse después en el momento que se necesite.

Pues bien, precisamente a esas anotaciones, se están refiriendo Yavé y Moisés cuando dicen en Éx. 32, 32-33: Pero perdónales su pecado, o bórrame de tu libro, del que tú tienes escrito. Yavé dijo a Moisés: Al que ha pecado contra mí es al que borraré de mi libro.

Según la afirmación de Moisés y el asentimiento de Yavé, el Señor de la Gloria tiene un libro. Un libro, en el que, según se desprende de las palabras de Moisés, Yavé ha inscrito o identificado a los israelitas (a los hijos del hombre).

Si así lo deseamos, podemos entender que Yavé anotaba:

Fulano-Isaac Ben Mengano: Varón. Asegura tener cuarenta años aunque representa más de cincuenta. Calvo. Bizquea del izquierdo. Buena persona. Si persevera en su comportamiento y es generoso con sus donativos a los sacerdotes, obtendrá su merecida recompensa.

Por supuesto, que ésta es una forma de anotar e identificar como otra cualquiera, pero a mí no me convence del todo. ¡Vamos!, que no me parece la más adecuada. Yo me decanto por un sistema combinado de identificación espacial y genética, o sea, con una clave planetaria y una secuencia de ADN.

Nota: El menos “advertido” puede advertir que en este trabajo no se realiza mención alguna a posibles alteraciones en el ADN. Pero de todas formas, la cuestión está ahí: ¿Quién disfruta de la suficiente ingenuidad para permitirse afirmar con absoluta certeza, que una avanzada ingeniería genética no podría modificar y optimizar el genoma del ser humano? ¿Es imposible o irracional la teoría de una evolución inducida? beneficiar

Posiblemente, aquella expedición estelar realizó análisis y recogió muestras biológicas, que después serían cuidadosamente anotados en el libro de Yavé. Por supuesto, en ese “libro” no quedarían anotados solamente los hebreos, sino los hombres, mujeres y niños de otras razas y pueblos de nuestro mismo mundo y, lógicamente, de otros mundos visitados por los “divinos” expedicionarios.

En Éx. 23, 24-26 Yavé hace una promesa: “Servirás a Yavé, tu Dios, y Él bendecirá tu pan y tu agua, y alejará de en medio de vosotros las enfermedades... y vivirás largos años”.

Pues bien, si como acabamos de leer, Yavé-Dios sana a los enfermos y proporciona a los hombres una larga vida −dos bendiciones que nunca ha dudado nadie que están dentro de la competencia de un dios−, ¿tenemos derecho a recelar de la posibilidad de que en aquellos duros momentos en el Sinaí, y al mismo tiempo que les ofrece seguridad, agua y alimento, Yavé y sus ángeles pudiesen examinar, estudiar, reconocer y realizar pruebas a los hebreos y demás pueblos que marchaban con ellos por el desierto, con la intención de saber sobre ellos y, en definitiva, para conocer y ayudar a una especie más de entre toda la inmensa variedad existente en el universo?

Supongamos que en un futuro más o menos próximo, y procedente del planeta Tierra, una expedición de científicos posa su astronave en un lejano mundo de otro sistema solar. Allí encuentran a unos seres inteligentes con los que se puede establecer un fácil contacto y que son capaces de entender y hacerse comprender por los miembros de la expedición. Aquellos seres presentan, al menos aparentemente, una constitución física con ciertas semejanzas a la de nuestros expedicionarios, pero se advierte en ellos muchas taras, carencias, defectos y enfermedades. ¿Sería lícito y lógico que, con el mayor respeto y, por supuesto, con su consentimiento, se intentase estudiar, investigar y reconocer a esos seres con el propósito de conocer su anatomía y aportarles ayuda en sus necesidades? O, por el contrario, ¿sería más lícito y más lógico no hacer nada en absoluto, dejar a cada uno con su dolencia, y sólo dedicarse a investigar los órganos reproductores de la víbora cornuda?

Yavé da pruebas de su existencia y de su poder; los conduce hasta él; los sube sobre alas de águila; los transporta hasta las alturas de la tierra; los alimenta y calma su sed; efectúa pruebas, examinándoles y reconociéndolos; y por fin, los sana de sus enfermedades y los proporciona una larga vida.

¡Vive Dios! ¡Eso es un Dios!
pero un Dios, como Dios manda;
y no como ese que anda
prometiendo la parranda,
para después del adiós.

Y además, todo esto fue hecho con el mayor y más exquisito respeto para con el ser humano y, por supuesto, como ya he dicho, contando siempre con su asentimiento y con su colaboración.

Aunque puedo imaginármelo, yo no puedo saber cómo interpretarán muchas personas esta deducción; pero si se medita sobre ello sin prevención, sin complejo, sin hipocresía y, por supuesto sin fanatismo, entiendo que sería muy lógico admitir que al pie de la montaña del Sinaí se formasen largas hileras de hombres angustiados por su enfermedad o la de sus seres queridos; personas ansiosas y esperanzadas por conseguir que Yavé les aliviara del sufrimiento y les devolviese la salud perdida. Y, para ello, resultaba indispensable un estudio previo; era imprescindible someterles a pruebas.

Y así, de esta forma, cuidados y protegidos por el Señor del Cielo de los Cielos, y con la más eficiente Asistencia Sanitaria, hubiéramos podido continuar durante muchos años. Pero claro, eso sólo hubiera sido posible si los hombres hubiésemos cumplido nuestra parte en el pacto acordado en la Alianza, si hubiésemos conservado el Arca, custodiado a Urim-Tummim y si hubiésemos guardado y protegido el Testimonio que nos confió. Un Testimonio, que en resistentes Tablas de Piedra, contenía y contiene la clave de la sabiduría.


LOS PANES ÁCIMOS (9*4)


Como digo, Yavé ha hecho una parte de las pruebas; ahora inicia una nueva fase encaminada a la prevención y profilaxis.

A veces, en la Escrituras nos encontramos con alguna cuestión que no entendemos que hace allí, ni de quien pudo ser la ocurrencia, y que, ni siquiera sabemos cómo meterle mano. Esto, en principio, es lo que sucede en el presente caso.

Como cuarto apartado de este más que discutible capítulo, de este más que polémico trabajo, me propongo realizar una interpretación sobre una cuestión en la que se insiste bastante en el Pentateuco: Me estoy refiriendo al llamativo precepto de los Ácimos. Y afirmo que se insiste bastante, porque, aparentemente sin ninguna justificación para tan extenso tratamiento, a este extraño asunto se dedican más de cuarenta versículos, y si exceptuamos el Génesis, está reflejado en todos los libros de la Torah.

Nota: Esta es otra evidencia que resalta la poca relación y semejanza existente entre los dioses del Génesis y el dios de Moisés.

En esos cuatro textos bíblicos nos encontramos con numerosas referencias a una materia que, en principio, puede considerarse como una nimiedad; pero claro, cuando en esa minucia se insiste una y otra vez, el asunto empieza a reclamar un poco de atención.

En este caso, la cuestión en concreto es citada en: Éxodo 12, 1 y siguientes; 13, 3 al 10; 23, 15 y 18; 29, 2, 23, 32 y 34; 34, 18 y 25. En el Levítico 10, 12, y 23, 5-8; En Números 28, 16-25; en Deuteronomio 16, 1-8. Y algunos más que se me habrán pasado −yo trabajo absolutamente solo y sin la asistencia de dioses−. Son cerca de cincuenta versículos –que no son pocos–, en los que Yavé, al parecer, nos está diciendo algo relacionado con las levadura y los fermentos.

Como he dicho, en principio el tema resulta extraño, incongruente, e incluso, en ocasiones, como sucede en Éx. 13, 3, parece como traído por los pelos: Moisés dijo el pueblo: “Acordaos siempre del día en que salisteis de Egipto, de la casa de servidumbre, pues ha sido la poderosa mano de Yavé la que os ha sacado. No se comerá pan fermentado. Esta última frase del versículo tres, no viene a cuento; parece un evidente añadido y da la sensación de que Yavé ha dicho: Puesto que os he sacado de Egipto, comeréis pan sin levadura.

Un poco forzado, ¿no?

Claro que, si Moisés dice, por ejemplo:

Quiero que recordéis, que de la misma forma que aquella noche del inicio del éxodo y por salir de Egipto a toda pastilla, no disteis tiempo a que fermentase la masa y comisteis pan ácimo, en lo sucesivo, todos los años en la primavera y durante siete días, os abstendréis de comer alimentos leudados.

Parece lo mismo…, pero no es lo mismo.

Esos versículos en los que se menciona la disposición para que el pueblo coma el pan ácimo, o lo que es mismo, pan sin levadura, en nada benefician ni lesionan los intereses de los levitas, y por lo tanto, de conformidad con la Regla de Oro que se reseña en la introducción, deben entenderse como prescripción legítima de Yavé.

Es entonces, cuando se nos plantea la verdadera incógnita y nos preguntamos: ¿qué pretende conseguir el Señor del Universo cuando ordena que los hebreos se abstengan de comer pan con levadura?, o lo que también es lo mismo pero menos confuso: ¿Por qué dispone que aquellas gentes, durante siete días cada año, hagan una dieta libre de fermentos?

Aquí creo conveniente realizar otra pequeña reflexión:

Si resulta, como he dicho, que este asunto de los ácimos no es una cuestión inventada por los levitas para añadir a su typical folclore, aunque yo no sea el mayor creyente del mundo, entiendo que al menos debo tratar de respetar las decisiones de un “Dios”. Yavé podía haber ordenado: “Acordaos siempre del día salisteis de Egipto...no se comerá pan..., no se comerá carne…, no se beberá leche..., etcétera”. Sin embargo, no mencionó nada de eso; sólo proscribió el consumo de levaduras o fermentos. Y yo, respetuosamente, lo acepto; pero al mismo tiempo, y sin la menor acritud, pregunto: ¿Por qué? Y, aunque he dudado mucho antes de decidirme a exponer mi interpretación, al final he optado por tratar este tema, porque, si alguien toma la determinación de llevar a la práctica esta sugerencia de Yavé, estoy seguro que no expone su salud al menor riesgo. De todas formas, y tal y como obliga la legislación, debo advertir que: Lea el anuncio de este medicamento y consulte a su médico/a o a su farmacéutico/a.

Según lo había anunciado y prometido, Yavé ha realizado una serie de pruebas y ha efectuado unos estudios anatómicos, fisiológicos, patológicos, etc., etc. Durante meses, y al mismo tiempo que les ha estado proporcionando un alimento-medicamento conocido como Maná, en la nave Gloria se ha seguido una serie de investigaciones médicas y biológicas encaminadas a conocer a los seres humanos, sus enfermedades, sus deficiencias, sus defensas y otros pocos etcéteras. Como consecuencia de todas esas pruebas, los viajeros de los cielos ya están en disposición de aportar ayuda en una medicina preventiva, informando sobre la higiene (santidad) y la dieta; y de esta forma, mediante la práctica de una adecuada praxis, evitar algunas enfermedades y endemias no infecciosas.

Y así lo hicieron. Mientras permanecieron entre los hombres, Yavé y sus ángeles proporcionaron las soluciones a los diferentes problemas relacionados con la salud; después, cuando se alejaron de nosotros, dejaron en manos de Moisés y de Arón un indeterminado número de procedimientos, métodos y recetas, con el propósito de que fuesen aplicados cuando fuese necesario y según los casos. Métodos y recetas que, sin la menor duda, Moisés dejó anotados en aquel libro que se menciona en distintos versículos. (Éx. 24, 4; Éx. 34, 27; Núm. 33, 2; Dt. 31, 9 y 24-25-26, y que incluso, conocido como el libro de Jaser, es citado en Jos. 10, 13 y en II Sam. 1, 18). Pero al mismo tiempo, y mientras insistían en las normas de sanidad o santidad, Yavé y sus ángeles habilitaron un sistema preventivo que pudiera ser de gran efectividad.

Cualquier médico, y no digamos ya si es un especialista en nutrición y dietética, conoce perfectamente la importancia de la alimentación para la protección de la salud. Pues bien, a estos efectos Yavé era “endocrino”. Como tal, como médico especialista en bromatología y, por supuesto, como químico, Yavé sabía con exquisito rigor científico, todo cuanto hay que saber acerca de las levaduras, los cuajos, los fermentos, las enzimas, las bacterias, los hongos y otros etcéteras; y, por supuesto, también sabía algunas cosas más.

Por otra parte, se puede afirmar con rotundidad, que en aquellos tiempos y en aquellos lugares, aquellas gentes comían todo lo comestible y algo más que fuese escasamente comestible. Por ejemplo, como ya he dicho, y según se indica en Lev. 11, 22, comían langosta, mucha langosta. Pero que nadie se confunda; nada que ver con el exquisito producto del mar; consumían saltamontes de la familia de los acrídidos. De aquel mismo insecto que tanto atemorizó a los egipcios en la octava plaga, los hebreos se ponían hasta las cejas. Claro, que si bien es muy cierto que se almorzaban con buenas raciones de insectos, lo compensaban evitando los precocinados y las comidas basura.


UNA DIETA SANA (9*5)


Como consecuencia de las pruebas realizadas –entiéndase: análisis, exploraciones y exámenes–, el Señor de la Gloria, en Éx. 12, 1-12 y 14-20, prescribe a los hombres una detallada dieta alimenticia.

Y aquí conviene recordar, que después de establecer un abastecimiento diario de maná fresco —sin conservantes ni colorantes—, Yavé había dejado ya muy claro y desde el primer momento, que todas las ofertas consagradas a él, o sea, aquellas que estuviesen destinadas a ser consumidas por los hijos del hombre en memoria de su estancia entre nosotros, debían estar libres de levaduras. Estas dos disposiciones —alimentos frescos y sin levaduras—, ya en sí mismas, suponen una rotunda declaración de intenciones, y además propician una pregunta: ¿Qué tenían en la Gloria contra los fermentos?

A continuación, mucha atención a lo que Yavé ordena respecto a un régimen alimenticio que dejó bastante organizado:

¿Cuándo se hará el régimen?

Comenzará al principio de la primavera. Exactamente, catorce días después del inicio de esa estación. Se mantendrá el régimen durante los siete días comprendidos entre el catorce y el veinte de ese mes de Abib.

Es muy cierto que en el versículo dieciocho se menciona el día veintiuno, y también es igualmente cierto que en realidad carece de importancia un día más o menos. Pero si hablamos de siete días comiendo pan sin levadura, y si admitimos, tal y como afirma el versículo ocho, que el primer día es el catorce—en ese día ya se consume carne recién sacrificada y pan ácimo, aunque sólo sea en la cena––, no tenemos más remedio que aceptar que el último será el día veinte. Sin embargo, como he dicho, que sean siete o siete y medio u ocho, tampoco es para rasgarse las vestiduras.

¿Qué se comerá?

El primer día, o sea, el día 14, se comerá, mejor dicho, se cenará (UTC) –comerán la carne esa misma noche–: carne de cordero o cabrito macho (la hembra estaba destinada a la reproducción), sin enfermedades ni defectos, y de más de un año de edad −en el capítulo de la Alianza se comentará el motivo por el cual no deben comer reses de menos de un año.

Nota: En la sociedad actual se ensalzan las excelencias del desayuno; pues bien, Yavé no lo menciona, y sólo recomienda la merienda-cena (Éx. 12, 6-8).

Pan sin levadura.
Verduras amargas.

Nota: Esto de las verduras amargas, posiblemente tenga su origen en una mala traducción. Tal vez no se entendió que la denominación de verduras amargas sólo hacía referencia a vegetales no dulces. Los vegetales o verduras dulces son las frutas. Por lo tanto, y respetando los ajustados tiempos señalados para evitar la fermentación, durante los siete días de Pascua se podía consumir todo tipo de verduras amargas, pero nada de frutas.

Aquellas gentes comían casi a diario sopas, potajes y caldos de verduras. En Pascua, y puesto que no está prohibido el fuego, se permiten las verduras cocidas. Pero mejor, ensalada.




¿Cómo estará preparada esta carne?

Se comerá recién sacrificada.

Asada al fuego –nadie duda que la manera más sana de preparar una carne sea asarla al fuego–.

No se cocerá ni se guisará; y por supuesto, no se comerá cruda.

Nota: No se hace constar la prohibición de consumir grasas; y tampoco hace falta que se mencione: Yavé ya había ordenado que todos los sebos y grasas fuesen arrojados al fuego.

No se quebrará ningún hueso.

Nota: Posiblemente, para que la res no fuese sacrificada por lapidación o a golpes de garrote.

No se sacará de la casa ningún trozo de carne.

Nota: Con toda seguridad, para que nadie escondiese una tartera-tupperware.

No quedará nada para el día siguiente. Si algo sobrase, deberá ser incinerado. –Yavé insiste: productos del día–.

Nota: El precepto contenido en este versículo 10 es de gran trascendencia: Desestimando el hambre que sin duda padecía el pueblo, y para resaltar la importancia de la disposición, se ordena que los restos sean incinerados.

¿Qué alimentos están prohibidos?

a) Sangre. −También en el capítulo de la Alianza se dará razón sobre este precepto–.

b) Todo tipo de comida o bebida que contenga levaduras y fermentos.

c) Vinos, cervezas y licores.

Nota: No está permitido el consumo de caza o pesca, aunque sea recién capturada. Sólo verduras “amargas”.

¿De qué manera se deberá comer?

Comiendo “deprisa”.
Con el calzado puesto.
Ceñida la cintura.
Con el bastón en la mano.

Nota: Un poco más abajo se explicará el protocolo que justifica estas cuatro pautas de actuación.

Todo esto referido a la tarde-noche del día 14 de Abib, fecha en que se iniciaba la cuenta de los siete días festivos de los ácimos.

Para los seis días restantes −del 15 al 20 de Abib– el intencionadamente confuso texto de Éx. 12, me ha proporcionado dos distintas interpretaciones:

Primera: Esos días solamente se comerán panes ácimos. Posiblemente, no fuera almuerzo-comida sino cena con las últimas luces del día.

Segunda: Además de los panes ácimos, podrían comerse verduras. A las verduras, años después, se añadieron las frutas y leche fresca. Así se refleja en el libro de Josué, capítulo cinco, versículos diez, once y doce, donde se dice que, únicamente se alimentarán de verduras, frutas y pan sin levadura.

Aunque aquí hagan constar estas dos interpretaciones, ninguna de las dos es correcta. Yavé recomendó que, durante siete días, los hombres consumiesen todo tipo alimentos, pero sin fermentar. Por ejemplo, el caldo de verduras del día anterior, ya no es válido.

Por supuesto, las frutas –alto contenido en azúcares−, los vinos, las cervezas y los alcoholes estaban proscritos.

Si bien es verdad que puede resultar una dieta bastante rigurosa, deberíamos tener en cuenta que ese régimen alimenticio mantenido durante seis días no representaba una excesiva severidad. Sobre todo, para unas gentes que muchos días apenas comían otra cosa que un mendrugo de pan y un cacho de queso. Y además, y para coger fuerzas, la noche del día catorce habían comido para una semana, y después, el último día de esa semana también se daban un homenaje en forma de abundante banquete.

Deberíamos prestar mucha atención a lo dispuesto en Éx. 12, 16, donde se dice: El día primero tendréis asamblea santa, y lo mismo el día séptimo. No haréis en ellos obra alguna, fuera de lo tocante a aderezar lo que cada cual haya de comer,… Este versículo parece señalar que, únicamente en esos dos días 14 y 20, era cuando se podía matar el hambre. Por lo tanto, es muy razonable deducir que, al no ser mencionados –el texto, como he dicho, resulta deliberadamente confuso−, durante los demás días solamente podían alimentarse de pan ácimo, y según Josué, aderezar las ensaladas, combinar las macedonias y beber leche recién ordeñada.

De todas formas, la última frase de este versículo dieciséis, tiene un regustillo y un olor a sacerdote levita que tira de espaldas. Si aquí se hace la salvedad de que en esos dos días de asamblea santa se podía preparar la comida, deberíamos entender que, al no constar esa misma coletilla en las disposiciones para la regulación de la festividad de los sábados, en esos días de reposo sabatino no se podría comer. Y eso no es así; el sábado no se podía encender fuego, pero se podía comer de todo. En mi opinión, y como acabo de afirmar, el texto es deliberadamente confuso, y pone en evidencia la reputada voracidad sacerdotal. Por eso, al gusto del discreto lector queda la difícil decisión: O un régimen o el otro.

— Vale; de acuerdo –podrán admitir de nuevo los lectores más tolerantes–. Pero todo esto, ¿para qué?

Pues, según mi interpretación, Yavé nos informó y aconsejó que al menos siete días al año, resultaría muy beneficioso para la salud abstenerse de consumir alimentos fermentados. Siete días son, al parecer, espacio de tiempo suficiente para que el organismo lo metabolice, lo asimile y reaccione.

En la más complaciente y flexible de las dos opciones reseñadas, durante una semanita no se puede comer:

El esponjoso pan con levadura ni quesos ni yogur ni cuajadas ni mantequillas ni carnes guisadas ni carnes adobadas ni hígado encebollado ni riñones al jerez ni alimentos en vinagres ni pescados en salazón ni uvas pasas ni dátiles secos ni otro cualquier etcétera que precise de fermentos.

Además, y esto algunos no me lo perdonarán nunca, Yavé también prohibió durante esos siete días el consumo de vinos, cervezas y productos alcohólicos. Recordemos que estas bebida asimismo sufren (o gozan) de una fermentación.

De cualquier forma, tal y como él mismo hizo constar en el momento de anunciar el abastecimiento diario del maná −algo que yo me he ocupado en repetir con cargante insistencia−, es evidente que el Señor de la Gloria era partidario del consumo de productos frescos y sin ningún tipo de fermentación.

Pero hay más.

Si continuamos con la interpretación de los versículos referidos a la institución de la fiesta de los ácimos, podríamos preguntarnos: Y, ¿por qué iniciar la dieta el día catorce del primer mes del año?

Pues, ésta es mi osada respuesta:

Sabemos que los hebreos, al salir de Egipto, adoptan un nuevo calendario. Resulta algo muy lógico: ¿Para qué van a seguir guiándose por la contabilidad egipcia de las estaciones del año?; ¿Por que han de regirse por unas inundaciones que no van a disfrutar ni padecer? ¿Qué les importa a ellos la estrella Sirio? Como una forma más de romper con el pasado, estrenan un sistema novedoso y distinto de precisar el inicio y el final del año. Y además, según yo lo veo, resulta una manera inmejorable para hacerlo. Con un óptimo criterio, y, posiblemente aconsejados por Yavé, deciden que el año comience con el primer día de la primavera y que, lógicamente, finalice con el último día del invierno. Y eso, ciertamente, parece muy razonable. Sólo a nuestra “juiciosa” cultura europea, y con la “sabia” intención de conjugar eventos religiosos o políticos, se nos ocurre empezar a contabilizar el ciclo anual en nuestro hemisferio –Sinaí está en el hemisferio norte−, con las heladas de uno de enero y finalizarlo con los bajo cero del treinta y uno de diciembre. Por orden de Yavé, se decreta que la contabilidad de los días del año comience con la luna nueva del mes de Abib (ciclo de 28/29 días que comprendía parte de los meses de Marzo y Abril). Aquella luna nueva que resultase más próxima al equinoccio de primavera, o lo que es lo mismo, a esa fecha exacta en que el día y la noche presentan idéntica duración. Una fecha, que en el Sinaí, igual que en todo el hemisferio norte, se produce dentro de los días 20 y 21 de Marzo. El año, consecuentemente, termina con el último día de menguante de la luna del mes de Adar (Febrero-Marzo).

A continuación Yavé ordena: Cuando haya transcurrido la mitad del mes lunar –los catorce días iniciados con la luna nueva de esa prometedora primavera−, o sea, en la fase de luna llena –en las antiguas civilizaciones, la fase de luna llena facilitaba bastante la celebración de veladas nocturnas y saraos–, en ese momento en que ya se han iniciado o se van a iniciar, unos procesos biológicos muy característicos que identifican a esa renovadora y regeneradora estación, entonces, y durante siete días, para cooperar con la naturaleza y ayudar al renacimiento de la vida y a la purificación de la sangre, os ponéis a régimen y no me consumís ni un sólo producto fermentado.

— ¡Permiso! ¿Dónde se excluye la totalidad de los productos fermentados? La ley únicamente menciona el pan ácimo.

Eso es, precisamente, lo que han pretendido hacernos creer; pero no es así.

Lo primero a destacar es una figura retórica conocida como metonimia: COMER PAN, significaba, simple y sencillamente, COMER. El pan, en muchas culturas, simbolizaba y representaba la totalidad de los alimentos. Cuando se dice COMPARTIR EL PAN, además de compartir las hogazas, se están refiriendo a los pucheros y las tajadas. En otras palabras: si tú te estás zampando un cocido y a tu invitado sólo le das un cacho de pan, tú no estás COMPARTIENDO TU PAN; tú sólo estás compartiendo tu egoísmo y tu avidez.

Con esta reseña ha pretendido esclarecer la total identificación PAN-ALIMENTO. Pero además, conviene recordar que la festividad no se denominó del Pan Ácimo, sino de los Ácimos. Entendámoslo: ¡DE LOS ÁCIMOS!

Naturalmente, en este asunto de la exclusión de todo tipo de levaduras y fermentos aconsejada por Yavé, hay mucho más a considerar:

Éx. 12, 15: ... desde el primer día no habrá ya levadura en vuestras casas.

Éx. 12, 19: Por siete días no habrá levadura en vuestras casas.

Éx. 13, 7: ...y no se verá pan fermentado ni levadura en todo su territorio.

En alguna traducción de los versículos 19 y 20 de Éxodo 12 consta: … el que coma algo fermentado…

Y en la Torah, en esos mismos versículos dice: …el que comiere cosa leudada (con levadura).

Incluso, en Lev. 2,11, refiriéndose a las ofrendas se dice: Toda oblación… ha de ser sin levadura, pues nada fermentado, ni que contenga miel…

Está bastante claro que se prohíben la levadura. Y nosotros deberíamos recordar que las levaduras no solamente se utilizan para fermentar el pan, sino que son usadas en multitud de productos alimenticios y bebidas. Y tampoco olvidaremos que los alimentos fermentan, se transforman, se alteran y se corrompen sin necesidad de levaduras. Por eso dice Éx. 12, 8 y 10: Comerán la carne esa misma noche (recién sacrificada), la comerán asada al fuego, con panes ácimos y lechugas silvestres. No dejaréis nada para día siguiente –al día siguiente ya se han iniciado los procesos de fermentación–.

Nota. Es muy cierto que la putrefacción se inicia nada más terminar la vida; pero los procesos químicos de fermentación son apenas perceptibles hasta varias horas después de la muerte.

Este tema de las levaduras puede parecer de escasa importancia, pero yo, reparando en la insistencia de Yavé, estoy seguro que no es tan “insípido”.

Otra cosa.

Dice Éx. 12, 3, que la res viva debe estar en poder del consumidor desde cuatro días antes de ser sacrificada.

Con esta disposición, Yavé, como prudente legislador, pretende evitar que los vendedores desaprensivos —que siempre los ha habido—, puedan facilitar reses muertas, moribundas, enfermas o portadoras de algún veneno. Y resulta, que cuatro días suele ser tiempo suficiente para observar si el animal está sano o enfermo; además, en esos días, el consumidor podía mejorar la alimentación del cordero o cabrito.

Pasemos ahora a otro curioso apartado.

Y lo califico como curioso, porque que este versículo que reseño a continuación, no deja de tener su miajita de chispa. Si nos detenemos a pensarlo un instante, el asunto no tiene más remedio que llamar nuestra atención. El Señor de los Cielos no se limita a prescribir una dieta alimenticia con indicación de aquello que debe comerse y de lo que deben abstenerse; ni mucho menos. Yavé, además de señalar el día en que debe iniciarse el régimen, programa un sistema completísimo, disponiendo: Fecha de adquisición de los alimentos; día y hora cuando debe comerse; de qué manera debe ser cocinado; incluso, cual es la guarnición que debe acompañarlo. Pero es que Yavé va más allá todavía, y no olvidando ningún detalle, incluso dispone de qué manera y con qué vestimenta debe comerse. Y, como diría el popular cocinero, el Señor del Cosmos lo organiza “con fundamento”. Porque, lógicamente, y como era de esperar de su sabiduría, sus disposiciones tienen un preciso razonamiento.

¿Cómo debe comerse?

Veamos lo que dice Éx. 12, 11: “Habéis de comerlo así: ceñidos los lomos, calzados los pies, y el báculo en la mano, y comiendo de prisa, pues es el paso de Yavé.”

¿Y esto que significa?

Pues, sencillamente, las cuatro órdenes de Yavé tienen la misma finalidad e idéntico y metafórico significado:

Ceñidos los lomos: Aquellas gentes, en el interior de sus moradas, y para una mayor comodidad, se despojaban de una parte sus ropas, o por lo menos, desabrochaban el cinturón o faja que ceñía sus túnicas. El mandato de Yavé tiene que entenderse como: debes comer vestido, con la túnica puesta y ceñida.

Calzados los pies: De igual manera que se despojaban o aflojaban sus túnicas, se descalzaban. En este caso, Yavé ordena que permanezcan con las sandalias, coturnos o borceguí en los pies.

El báculo en la mano: El bastón, el cayado, la vara y sobre todo el bordón, suponía un artículo imprescindible para abandonar la morada. E incluso, como consta en los intolerantes y poco solidarios versículos 20 y 21 de Éx. 21, el bastón también prestaba alguna utilidad dentro de la casa, para poder establecer un contacto cálido, cercano y fluido entre el amo maltratador y la servidumbre.

Comiendo de prisa: No significa que hubieran de engullir la comida sin masticar, atragantándose y dificultando la digestión. Es más sencillo. Quiere decir que, con el objeto de no demorar ni alargar el ritual de la comida, quedaba prohibida la sobremesa. De un plumazo, Yavé había liquidado el café, la copa y el puro; y no digamos, donde fue a parar la belicosa partida de Mus.

Y todo esto, ¿para qué?

Pues, todo el mundo…, perdón, casi todo el mundo, comprenderá que a Yavé de daba lo mismo que el señor Isaac se sentase a la mesa en pijama, descalzo, habiendo depositado el bastón en el paragüero y comiendo con la irritante parsimonia del niño inapetente. Lo que debe entenderse de este alegórico y oriental estilo de relatar es que, apenas hayan acabado de comer, y puesto que ya están vestidos, calzados y con el bastón en la mano, deben ponerse en marcha y salir a pasear para ayudar a los procesos de la digestión. Recuerden que estamos hablando de una praxis alimenticia.

Naturalmente, algunos “sabios pensadores”, exprimiendo a tope su simpleza, han llegado a la elaborada conclusión de que todo esto es un rito para conmemorar las prisas en la noche en que se inicia el Éxodo. Y, por supuesto, otros ungidos afiliados a la célula de sobrevividores, también pueden interpretar que se debía comer deprisa, vestido, calzado y agarrando con fuerza el bastón, para atizar un garrotazo y defender el condumio, previniéndose para el caso de que otro comensal pretendiese arrebatarle una tajada. Pero no les hagan ni caso: esa gente es como es.

En cuanto a la disposición de comer con el calzado puesto, sólo señalar, que una buena parte del año, la más calurosa, aquellas gentes no utilizaban ningún tipo de calzado y sólo algunos privilegiados disponían de sandalias. Sin embargo, durante los meses de frío envolvían sus pies con pieles que sujetaban mediante correas a semejanza de unas albarcas o chanclas.

Y para qué hablar del bastón y de su utilidad. Podemos jurar que en una comunidad de pastores viviendo en un desierto, nadie y por ningún concepto, salía de su tienda sin el garrote en la mano.

Algo que puede sorprender de la orden de Yavé, es la ausencia de una mención al tocado, al gorro, a la tiara, en definitiva a la boina. Claro que eso puede tener una fácil explicación: nadie, ni uno sólo de aquellos expedicionarios acampados en el desierto del Sinaí, abandonaba la tienda con la cabeza descubierta. Tal vez no se efectúa ninguna referencia, por la sencilla razón de que ni en el interior de sus casas descubrían la cabeza.

Otra cuestión que se puede plantear:

Según Éx. 12, 43-49, para seguir ese tratamiento, ¿se debe estar circuncidado?, o dicho de otra forma, ¿solamente funciona si eres hebreo?

Ni mucho menos. En realidad, la recomendación de Yavé estaba dirigida a todos los hijos del hombre. Pero, como resulta, que en contra de lo que a veces se nos quiere hacer creer, el pueblo no es tonto, con el tiempo, aquella gente advierte que los resultados son muy beneficiosos. Y también se percatan de que los pueblos vecinos, sus enemigos, pueden aprovecharse también de los consejos de Yavé. La primera iniciativa que se les ocurre es convertir la orden en un rito religioso sólo destinado a los hijos de Israel, a los firmantes del pacto de la Alianza. El extranjero que desee servirse de la sabiduría de Yavé debe aceptarle como único Dios.

Nueva pregunta.

Si resultaba tan beneficioso ese régimen alimenticio, ¿por qué se fue abandonando y terminó permitiéndose durante esos siete días el consumo todo tipo de alimentos, limitándose únicamente a un simbólico acompañamiento con pan sin levadura?

No creo que ningún lector necesite que se le recuerde la gran cantidad de reglas y normas de conducta, que siendo muy beneficiosas para los hombres, han sido desestimadas y olvidadas. En el presente caso existen al menos dos posibles razones.

Con el transcurso de los siglos, aquello de comer únicamente verduras y pan ácimo; abstenerse de las calderetas de cordero; prescindir de los buenos trozos de quesos; privarse de los largos lingotazos de espumosa cerveza; estar obligado a renunciar a una placentera sobremesa y, para colmo, olvidarse de la siesta, no resultaría demasiado agradable, y la tendencia más probable invitaría a la desobediencia de la orden de Yavé: Vamos a dejarnos de historias; lo mejor será comer de todo y, si acaso, respetaremos lo del pan ácimo. Y, de igual manera que sucedía al resto de sus hermanos hebreos, en cuyas casas tenían el plato puesto todos los días, los pobres sacerdotes levitas también “padecían” aquella austera disposición de Yavé, por lo cual, ante la propuesta de relajar y hacer más tolerable la dieta, los glotones ungidos, con el ceño fruncido pero con el corazón alborozado por un gozo indescriptible, asintieron con un rotundo amén. Debemos tener en cuenta, que poco tiempo después de que este régimen fuese instituido por Yavé, ya existirían las exenciones, las bulas y los indultos de ayunos y abstinencias. Nadie dudará del sacerdotal axioma que afirma:

Si para mí hay despensa, para ti hay dispensa.

Por otra parte, y como segundo sólido fundamento para no mantener aquella dieta ordenada por Yavé, se nos encontramos con otra realidad:

Si algo podemos afirmar, sin el menor riesgo a incurrir en una falsedad, es que aquel pueblo, el linaje de los hijos de Israel, lo ha pasado muy mal en distintos momento de su historia. Los asedios, la esclavitud, los destierros, las expulsiones y el genocidio, no les son extraños en absoluto. Y en esos momentos, momentos que podían abarcar meses e incluso años, el hambre, pero el verdadero HAMBRE, así con mayúsculas, suele hacer su aparición. Y nadie, pero nadie, nadie, puede reprochar a un hebreo hambriento y al borde de la muerte por inanición, que si puede hacerse con un trozo de pan, dé buena cuenta de él, por mucha levadura que tenga y por mucha Pascua que se deba celebrar. Hay que estar muy loco o ser muy tonto, para ponerse voluntariamente a dieta durante un asedio o cuando “se está disfrutando de los goces” de un campo de concentración.

De todas maneras, aquellas recomendaciones de Yavé recogidas por Moisés, no cayeron en saco roto. Aunque poco a poco se habían ido modificando y degradando, afortunadamente la Ley había quedado escrita. Y sucedió un buen día, que un magnífico rey de Judá, posiblemente el mejor monarca de la casa de David, supo poner fin y rectificar el rastrero y falsario comportamiento, que en el transcurso de los siglos, los sacerdotes levitas habían ido asentando en aquella sociedad. Durante el reinado de Josías se encontró el auténtico libro de la Ley, el verdadero libro de Moisés. Y aquel sabio rey, entre otras iniciativas de no menor importancia, restableció la correcta celebración del originario rito de higiénica profilaxis que Yavé había recomendado en el Sinaí. Así consta en II Reyes 23-24 y II Par 35. Claro que, con el tiempo, los sacerdotes, sacrificándose nuevamente, condujeron al obediente pueblo para que regresase a las andadas y añoradas sendas del sabroso papeo.

Quemar las calorías haciendo un suave ejercicio después de las comidas.

Yo no sé cuál pueda ser el motivo de esa predisposición de Yavé en contra de los fermentos, y tampoco sé si este régimen de comidas funcionaría o no y, por lo tanto ignoro si proporcionaba beneficios para la salud. Pero lo que sí sé, es que no puede ser lesivo y que Yavé lo ordenó; y también sé, que en numerosos versículos, habla de una larga vida si el hombre acepta sus consejos.

De todas formas, y puesto que estamos hablando de pruebas de Yavé, quisiera dejar constancia de una de estas pruebas o experimentos, que algunos lectores comprenderán fácilmente, pero que otros, afortunadamente, solamente entenderán con cierta dificultad:

Yavé, al prohibir los fermentos, está potenciando la abstinencia del consumo de vinos, cervezas y productos alcohólicos, al menos durante siete días; con ello nos propuso un test —y recordemos que un test es también una prueba—:

Todos los años, haz este examen:

Si durante siete días, y sin excesivas penalidades, puedes prescindir del consumo de alcohol, felicítate. Eso demuestra que no tienes ningún problema al respecto. Pero, si por el contrario sufres de ansiedad, estas irritado y recuerdas continuamente la frasca, entiende que estás padeciendo un síndrome de abstinencia, y que, si todavía no estás cocido, ya has echado a hervir. Suelta la bota y pilla el botijo. Con ello pretendió advertir a los hombres acerca de la seria amenaza que supone el alcohol y, sobre todo, intentó mostrar el engañoso comportamiento de la botella, que no avisa y que, solamente cuando, por cualquier circunstancia, prescindes de ella, es el momento en el que percibes la dependencia. Tal vez, ésta, solamente sea una prueba más, pero una prueba, que en mi opinión, resulta mucho más importante que abstenerse y no recrearse en los pensamientos impuros. Que por cierto, también son ganas de confundir al personal con una falsa culpabilidad cuando se pretende legislar sobre los pensamientos. Siempre les ha molestado que el hombre tenga pensamientos. Todos estamos seguros, que la humanidad hubiera avanzado mucho más, si en lugar del restrictivo y castrante “ora et labora” (reza y trabaja), hubiesen recomendado un alentador piensa y trabaja.

Este capítulo ha pretendido resaltar que, para proteger la salud de los hijos del hombre y después de realizar los estudios y experimentos adecuados con el abastecimiento de un medicamento llamado Maná, con la prescripción de un régimen alimenticio libre de fermentos y grasas, y con la recomendación de realizar ejercicio después de las comidas, aquellos dioses-viajeros del cosmos nos dieron las pautas para conseguir disfrutar de una larga vida.

Por eso ahora, y desde la distancia de mi ateísmo, quiero mostrarles mi agradecimiento: ¡Muchas gracias!


RESUMEN DEL CAPÍTULO IX

Yavé realizó pruebas, análisis y estudios a los hijos de los hombres. Con los resultados de esas pruebas, habilitó un sistema de prevención y profilaxis en defensa de la salud. Una parte muy importante de esa prevención quedó especificada en las dietas alimenticias de los ácimos, que se puede resumir en:

Vigila tu alimentación; abstente de los fermentos y las grasas; haz ejercicio suave después de las comidas.

Nota. Las recomendaciones y consejos que en la actualidad muchos médicos prescriben a sus pacientes para recuperar la salud, ya las hizo Yavé en el Sinaí al instituir la Pascua hace más de tres mil años.

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