CAPÍTULO V: EL ÉXODO

La décima plaga; los sacerdotes perfeccionan sus prácticas (5*1). Los felices y generosos egipcios (5*2). Pasemos el platillo (5*3). La salida del pueblo (5*4). Escenario del inicio del Éxodo (5*5). El cambio de ruta (5*6). Ya están aquí: presento a ustedes la columna de nube y la columna de fuego (5*7).


Antes de iniciar este capítulo deseo realizar una enésima puntualización que tiene su origen en otra de mis acostumbradas reiteraciones. Cuando en el primero capítulo se trató del tema de los nómadas, ya se comentó.

El éxodo, el famoso ÉXODO, es el sexto éxodo de los hebreos. Veamos:

1º. Salen de Ur y llegan a Harán (Abraham)

2º. Salen de Harán y llegan a Canaán (Abraham)

3º. Salen de Canaán y llegan a Egipto (Abraham)

4º. Salen de Egipto y regresan a Canaán (Abraham)

5º. Salen nuevamente de Canaán y regresan a Egipto (Jacob)

6ª. Salen nuevamente de Egipto y regresan a Canaán (Moisés)

Luego habrá un séptimo éxodo a Babilonia; un octavo de regreso desde Babilonia a Jerusalén y un noveno cuando la dispersión del emperador Tito. Y, por supuesto, la Historia nos contabiliza otros éxodos en los que el pueblo judío ha sido expulsado de sus casas, pero…, pero esto ya es otra historia.

Yo no sé si ellos son los culpables de todos esos traumáticos cambios, pero yo, por liberar un poco mi conciencia y por si en alguna ocasión he sido el causante, le pido disculpas.

Y ahora iniciemos el estudio del Éxodo de Moisés, EL SEXTO ÉXODO:

Éx. 12, 29-32: (29) En medio de la noche mató Yavé a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, desde el primogénito del faraón que se sienta sobre su trono, hasta el primogénito del preso en la cárcel, y a todos los primogénitos de los animales. (30) El faraón se levantó de noche, él, todos sus servidores y todos los egipcios, y resonó en Egipto un gran clamor, pues no había casa donde no hubiera un muerto. (31) Aquella noche llamó el faraón a Moisés y Arón y les dijo: “Id, y salid, de en medio de nosotros, vosotros y los hijos de Israel, e id a sacrificar a Yavé, como habéis dicho. (32) Llevad vuestras ovejas y vuestros bueyes, como habéis pedido; idos y dejadme”.

Nota: Los siervos no tienen ganados. A los siervos, cuando se les concede libertad, por mucho que ellos lo pidan, y por muchos derechos que pretendiesen tener, no se les permite que se lleven los ganados. Conclusión: los hebreos no eran siervos. Era un pueblo libre viviendo dentro de otro pueblo libre, y por lo tanto, podían irse cuando lo deseasen. En este caso se fueron voluntariamente obligados.


LA DÉCIMA PLAGA; LOS SACERDOTES “PERFECCIONAN” SUS PRÁCTICAS (5*1)


Yo no sé cómo definir este episodio que acabo de transcribir, en el que en versión levítica, Yavé ordena la muerte de todos los primogénitos de Egipto. Mi tolerancia DIEZ no me permite hacer uso de palabras como vergonzoso o denigrante. Simplemente, voy a calificarlo como un torpe insulto, como una grosera e infamante ofensa a Yavé, por parte de aquellos irresponsables que fueron los viles responsables de un texto bíblico cuya responsabilidad atribuyeron al mismísimo Yavé.

Como ya he afirmado en el capítulo anterior, al referirme al ruin intento levita por atribuir a Yavé la autoría de las plagas, se crea o no se crea en un dios, se crea o no se crea en la existencia de Yavé, lo que no se puede ni se debe hacer es recurrir al insulto. Por eso, haciendo otro alarde de tolerancia, y siendo lo más comprensivo posible, no tengo otro remedio que dejar patente mi desprecio más absoluto hacia ese Consejo de Sacerdotes Levitas. Y, al mismo tiempo que les hago llegar mi demostración de incondicional repugnancia por su indigno comportamiento, aprovecho para mostrarme de nuevo totalmente en contra de los escribas y redactores de estos capítulos de la Escrituras que tienen su apoteosis en Éx. 12, 29. Unos pasajes en los que se evidencia un solapado intento de dar culminación a una gran cantidad de ilegítimos versículos, en los cuales no han dudado en ultrajar a Yavé una y otra vez. Unos versos que contienen afirmaciones, en las que rastreramente, se le imputaron toda clase de graves faltas y delitos, desde la mentira, la inducción al robo o al abuso de confianza y el chantaje, y en los que ahora, como remate, se atreven a culparle de asesinato.

Sí, he dicho asesinato. Y si alguien no lo cree, podemos echar una ojeada al texto bíblico:

En medio de la noche (con nocturnidad) mató Yavé a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, desde el primogénito del faraón, que se sienta sobre su trono, hasta el primogénito del preso en la cárcel (indefenso = alevosía), y a todos los primogénitos de los animales.

¡Toma ya! Estos sacerdotes no tienen desperdicio. En el mismo párrafo encontramos una de las circunstancias que modifican la tipificación del homicidio y lo elevan a la calificación de asesinato, la alevosía; y también un agravante, la nocturnidad. Pero es que además, y puesto que fue anunciada con anticipación, nos encontramos con una segunda particularidad que acrecienta la graduación del homicidio y lo eleva a la imputación de asesinato: la premeditación. Por lo tanto, según el redactor bíblico, el dios de Israel, con premeditación, alevosía y nocturnidad, dio muerte a un gran número de hombres y de inocentes niños egipcios. Un perfecto genocidio, o sea, un exterminio o eliminación sistemática de un grupo social por motivo de raza, de religión o de política.

Creo que el evidente insulto a Yavé no puede ser mayor, más torpe y más injusto; y, ¿por qué no decirlo?, más guarro, más repugnante y más rastrero. Ultraje, que por cierto, tres mil años después, los “bondadosos y justos” sacerdotes, todavía no se han preocupado por aclararlo y desmentirlo. Lógico, tendrían que aclarar demasiadas cosas. Y, aunque también lo he dicho, ahora lo reitero una vez más: No tengo ni la menor duda acerca de la existencia de la más rotunda verdad en la crónica de los sucesos que acontecieron en aquel momento; tampoco albergo la menor incertidumbre de que la palabra y el mensaje de Yavé están contenidos en esos cinco libros del Pentateuco; pero también afirmo, tajantemente, que de su boca, de la boca de Yavé, del Señor de los Cielos, no salió jamás una sola palabra inspirada en el odio, en el resentimiento o en el miedo. Nadie, en un estado mental consciente y sensato, puede aceptar que un ser de gran sabiduría, de innegable integridad, del más razonable criterio y con absoluto respeto por la justicia y por la vida, pueda ordenar la muerte de miles y miles de personas inocentes, una por familia. Sólo en una mente cobarde, fanática, muy poco lúcida y poseída por un furor y un odio brutales, puede tener cabida esa apreciación sobre el comportamiento de Yavé. Pues bien, en las mentes de aquellos sacerdotes levitas tuvo una perfecta cabida esa afirmación, y después de llenar sus barrigas, se dedicaron a proclamar con toda desfachatez, que el resto de los hombres no estamos capacitados para entender las intenciones de su DIOS.

Que se hubiese declarado una epidemia, algo, que tal y como hemos visto en los anteriores capítulos, era de lo más frecuente en aquellos tiempos, y sobre todo, después de haber padecido una plaga de mosquitos; que ese contagio infeccioso arrasase con miles de vidas, es bastante razonable y comprensible; que muriesen muchos más egipcios que de otros pueblos, también lo es, aunque sólo sea porque eran muchos más; pero afirmar impunemente, que Yavé, o un ángel de Yavé, pasó puerta por puerta dando muerte solamente a los primogénitos egipcios pero respetando a los demás hijos y preservando también la vida de las hijas, eso, como mínimo, es un solemne disparate, y hay que tener mucha “cara” para ir por ahí contándoselo a la gente.

Claro, que si estamos hablando de cara dura, aquí, a continuación, encontramos un ilustrativo ejemplo de pétrea faz sacerdotal, porque, lo peor de todo el asunto de los primogénitos, es que resulta un contrasentido con mucho sentido.

¿Y saben por qué?

Pues, porque lo único que se pretende con la invención de esas muertes selectivas, aun a costa de insultar a Yavé, es dar paso y cobertura a la rentable y lucrativa ley de los primogénitos (Éx. 13, 1-2 y 11-15), que a su vez, con posterioridad, y cuando ya estaba bien asentada, sería sustituida por una larga serie de privilegios y provechosos censos de los que se beneficiaría el cuerpo sacerdotal de la tribu de Leví.

Expresado de otra forma, aquellos levitas dijeron a sus paisanos:

Como veis, Yavé no ha matado a vuestros primogénitos; en compensación, vosotros debéis pagar a los sacerdotes.


LOS FELICES Y GENEROSOS EGIPCIOS (5*2)


Por otra parte, en esos versículos (Éx. 12, 35-36), existe otra circunstancia que se debería tener en cuenta, y que no obstante, se ha pasado sobre ella sin el menor decoro. Nadie, ningún ser racional, y consecuentemente, con capacidad de pensar; nadie, poseedor de un mínimo conocimiento sobre el comportamiento y reacciones lógicas del ser humano, puede admitir que un pueblo como el egipcio, herido de esa manera tan atroz, permita que uno sólo de aquellos individuos, posibles causantes de las muertes, consiga escapar con vida. El linchamiento de los hebreos, realizado por los pobres padres egipcios que habían perdido un hijo aquella noche, hubiera estada más que garantizado.

Pero no, no sucede así. Al contrario; muy al contrario. ¿Saben cuál es la milagrosa ocurrencia del inspirado cronista? Pues asegura, que los padres, sofocando su dolor, salen con bandejas de plata repletas de obsequios para sus amados hebreos que deben abandonar el país. Véanlo a continuación.

Éx. 12, 35-36 (35) Los hijos de Israel habían hecho lo que les dijera Moisés, y habían pedido a los egipcios objetos de plata y oro y vestidos. (36) Yavé hizo que hallaran gracia a los ojos de los egipcios, que accedieron a su petición, y se llevaron aquellos los despojos de Egipto.

¡Vale tío!

Vamos a imaginar un pueblo cualquiera aquí en España o, por supuesto, en cualquier otra parte del mundo donde vivan unos inmigrantes que han estado amenazando con causar una tragedia. Ésta se produce y ocasiona una enorme cantidad de muertes. A continuación, una vez ocurrida la desgracia, ese pueblo marginal –lo califico como marginal, puesto que están causando daños, o al menos atribuyéndoselos y profiriendo amenazas–, proclama su autoría reivindicando esas muertes. Pues bien, es entonces, cuando, según la ocurrencia del chocheante cuentista, sucede algo muy lógico. La reacción de los dolidos padres no es otra que presentarse ante aquellos que se proclaman autores de la desgracia; ante quienes se declaran como beneficiarios de la muerte de sus hijos, y regalarlos vestidos y objetos de valor como collares, pulseras y pendientes de oro. Sin la menor duda, aquellas gentes actúan de esa manera porque piensan: Estos objetos eran para mis pobres hijos, pero ya que están muertos, mejor será que los disfrutéis vosotros. Eso, dicho con otras palabras, es lo que consta en Éx. 12, 35-36.

Y esto es lo que aquellos fanáticos sacerdotes han estado vendiendo a sus fieles durante tres mil años. Y luego, después de haber atribuido a su Dios esa pérfida actuación, se escandalizan si algún abominable malvado imita la conducta de su divinidad.

He dicho que me dan asco; no es cierto, me causan repugnancia.

El asunto, sin embargo, debió suceder de otra manera:

La epidemia que ha causado tanto dolor y muerte, ha sido muy bien manipulada y utilizada por los sacerdotes de Amón. El faraón ya no puede resistir la presión de sus ministros ni el implacable acoso de los administradores y representantes del dios Ra. Por fin comprende, y se dice:

Al fin y al cabo, sólo estamos hablando de los ahorros de unos pastores. Si privamos a los sacerdotes de su matraca preferida para dar la coña, y además con ello se acaba el problema de ese pueblo entre nosotros, estoy seguro que la decisión correcta es permitir que se larguen. Todos, con todo y ahora mismo.


PASEMOS EL PLATILLO (5*3)


Como he apuntado más arriba, es ahora, es a partir del versículo once, cuando se inicia otra exhibición del poder de los sacerdotes levitas, que a la menor oportunidad, si ven ocasión de pasar el platillo, no lo dudan ni un instante y aplican una de sus lemas preferido: Sacerdote santo y pillo, a mano tiene el “cepillo”. Aquí, basándose en el triste y tenebroso asunto de la muerte de los primogénitos egipcios, se inventan el impuesto del “rescate”.

Consistía el famoso timo del rescate, en la obligación que imponen los sacerdotes levitas al resto de sus hermanos hebreos, de cotizar por cada uno de los primogénitos que han sido “respetados” por Yavé-Dios. Todo animal macho que proceda del primer parto de una res, a menos que se abone el precio estipulado por los ungidos, debe ser sacrificado para que sirva de alimento a los levitas y a los sacerdotes. El primer varón de los hijos de los hombres se “rescatará” a buen precio de plata. Los sacerdotes dicen que esto es así para conmemorar el hecho de que Yavé, respetando a los hebreos, mató a los primogénitos de los egipcios; al menos uno por cada familia.

Nota: No se deja de ser primogénito por haber cumplido ochenta años. Por lo tanto, en una misma familia, aquella plaga se cargaría al abuelo, al padre y al niño si habían sido los hijos primogénitos.

El timo-truco, como se ve es burdo y grosero, pero también muy representativo y revelador del comportamiento de los ungidos.

Esta ley de los primogénitos fue posteriormente sustituida y dio paso a otra picardía sacerdotal: la estafa de los censos.

El especulativo proceso mental que llevó a los sacerdotes levitas a trocar un impuesto por otro fue muy simple. En uno de sus escasos momentos de lucidez se dijeron:

Primogénitos, hay pocos por familia; sin embargo, hijos hay bastantes más. Conclusión: Estamos perdiendo dinero.

Este nuevo fraude de los censos era muy simple, y, el poder de los sacerdotes en el momento de su implantación era tan grande, que no precisó de justificación alguna.

El “sablazo” consistía, en que previo pago de una cantidad, los hebreos tenían la “venturosa” oportunidad de ser contados. Así como suena:

Si deseas que te cuente, 

dame la cuenta corriente.
O sea, que inventaron una lotería de participación obligatoria, pero sin premio.

Esto de ser contado, en mi opinión, debía constituir un auténtico goce y casi un supremo placer para el pueblo. Sobre todo, cuando uno de ellos, extasiado por un inmenso deleite, alborotaba y alegraba el campamento gritando:

¡Tengo un capicúa!, ¡tengo un capicúa!

¡Jo, tío!; ¡la suerte tienes!

Así ha actuado este tipo de gentuza durante siglos. Pero, ¿quién se lo reprocha? Si hay personas que se deja expoliar, pues bien está, y si se quiere, hasta tiene su gracia. Lo único que yo censuro y rechazo es que se considere a Yavé como autor de las muertes de inocentes y como consentidor de todos estos abusos. Solamente basándonos en su muy superior inteligencia, en su sabiduría y experiencia para entender lo más rastrero de los seres humanos, se puede comprender que no dispusiera un tremendo castigo para esos individuos. No sólo atribuyen a su dios la matanza de muchos inocentes, sino que además “pasan la bandeja” por ello. Y para colmo aseguran que el resto de los seres humanos, al estar un poco mermaditos, no gozamos de la capacidad suficiente para comprender ese divino comportamiento.

Y he afirmado que tiene su gracia, porque es muy difícil leer Éx. 13, 13, y conseguir reprimir la carcajada. En ese versículo, y refiriéndose a la ley de primogenitura, se dice: el del asno (el primogénito del asno) lo redimirás por un cordero, y si no lo redimes, lo desnucarás. La iniciativa de los pringosos levitas es genial:

O nos entregas un cordero o tienes que desnucar un borriquillo.


LA SALIDA DEL PUEBLO (5*4)


Una gran muchedumbre de hebreos que había partido de Rameses, llega en primeras etapas a Sucot. Allí, procedentes de distintos lugares, se reúnen varios grupos de israelitas a los que se incorporan gentes de otras etnias —el denominado vulgo advenedizo o adventicio que se cita en Núm. 11, 4—, una heterogénea multitud que también ha sido obligada a abandonar el país, y que después serán causa de no pocos problemas durante la permanencia en el Sinaí. Este versículo de Núm. 11, corrobora las palabras de Éx. 12, 38: Subía, además con ellos una gran muchedumbre de toda suerte de gentes... Entendámoslo, porque eso es exactamente lo que se dice: toda suerte de gentes. Esto, sin la menor duda, nos muestra y nos deja constancia de otra evidente realidad: aquella expulsión no se aplicó a los hebreos con exclusividad. El pueblo egipcio, tal y como se insinúa en Éx. 1, 10, quizás motivado por alguna amarga experiencia sufrida –o tal vez como una reacción lógica después de librarse de los Hicsos–, (Nota) obliga a salir del país, junto al pueblo israelita, a un buen número de individuos, tribus, e incluso grupos étnicos, que en el transcurso del tiempo se habían ido estableciendo en Egipto. Al parecer, se produjo un fenómeno que suele presentarse por ciclos, y que ahora denominaríamos como:

Un amargo periodo, caracterizado por una exaltación del sentimiento racista y por el apogeo de un brutal furor xenófobo con raíces en un nacionalismo exacerbado y excluyente.

Entonces, en aquellos tiempos, aquellas gentes eran algo menos cursis y rebuscadas, y lo identificaron como odio al extranjero, o lo que es lo mismo: leña al guiri.

Nota. Recordemos que en España, el mismo año en que finaliza la Reconquista, se expulsa a los judíos.

Istmo de Suez en la península de Sinaí. Del Mediterráneo (parte inferior) al Rojo (parte superior).

Desde Sucot reinician la marcha hasta Etam, ya en los límites occidentales de la península del Sinaí. Se desplazan con la intención de hacer el camino por la ruta más habitual de las caravanas; la misma que habían seguido sus padres cuando, siglos atrás, habían bajado a Egipto. Su propósito es evidente: desean establecerse en las tierras comprendidas entre el mar Mediterráneo, –mar grande o mar de poniente–, y el río Jordán. ¿Alguien identifica el lugar?

Desde mucho tiempo atrás, esas tierras estaban en poder de distintos pueblos que, como buenos hermanos y vecinos, disfrutaban atizándose entre ellos. Contra esas mismas tribus, los hebreos en los tiempos de Abraham, de Isaac y de Jacob ya habían tenido sus más y sus menos. Y, según estamos viendo ahora, a principios del siglo XXI, casi tres mil quinientos años después, todavía no han firmado la paz. Ni siquiera con la intervención de los dioses.

Pero antes se seguir deberíamos identificar esos lugares; o sea, debemos subir al escenario de los acontecimientos.


ESCENARIO DEL INICIO DEL ÉXODO (5*5)


Sabemos por Éxodo 12 y 13 que los hebreos, al ser expulsados de Egipto, han salido de Pi-Atón y de Pi-Rameses.

Los hagiógrafos siempre han especulado con la posibilidad de identificar esos lugares. No obstante, y habida cuenta de las enormes dificultades que rodean esas incógnitas, los progresos obtenidos son más bien escasillos. Algunos de esos estudiosos han sugerido, sin el menor fundamento, que esas ciudades eran Tanis y Avaris, en la fértil región regada por el brazo más oriental del Nilo. Y digo que sin el menor fundamento, porque, entre otras razones, esas ciudades (Tanis y Avaris) no están en la región de Gosen.

Nosotros, ahora, admitiendo como innegable esa gran dificultad, pero al mismo tiempo, haciendo un alarde de osadía, vamos a intentar localizar esos enclaves sirviéndonos solamente de nuestro sentido común. Un sentido común, que por cierto, los redactores de las Escrituras han despreciado con demasiada frecuencia.

Así pues, con esa intención, hacemos un bíblico número de puntualizaciones.

1) Cuando llegaron a Egipto, los hijos de Jacob fueron ubicados por su hermano José −con el beneplácito del faraón−, en la región de Gosén. Este territorio, no siendo, lógicamente, tierra de regadío –a nadie se le ocurre meter un rebaño de vacas en un huerto−, sí que resultaba bastante adecuado para el pastoreo, y además, se encontraba en la parte más oriental del delta del Nilo y, por lo tanto, casi limítrofe con la península de Sinaí. Eso significa, quiera entenderse o no, que a los hebreos no se les consintió su acceso hasta las tierras fértiles del Nilo (Tierras Negras), sino que fueron asentados cerca de la frontera; a la menor distancia posible de su tierra prometida.

2) Siglos después, en el inicio del Éxodo, los hebreos hacen una primera etapa que finaliza en Sucot. Las Escrituras también nos dicen, que desde allí parten para Etam –“en los límites del desierto”−.

En los límites o fronteras más estrictas de un país cualquiera, allí donde sus tierras comienzan a tener un valor codiciable para sus vecinos, los prudentes gobernantes −que alguno habrá−, suelen ordenar la construcción de baluartes que dificulten la invasión de esa nación. Después, con el transcurso del tiempo, algunos de esos bastiones −simples torres o atalayas−, se convierten en fortalezas o ciudadelas; y, frecuentemente, algunas de estas fortificaciones adquieren una importancia excepcional por la cuantía de sus guarniciones y, sobre todo, por sus almacenes de logística militar. Esas ciudadelas-almacenes, aunque no frenasen una incursión enemiga, sí que la retardaban; ningún ejército invasor avanzaría hacia el interior del país, dejando a sus espaldas unas fortificaciones enemigas bien provistas de soldados y suministros. Los almacenes de esas ciudades, repletos de cereales, eran también utilizados para abastecer a los ejércitos del faraón cuando se iniciaban campañas contra los pueblos de oriente y, por otra parte, podían ser fácilmente incendiados antes de ser entregados a posibles invasores.

Pi-Rameses y Pi-Atón (Éx. 1, 11), dos de esos enclaves, eran arsenales o ciudadelas-almacén. Allí fue donde, al parecer, los hebreos estuvieron haciendo un montón de horas extraordinarias en los alfares para cocer adobes en los tiempos anteriores al Éxodo. Por lo tanto, Pi-Atón y Pi-Rameses estaban en Gosen, o sea, en el camino desde Memphis a la frontera del Sinaí, y no se encontraban entre las ciudades del delta.

3) Desde esas dos ciudades-almacén-fortaleza (Éx. 12, 37), parten con rumbo a la tierra de promisión; o sea, toman el camino de oriente con destino a los territorios delimitados por el Mediterráneo y el río Jordán. La primera etapa de esa ruta es la que finaliza en Sucot.

—Ya; pero, ¿dónde estaba Sucot?

4) Pues, Sucot se encontraba en ninguna parte. Sucot, como ciudad, no existió nunca. O, dicho con más propiedad, hubo muchos Sucot.

—Y, ¿cómo debemos entender esta aparente paradoja?

Pues, simplemente interpretando el nombre. Sucot, en hebrero, significa caseta, choza, cabaña, tabernáculo… Y resulta, que si los hijos de Israel durante sus años de peregrinación por el Sinaí levantaron cuarenta campamentos, “fundaron” cuarenta Sucot (Núm. 33, 1-49).

Este Sucot mencionado en Éx. 12,37, fue el campamento de concentración de todos los pueblos que eran expulsados de Egipto. Y, si ese primer Sucot fue la etapa inicial desde Pi-Rameses y Pi-Atón, deberemos entender que se levantó a menos de treinta kilómetros, contados desde aquellas ciudadelas hacia la frontera sinaítica. Desde ese campamento-sucot, reinician la marcha con destino a Etam, en los límites del desierto.

5) Y, naturalmente, ahora nace otra pregunta: ¿dónde estaba Etam?

Pues, si Pi-Atón y Pi-Rameses eran ciudadelas-almacén-depósito próximas a la frontera oriental; si Sucot fue el primer campamento en dirección al Sinaí y, si Etam estaba en el límite del desierto, no es necesario ser un genio para entender que Etam era el último puesto avanzado de los egipcios en la ruta de oriente; en ese camino que ordinariamente unía, a través del Sinaí, a Egipto con los países del este. Etam era una atalaya, un puesto fronterizo desde donde se podía controlar el camino, enviar señales de alarmas y, por supuesto, cobrar arbitrios y peajes a caravanas y turistas.

6) Y, ¿qué se podrían encontrar los israelitas en esa península de Sinaí; a poca distancia del Etam?

Pues, con toda seguridad encontrarían destacamentos de las milicias cananeas.

7) Y, ¿cuál sería la reacción de los cananeos al observar que una multitud de hebreos se acercaba a sus territorios?

Pues, ésta, sin duda, sí que es una pregunta típicamente sacerdotal –léase, tonta y absurda−. Al ver aquella muchedumbre en busca de una tierra de promisión, es absolutamente seguro que aquellos cananeos se pusieron “a dar saltos de alegría”.

En resumen:

a) Gosen era un territorio semiárido en el margen oriental del delta.

b) Pi-Atón y Pi-Rameses eran dos guarniciones militares o almacenes de alimentos, destinados a dar cobijo a unos destacamentos permanentes, encargados de repeler una invasión, y sin la menor relación con Tanis o Avaris que eran prósperas ciudades agrícolas del delta.

c) Sucot fue el primer campamento montado al iniciar su éxodo.

d) Etam era una atalaya, un puesto fronterizo, una aduana que estaba en los límites del desierto. Es muy posible que estuviese en la misma línea-meridiano donde hoy se encuentra en canal de Suez. Etam estaba muy cerca, pero muy cerca, de lo que hoy es la ciudad de Ismailía.


EL CAMBIO DE RUTA (5*6)


Éx. 13, 17 lo dice muy claramente: Cuando el faraón dejó salir el pueblo, no le condujo Dios por el camino de la tierra de los filisteos, aunque más corto, pues se dijo: "No se arrepienta el pueblo si se ve atacado y se vuelva a Egipto".

Según se puede apreciar, cananeos, filisteos, jebuseos y etcetereos, acompañados de paisanos y colegas, no están en absoluto de acuerdo con las intenciones de los hebreos, y reuniendo un ejército, se disponen a impedir con todos los medios a su alcance, aquella pacífica pero masiva invasión de inmigrantes.

De sus ocultos arsenales, de sus camuflados silos, de sus depósitos de armas estratégicas y de destrucción masiva, se saca a la luz un auténtico muestrario bélico. Con él, se efectúa una desafiante exhibición del más moderno armamento –espadas, lanzas, arcos, hondas y garrotes–. Con ese belicoso alarde, se disuade a los “seiscientos mil” infantes hebreos que, intimidados ante el poder de aquellas espantosas armas, no tienen otra opción que retroceder e iniciar una ruta alternativa tomando rumbo sur.

He realizado este jocoso comentario, para no desmerecer y competir sanamente, con el sentido del humor del cronista bíblico y sus “seiscientos mil”. ¡Y pensar que Jenofonte se conformó con diez mil infantes!

Nota. Por mis irónicos comentarios, nadie debería interpretar que tengo alguna animadversión contra el pueblo judío pues estaría muy lejos de la realidad. Mis burlas, que nacen de mi desprecio contra codiciosos levitas, están dirigidas contra los “iluminados”.

No obstante, todo lo que está sucediendo, y lo que va a suceder, ya estaba previsto desde tiempo atrás. Yavé, como es lógico, sabía en toda certeza que por las márgenes del mar de occidente no podrían adentrarse en el país, y que el pueblo hebreo no tendrían más remedio de entrar en Canán por la puerta trasera; por la ruta de los montes de Seir, Abarín y el Nebo, bordeando la ribera oriental del Mar Muerto y cruzando el río Jordán a la altura de Jericó.

Aclaremos esto:

Además de la ruta más concurrida, la que discurría por las proximidades del gran mar de occidente (mar Mediterráneo), existían otras dos alternativas para salir de Egipto con dirección a oriente. Una de estas rutas atravesaba, casi por su mismo centro geográfico, la península del Sinaí, y se dirigía a las ciudades de Elat, Azion-geber y Esmona, en la cabecera del golfo de Aqaba, para luego penetrar en la península arábiga. La otra ruta, más al sur, partía desde el límite norte del Golfo de Suez, y primero bordeando la costa y después serpenteando por entre el macizo meridional del Sinaí, llegaba también al Golfo de Aqaba en su confluencia con el mar Rojo. Los itinerarios son más largos y el terreno bastante más difícil, pero el enemigo, las tribus nómadas más o menos belicosas, son inferiores en número al pueblo hebreo, y por lo tanto, un enemigo más asequible que el cananeo. Además, Moisés está emparentado por matrimonio con una de esas tribus, los madianitas.

Y, porque Yavé sabía que la ruta norte era impracticable, ya en el primer momento, y según consta en Éx. 3, 12, en las laderas del monte del encuentro, junto a la zarza ardiente, había dicho a Moisés: “Cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, sacrificarás a Dios sobre este monte”. Tal y como apunté en su momento, ésta es una muestra de la “providencia divina”. No puede ser más evidente que Yavé sabía dónde irían a parar. Sin embargo, permite al pueblo que, al iniciar el éxodo y salir de Rameses, tomase el camino hasta Etam que estaba en los mismos límites de los desiertos del Sinaí.

— Pero, ¿por qué lo había hecho?

Pues, sencillamente, porque eso es lo adecuado.

Resulta que Yavé era bastante listo y sabía perfectamente, que la gente es muy gente; que la gente, por mucho que sea advertida, no se va a dejar convencer. Por esa razón los condujo hasta Etam. De esa forma, no tendrían más remedio que reconocer, sin la menor duda, puesto que lo habían visto con sus propios ojos, que esa ruta del gran mar de poniente estaba cerrada, y que no era posible otro camino que el del sur. Cumplido ese trámite necesario, es en ese momento, es en Etam, cuando Yavé ordena a Moisés: “Tomad rumbo sur. Acampad junto al mar Rojo”.

Yavé era extraordinariamente poderoso, y de haberlo deseado, habría desecho los ejércitos de los cananeos en un instante. No obstante, tal y como era previsible no lo hizo así; sin embargo, ese comportamiento no fue comprendido por el pueblo de Israel. Y no lo comprendió, porqué a los hombres nos resulta muy difícil entender el correcto comportamiento de la sabiduría y de la justicia, si esa sabiduría y esa justicia no actúan conforme a nuestros deseos. Por eso, más de uno de aquellos emigrantes se preguntaría:

¿Y, puesto que Yavé ya está metido en faena, por qué no sigue con las plagas? ¿No supondrá demasiada discriminación y muy escasa solidaridad, dedicar diez plagas a los egipcios y no conceder ni una sola catástrofe a los intolerantes cananeos? El otro día en Egipto, sí, y ahora a unos pocos kilómetros, no; desde luego, el comportamiento de los dioses es misterioso y sus caminos inescrutables. Y para colmo, esto va a durar que ni se sabe.

Y, efectivamente, Yavé y sus ángeles podían haber dado respuesta a las dudas de los hebreos; sin embargo, no lo hicieron así. Y, no lo hicieron, por la sencilla razón de que los hebreos no buscaban respuestas. Aquellas gentes solo entenderían una actuación de Yavé contra los cananeos.

Así pues, antes de penetrar en la península del Sinaí, Yavé indica a los israelitas la ruta a seguir y ordena que se tome el camino del sur. Su intención es descender por Egipto, y después, un poco antes de llegar al mar Rojo, virar a la izquierda e internarse en el desierto a través de las lagunas saladas.

Esta posibilidad del camino alternativo con destino al Jordán es, por supuesto, una versión de aquellos sucesos; pero existe otra interpretación. Y si no existía antes, va a existir desde ahora.

Esta nueva explicación, al mismo tiempo que se apoya en la amenazante postura de los cananeos, contempla la posibilidad de que Yavé hubiese considerado necesaria la permanencia del pueblo de Israel en un hábitat muy restringido; en un lugar con escasa posibilidad de contacto con otros pueblos, y durante un largo espacio de tiempo. Entre uno y veinte años.

¿Con qué intención?

Existe todo un capítulo donde se intenta explicar los motivos de Yavé para retener al pueblo hebreo aislándolo de todo contacto con otros grupos humanos durante una generación; su título: Las pruebas.

Cuando advierten el nuevo itinerario del pueblo hebreo, los egipcios reaccionan. Las guarniciones de frontera envían un parte al faraón: El pueblo de Israel ha cambiado de rumbo. No ha penetrado en la península del Sinaí y, por el contrario, está atravesando Egipto en dirección sur, siguiendo el camino que conduce a la orilla occidental del golfo de Suez (mar Rojo).

El faraón, lógicamente, comprende cual es la razón de ese cambio de itinerario. No hacía falta ser un gran estratega para saber que las tribus cananeas, filisteas, jeteas, amorreas y etcétereas, no consentirían que una muchedumbre en busca de tierra de promisión penetrase en su país. Con eso ya contaba; pero había supuesto que Moisés lo tendría todo previsto y pactado. Sin embargo, al parecer no era así. Y ahora el faraón se pregunta: ¿dónde van?, ¿qué pretenden? No puedo consentir de ninguna manera que una muchedumbre tan conflictiva deambule vagando libremente por el territorio egipcio fuera de nuestro control. Hemos pactado que marchaban al desierto, y ese desierto está al otro lado del mar Rojo.

Es entonces cuando se alegra la vida del Faraón. El tesoro de los hebreos va a pasar a su propiedad. Dijo el enemigo: Perseguiré, alcanzaré, repartiré el botín… (Éx. 15, 9). Puesto que los hebreos no han cumplido la orden de salir de Egipto, el faraón decide poner en marcha una expedición para expulsarlos por la fuerza, si es preciso arrojándolos al mar. Y, si por el contrario se rinden, serán conducidos de nuevo a Gosen; pero ahora sí, ahora en calidad de esclavos, como prisioneros de guerra. ¡Qué se han creído estos listos!

Sin embargo, las cosas suceden de una manera muy distinta arruinando los ambiciosos proyectos del faraón. Y ahora es cuando llegamos a uno de los momentos cumbre del libro del Éxodo. Es en este momento, y es en el campamento Sucot, justo en el instante en que parten para Etam, cuando, según consta en los asombrosos versículos veintiuno y veintidós de Éxodo trece, hace acto de presencia la Gloria de Yavé.

Señoras y señores:


YA ESTÁN AQUÍ: PRESENTO A USTEDES LA COLUMNA DE NUBE Y A LA COLUMNA DE FUEGO (5*7)


Iba Yavé delante de ellos, de día, en columna de nube, para guiarlos en su camino, y de noche, en columna de fuego, para alumbrarlos y que pudiesen así marchar lo mismo de día que de noche. La columna de nube no se apartaba del pueblo de día, ni de noche la de fuego (Éx. 13, 21-22).

Como digo, sin la menor sombra de duda, ya están aquí. Ya tenemos aquí a Yavé y sus ángeles.

Hasta ese momento, nadie, excepto Moisés, ha visto la Gloria de Yavé. Ahora sí, ahora son miles los ojos asombrados que observan aquel objeto brillante en el cielo. Una masa de gases y fuego que, a veces, durante el día, se hace visible en medio de una enorme nube (humo y gases), y que en otras ocasiones, durante la noche, se presenta emitiendo grandes “llamaradas”.

Y éste es un momento óptimo para repasar la situación y determinar las intenciones de cada uno:

El faraón desea que los hebreos se vayan; el pueblo egipcio está ansioso porque que aquellas gentes se alejen de allí; los israelitas, al menos una parte de ellos, tienen como meta salir de Egipto y ocupar las tierras de peregrinaje de sus padres; tierras que ahora ocupan los cananeos-filisteos; éstos, por su parte, por mucha miel y leche que pudiese manar de su tierra, y que en ocasiones les originaba un problemático exceso de producción, no desean compartirlo con nadie. Así está la dura y complicada realidad del momento. Pero Yavé ha hecho acto de presencia y se ha situado delante de ellos para modificar la ruta y conducirlos a Pi-Ajirot.

Y es entonces, es en Pi-Ajirot, cuando advierten que el ejército del Faraón viene contra ellos. La batalla se desestima por desproporcionada, puesto que sería absurdo intentar luchar contra las fuerzas egipcias. Huir resulta imposible, pues a su espalda y como única vía de escape, se encuentran las tierras cenagosas de los pantanos conocidos como el mar de las Cañas.

Es en ese momento cuando se puede escuchar el lamento de un pueblo desesperado que dice a Moisés en Éx. 14, 11-12: “¿Es que no había sepulcros en Egipto, que nos has traído al desierto a morir? ¿Qué es lo que nos has hecho con sacarnos de Egipto? (12) ¿No te decíamos nosotros en Egipto: Deja que sirvamos a los egipcios, que mejor nos es servir a los egipcios que morir en el desierto?”

Moisés, por su parte, mira al cielo. Nadie sabe lo que ocurrirá, pero él sí. Él tiene una confianza ciega, total y absoluta en Yavé. Sabe que el Señor de los Cielos habilitará una solución. No alberga el más mínimo temor; y, si acaso, lo único que siente es una gran curiosidad. ¿Qué hará Yavé? Es indudable que algo tiene que hacer, y así se lo comunica al pueblo: “No temáis; estad tranquilos, y veréis la victoria que en este día os dará Yavé”. Y, efectivamente, el Señor del Cielo de los Cielos, el Señor del Cosmos, el Señor de la Gloria, es quien facilita el feliz y sencillamente prodigioso desenlace.

Y es aquí, es a partir de este momento, cuando empiezan a suceder unos acontecimientos, que además de asombrosos, son muy, muy interesantes.


RESUMEN DEL CAPÍTULO V

Los sacerdotes levitas infaman a Yavé atribuyéndole la muerte de inocentes niños egipcios. El pueblo, expulsado de Egipto, inicia la penosa marcha que le conducirá al mar Rojo. La columna de fuego y humo hace su aparición.

No hay comentarios:

Publicar un comentario